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Cuando buscar es la razón de vivir

Un tenaz japonés aún persevera en hallar los restos de sus seres queridos, muertos a causa del desastre nuclear de Fukushima

Autor:

Nyliam Vázquez García

Cada vez que otorgan el permiso para la entrada a la zona de exclusión, Norio Kimura está listo para volver sobre las montañas de despojos que aún evocan el terremoto. Quiere encontrar a los suyos. No importa el tiempo, pareciera que nunca es suficiente. Este 11 de marzo se cumplen cinco años desde que su vida cambiara para siempre, desde que le faltan su padre, su mujer y su hija.

Vuelve a la tierra que se abrió, la que estuvo sumergida por el mar con el gran tsunami. Agarra la pala y busca. Quizás ya no sabe qué quiere encontrar, pero lo necesita. Antes apareció una pequeña zapatilla de Yuna. A su niña se la tragó el caos de ese día y él la busca, porque no tuvo, como otros, un cuerpo que llorar. La zapatilla y todo cuanto ha podido recuperar, suyo y de su familia, está en el templo Okuma, en plena zona de exclusión, cerca de la central nuclear de Fukushima: una almohada que estuvo sepultada por el lodo, ropa, despojos de lo que fue su mundo. A sus 50 años pareciera que buscar es el centro de su existencia.

Kimura sobrevivió. Unas 16 000 personas murieron hace cinco años y la tragedia, como fuera poco, también causó el mayor accidente nuclear después de Chernobil. Su familia permanece desde hace un lustro en la larga lista de los desaparecidos, 2 500 en total.

El tiempo ha borrado ciertas huellas físicas de la tragedia. Donde antes hubo toneladas de escombros ahora el terreno está listo para reconstruir, pero hay heridas que permanecen.

Según los últimos datos del gobierno regional más de 74 200 ciudadanos de toda la prefectura de Fukushima siguen evacuadas a raíz de la catástrofe nuclear. Solo unos 4 500 han regresado a las áreas donde se ha levantado la prohibición de residir.

Naraha es un pueblo ubicado a  unos 17 kilómetros al sur de Fukushima. Desde que en septiembre 2015 las autoridades aseguraran que los niveles de radiación son seguros para vivir allí, solo 440 de sus 8 011 ciudadanos han regresado. Sigue siendo un pueblo fantasma, donde la gran mayoría de las casas están vacías. El miedo permanece.

«Casi todos los que hemos vuelto somos personas mayores. Solo hay una familia con niños en todo el pueblo», relató a EFE, Toshimitsu Wakisaka, quien se muestra orgulloso de ser «uno de los primeros» oriundos de Naraha que regresó a casa.

«Estaba cansado de vivir en alojamientos temporales y extrañaba mi tierra», explicó. A sus 70 años, dijo a la agencia «no preocuparse demasiado» por los riesgos que podría tener sobre su salud la exposición a residuos radiactivos emanados del desastre nuclear.

El accidente nuclear a causa del terremoto revivió el debate sobre el uso de ese tipo de energía como soporte energético. La salud y los riesgos de las poblaciones, especialmente de los niños, cerca de ese tipo de instalación resulta un gran problema.

La esposa de Heiichi Koisumi, quien trabaja como técnico en el sistema de procesado y almacenamiento de agua radiactiva de Fukushima y antes viviera en Naraha tiene claro cuando se trata de sus hijos: «Me gustaría que tuvieran un futuro seguro y sin problemas, y para eso creo que Japón debería abandonar la energía nuclear»

No es tan simple, porque la nación asiática depende de esa fuente a falta de otros recursos energéticos. De hecho, cuando se detuvieron los 48 reactores nucleares del país después de Fukushima, el 90 por ciento de la energía que era consumida por el archipiélago tuvo que ser generada a partir de combustibles fósiles importados.

El Gobierno nipón ha prometido reducir la dependencia de la energía nuclear, pero lo ocurrido en Fukushima marca el debate: las plantas no son tan invulnerables como habían hecho creer.

Solo el desmantelamiento de la central nuclear de la catástrofe se alargará «entre 30 y 40 años», aseguró recientemente Akira Ono, responsable de la planta. Hasta el momento solo se ha completado el diez por ciento. «Estamos ante un reto sin precedentes», subrayó.

Quienes permanecen evacuados a causa del accidente nuclear reciben compensaciones económicas de Tepco, la compañía propietaria de la central, acusada de negligencia en el manejo de la crisis. Pero nada compensa estos cinco años después de lo vivido fuera de sus hogares, no ya por la destrucción, sino por el temor constante a la radiación.

Quizás por eso Norio Kimura, cada vez que tiene el permiso, sigue buscando a su familia. Esa tozudez y disciplina caracteriza al pueblo nipón. La vida de Kiruma ahora depende de los nuevos ritos que alivian el dolor, aunque no lo sanan: visitar la escuela donde antes dejaba a su hija —ahora un salón desolado lleno de pequeños pupitres vacíos— subir a la colina, cambiar las flores en el templo que el mismo construye para su familia detrás de la que fuera su casa… Buscar.

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