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Cuento de cómo el genocidio fue cosa del cielo

Barack Obama, que de antemano había negado al pueblo japonés una disculpa, afirmó en Hiroshima que hace 71 años «la muerte cayó del cielo»

Autor:

Enrique Milanés León

En una simplificación extrema de los hechos que roza la narración para niños y hace pensar otra vez en los empeños del poder para cambiar a su gusto la Historia del mundo, Barack Obama, que de antemano había negado al pueblo japonés una disculpa, afirmó aquí que hace 71 años «la muerte cayó del cielo».

Es innegable la importancia de su llamado a un mundo sin armas nucleares, pero la frase anterior tornó dudosa la sinceridad del homenaje del primer Presidente norteamericano en activo que pisa la primera ciudad del planeta que fue devastada por una bomba nuclear, el 6 de junio de 1945, tres días antes del segundo genocidio similar, también en Japón —ciudad de Nagasaki— y a manos del mismo responsable.

Pese a haber visitado un museo que exhibe inquietantes recuerdos del bombardeo atómico —incluidas fotografías de las víctimas con graves quemaduras, ropa manchada hecha jirones y estatuas que representan a las personas con la piel desprendiéndose de sus cuerpos—, el mandatario norteño señaló, cual si hablara de un tsunami natural padecido en épocas remotas, que «venimos a reflexionar sobre la terrible fuerza desatada en un pasado no muy lejano».

Acompañado por el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y ante sobrevivientes de aquel bombardeo atroz, Obama sostuvo —en un lavado mundial de culpas altamente conveniente para la Casa Blanca de antes y de ahora— que «los conflictos llegaron con el primer hombre que puso un pie en la tierra» y que «la Historia de la civilización está marcada por la guerra». ¿No es, la arrogancia del poderoso, semilla de nuevas guerras?

En otra parte de su discurso, aseguró —según reporte de Notimex— a los hibakushas (supervivientes) allí presentes que «la memoria de las víctimas de Hiroshima nunca debe desaparecer». Además, afirmó que «mantener viva su memoria alimenta nuestra imaginación, nos permite cambiar y nos da esperanzas sobre un futuro mejor». La que falla, parece, es la memoria suya.

El mandatario depositó una ofrenda floral ante el Memorial de la Paz, que recuerda a los 140 000 fallecidos, la mayoría civiles, a causa de la explosión de la bomba nuclear norteamericana.

Según Reuters, tras su discurso, el Presidente estadounidense conversó brevemente con Sunao Tsuboi, de 91 años, y Shigeaki Mori, de 79, sobrevivientes al bombardeo atómico firmado por Harry Truman.

La agencia británica refiere que la Casa Blanca había debatido la pertinencia de la visita, sobre todo en año de elecciones presidenciales, pero los asesores de Obama aseguraron que él no cuestionaría la decisión de lanzar las bombas. Su objetivo principal en Hiroshima era hablar de su agenda de desarme nuclear, por la cual recibió en 2009 el Premio Nobel de la Paz.

Lleno de heridas, Japón fue más diplomático. Aunque, según Xinhua, apenas unas horas antes de la visita, decenas de japoneses se reunieron cerca del Parque Memorial de la Paz para protestar por la visita de Obama, las armas nucleares y las bases estadounidenses en Okinawa, un niño de Nagasaki le dio una lección al hombre más poderoso de la tierra.

Se llama Moriuchi y tiene 14 años. Le dio la mano al Presidente norteamericano y dijo —según ANSA— que, aunque no esperaba que el mandatario «pidiese disculpas» al pueblo de Japón, la visita le pareció «una cosa buena». Bien por Moriuchi, pero los 74 000 muertos en su ciudad, que seguro incluían ascendientes suyos, bien merecían del poderoso visitante un: «We are sorry, Japan».

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