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Heather Wilson, el toma y daca del Pentágono

Heather Wilson fue escogida por el presidente Donald Trump como secretaria de la Fuerza Aérea

Autor:

Juana Carrasco Martín

RAYTHEON, Honeywell, Lockheed Martin Corp. y más de una docena de otros grandes contratistas del Pentágono están dando quehacer a Heather Wilson, escogida por el presidente Donald Trump como secretaria de la Fuerza Aérea.

La señora, con experiencia en el sector militar y graduada de la Academia de la Fuerza Aérea, posee acciones en 16 de esas empresas y también ha sido lobbysta de algunas; por tanto, ya salen a relucir dos palabras claves: conflicto de intereses, si fuera aprobada su designación.

La cuestión es que su actuación a favor de sus intereses es ya conocida por actividades anteriores. Wilson fue representante por Nuevo México desde 1998 hasta 2009 e integró los comités de Servicios Armados, de Energía y de Comercio en la Cámara.

Tras esa destacada e influyente incursión en la política y las relaciones que proporciona, obtuvo un buen puesto en la Sandia Corp., una filial de la poderosa industria Lockheed Martin, que precisamente supervisa los laboratorios de Sandia, donde se desarrollan componentes de las armas nucleares estadounidenses y, casualmente, le llegaron nuevos contratos a la compañía y sin competencia.

Según el Center for Public Integrity, los consejos estratégicos de la Wilson fueron decisivos en el negocio, facilitando esa y otras decisiones entre las empresas privadas y el Gobierno.

Lockheed tuvo que pagar en el año 2015 una multa de 4,7 millones de dólares por utilizar dinero de los contribuyentes para financiar el cabildeo y a su favor, precisamente entre los años 2008 y 2012, cuando Heather Wilson era una de sus consultantes.

A su vez, la excongresista fue sancionada a no poder ejercer lobby ante el Congreso durante un año.

Ahora, se le abren las puertas, y de qué manera, pero a lo mejor corre la misma suerte que los otros dos candidatos escogidos por Trump para Secretario del Ejército (Vicent Viola) y de la Marina (Philip Bilden), quienes debieron renunciar a la designación porque de hecho no satisfacían los requerimientos de la Oficina de Ética del Gobierno, por causas similares.

No piense que el neófito presidente del imperio no sabe escoger a su séquito y cae por ello en estas situaciones. Trump está haciendo —quizá un poco más evidentemente que en otros casos, lo que es práctica común en Estados Unidos: los altos cargos del Pentágono provienen de la industria bélica. La solución es de Perogrullo: venden sus acciones o «cortan» sus vínculos laborales o de consejeros con esos consorcios y problema resuelto.

Las audiencias para Wilson ya comienzan y el parche, es decir, una carta suya, ya llegó a la oficina de ética del Departamento de Defensa, en la que muestra su acuerdo de retirar sus intereses accionistas de las 16 compañías y de su actual trabajo como presidenta de la Escuela de Minas y Tecnología de South Dakota, así como de las posiciones que ocupa en las juntas de dirección de negocios y organizaciones que puedan considerarse conflicto de intereses.

Si esto es suficiente para darle luz verde a su confirmación, las indagatorias pudieran venir después, pues Heather Wilson ocuparía el puesto clave para aconsejar y decidir sobre las inversiones del Pentágono en la modernización nuclear, un plan que viene desde la administración de Obama, y que con un presupuesto de 400 000 millones pueden llegar a ser seleccionadas las compañías que hasta ahora la nominada de Trump ha representado.

Defense News señalaba muy concretamente que Lockheed Martin ha expresado interés en dos contratos de la Fuerza Aérea, los modernos misiles balísticos intercontinentales que remplazarán a los Minuteman III ICBM y a los misiles crucero, y los bombarderos nucleares.

Con Heather Wilson, la mesa pudiera estar servida.

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