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Israel apunta al pecho de Handala

Como «solución» a la violencia, el Gobierno de Benjamín Netanyahu autorizó emplear fuego real, y hasta francotiradores, contra quienes lancen piedras, a sabiendas de que son los niños los que más se manifiestan de ese modo

Autor:

Enrique Milanés León

Hace apenas un mes, los detalles del caso llenaron la inalámbrica red de corazones de este mundo: en un intento de detención en el pueblo de Nabi Saleh, un niño palestino de apenas 11 años, que tenía el brazo izquierdo enyesado, era maltratado por un soldado israelí y, cual camada de leonas, su madre, su tía y su hermanita consiguieron —a pura mordida, incluso— salvarlo del maltrato mientras el militar se veía obligado a irse con un compañero.

El delito del pequeño Mohamad Tamimi, negado en todo momento, no era otro que lanzar piedras a los soldados.

Ante el hecho, nada menos que la ministra de ¡Cultura y Deportes! de Israel, Miri Regev —ex general del Ejército y antigua jefa de censura militar quien ha calificado a los propios artistas de su país como «presuntuosos, intrigantes e hipócritas»—, se indignó porque el soldado no disparó contra el niño y las mujeres y exigió al Ministro de Seguridad poner «fin a la humillación» y cambiar «las normas sobre el uso de armas de fuego inmediatamente».

Al parecer, los deseos de Regev y de otros halcones como ella son órdenes para el genio malévolo del Gobierno israelí, porque el jueves pasado el gabinete de seguridad de ese ejecutivo frotó su lámpara y aprobó medidas excepcionales contra los manifestantes palestinos que lancen piedras y cocteles molotov, acciones que en adelante la ley permitirá responder con fuego real. Dicho más claramente: ahora los francotiradores del Ejército podrán, sin miedo a las consecuencias, disparar a los «tirapedreros» de la calle.

Ley y genocidio

Aprobada, con reservas, por el fiscal general Yehuda Weinstein a petición del primer ministro Benjamín Netanyahu, la disposición pretende responder a las protestas de las últimas semanas en Jerusalén Este —ocupada por Israel desde 1967— sumergida en tensiones en medio de la coincidencia del Yom Kipur, la jornada más solemne del calendario judío, y la fiesta musulmana de Eid el Adha o Fiesta del sacrificio.

Los choques alrededor de la musulmana Explanada de las Mezquitas —que parten del propio nombre porque, para los judíos, es el Monte del Templo— caracterizan un entorno en el que se avecindan la mezquita de Al Aqsa, tercera más relevante del Islam, y el Muro de las Lamentaciones, sagrado para los judíos. Las «chispas» entre las partes son malas, porque ni balas ni piedras faltan por allí.

Ya en mayo, el Gobierno de Netanyahu —menospreciando el hecho de que la visita de nacionalistas judíos y los dos asaltos de la Policía a la Explanada eran las mayores fuentes de ira palestina— había enmendado la ley para castigar con prisión de hasta 20 años a los manifestantes de más peligrosa puntería.

Lo nuevo es que, además, los soldados del agresor pueden emplear contra los revoltosos los fusiles Ruger, de pequeño calibre. ¿Importa acaso el calibre de una muerte?

A inicios de este septiembre, la oficina de Netanyahu había comunicado que «dado que el sistema jurídico tiene dificultades para hacer frente a los menores que tiran piedras, se estudiarán cambios en las órdenes de abrir fuego hacia quienes lancen piedras y cocteles molotov». O sea, el alto mando israelí siempre tuvo claro que con la medida apuntaba básicamente a los niños, que son quienes más optan por este recurso de protesta.

Tras la aprobación, en un «estreno macabro», la Policía de Tel Aviv usó munición real contra manifestantes en los barrios de Al-Issawiya y Silvan, en Al-Quds, y dejó decenas de heridos por balas de acero recubiertas de goma.

No se puede negar: la violencia deja heridas a ambos lados. Hace poco murió un civil israelí que, tras el apedreamiento de su carro, se desvió y sufrió un impacto letal. Antes, Palestina perdió una familia entera a manos del incendio provocado por extremistas judíos. En el balance —en la última quincena el promedio diario de protestas e incidentes ronda los 15— siempre habrá que apuntar la desproporción entre el poderío militar del agresor y la ira mucho menos armada del agredido. Y la incongruencia de las bajas.

Niños de juego escamoteado

Mohamad Tamimi, el pequeño agredido cuya foto aún circunvala el planeta Internet, es un típico hijo de Nabi Saleh, el pueblo donde cada viernes, después de la oración, desde 2009, los palestinos protestan por el robo de sus tierras y emprenden una marcha a Ein al Qaws, el pozo del cual también fueron despojados y al que, invariablemente, los soldados israelíes no los dejan llegar.

Por lo que se dice, la prensa mundial ya se cansó del mismo titular y apenas repara en esta manifestación periódica, pero los palestinos conservan intacta su ira patriótica,  como en el día del primer abuso.

Nariman, la «madre leona» de Mohamad, no cesa de reivindicar que ellos tienen «derecho a lanzar piedras, a resistir. Los soldados están en nuestra tierra; no es suya. Nos están ocupando, ¿y no podemos  echarlos de nuestra casa?», pregunta sin recibir respuesta.

Todavía la memoria triste del mundo guarda un espacio para Malak al-Jatib, la muchacha de 14 años encarcelada 45 días a inicios de este año por tirar una piedra y erigirse así en «amenaza» para uno de los ejércitos más poderosos de este tiempo.

Con años más, con meses menos, hay todavía muchos Mohamad y Malak en cautiverio. Según la Organización No Gubernamental Protección Internacional a los Niños, cada año el Ejército de Tel Aviv detiene entre 500 y 700 infantes palestinos, sobre todo por tirar piedras. ¿Qué pasará ahora que son «blancos» autorizados?

En ese panorama, no asombra que el periódico israelí Haaretz señalara en un editorial —cuando la foto del soldado encima del cuerpo lastimado de Mohamad se hizo viral— que «un Ejército que lucha contra niños y los persigue es un Ejército que ha perdido su conciencia».

Definitivamente, Handala tiene todavía mucho por hacer. El personaje creado en 1969 por el artista palestino Naji al Ali         —asesinado en Londres en 1987— y que los niños de ese pueblo idolatran, sigue apareciendo en las viñetas, como un muchacho más, de espaldas al espectador, sumergido en la mirada a lo feo, lo triste, lo injusto de una ocupación que desde su angustia llama a vencer. Desde su realidad de personaje inspirador, Handala ha de saber que ahora también a él le pueden disparar.

Piedra, papel, tijera… y fusil

A diferencia de otros del mundo, los juegos de un niño palestino no pueden perder de vista el cuarto elemento de este subtítulo. Ahora, una pedrada puede azuzar fusiles más que belicosos que aguardan tras cualquier arbusto.

En la práctica, la disposición del Gobierno sionista no es tan nueva. Desde hace más de una década, el fusil Ruger y la «discreta» bala de 5,56 milímetros han silenciado para siempre a luchadores palestinos. «Muchos de los heridos recibieron disparos a corta distancia y parecería como si los soldados dispararan a matar. En mis cinco años como cirujano, la situación ha empeorado progresivamente, sobre todo últimamente», dijo el doctor Ahmed Barakat.

Con 17 años, Ali Safi fue una de esas víctimas fatales. Los impactos del francotirador, dirigidos contra un grupo de jóvenes que lanzaban piedras, le dañaron los riñones, la médula, los pulmones y el bazo. Las piedras de Palestina no lo volvieron a ver.

Cada semana —dijo en enero el grupo de derechos humanos israelí B’tselem— la 5,56 es disparada en las manifestaciones en Cisjordania.

Tel Aviv teme la «revuelta de piedras», la Intifada. Hubo dos: una arrancó en 1987 y la otra, en 2000; hay quien sugiere que en el verano de 2014, al iniciar la más reciente agresión israelí a Gaza, se activó la tercera. Certero o no este último criterio, lo innegable es que la prepotencia del Ejército, la insolencia de los colonos y las provocaciones de los extremistas israelíes calientan demasiado las piedras de aquella región.

Ahora mismo, mientras miles de niños palestinos renuncian, a la fuerza, a más de un juego, los ultranacionalistas presionan al Gobierno de Benjamín Netanyahu para que permita la oración judía en el recinto exterior de la mezquita de Al Aqsa. Si el Primer Ministro lo hace, seguramente hasta a Handala le saldrían ampollas en sus dedos de papel, de tanta piedra lanzada.

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