Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Poner a salvo el alma de las revoluciones

Ni límites ni escrúpulos tendrán los ataques contra lo más sagrado de una nación: su patrimonio inmaterial. Es una de las lecciones más claras que se derivan de los días vividos por una Venezuela asediada

Autor:

Alina Perera Robbio

CARACAS, Venezuela.— ¿En verdad será esa la naturaleza del venezolano? preguntaba al pueblo, el pasado 23 de mayo, el mandatario bolivariano Nicolás Maduro durante el acto en el cual, en las inmediaciones del Palacio Presidencial de Miraflores, dio lectura y firmó el Decreto que puso en marcha el nacimiento de una nueva Asamblea Nacional Constituyente.

Planteó la interrogante porque nunca antes se habían constatado aquí hechos como incendiar a seres humanos vivos. Desde las redes sociales hieren las imágenes de cómo Orlando Figuera, de 21 años, fue golpeado, apuñalado e incendiado como antorcha. Se acercó demasiado el muchacho allá en la Plaza Altamira, municipio Chacao, del Estado de Miranda. Y recibió sobre su cuerpo la furia de un grupo de «semejantes».

El 4 de junio el ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información de Venezuela, Ernesto Villegas, anunciaba la muerte del joven. Tal vez la imagen más desgarradora sea la de su cuerpo inmóvil sobre una camilla de hospital, totalmente vendado. ¿Las hordas que así irrespetan la vida podrán respetar algo más?

La vida, lo que esta entraña como símbolo de civilización, ha sido ultrajada. Y también lo ha sido la infancia, dado que esos focos salvajes se han atrevido a poner a niños y adolescentes en las primeras líneas de enfrentamiento. Cándidos, ignorantes, manipulables, más de un infante se sumó al juego violento por un poco de chocolate o alguna otra bagatela.

Habiendo sido testigos de la profanación de la vida y la infancia —palabras sagradas—, tal vez pueda entenderse mejor la naturaleza de una guerra que al potenciar el odio a su máxima expresión arremete contra todo lo que pueda anidar de bueno en el espíritu de la especie, incluido el respeto a la identidad nacional, la memoria, la autoestima colectiva, o aquellos símbolos venerables como la bandera, el himno, el escudo, los próceres, allí donde habita el cuerpo intangible de un país. Cuerpo que es el más esencial y trascendente de todos.

Desde el pensamiento que aquí está comprometido con la Revolución Bolivariana se alerta sobre el hecho de que se podría estar creando el caldo de cultivo para un «movimiento reaccionario de masas» que dé paso a una cultura del odio. El canal Telesur, por ejemplo, argumenta en un trabajo recién publicado que las movilizaciones orquestadas por la derecha venezolana para forzar la salida del presidente Maduro, dejan entrever la construcción de un dispositivo que combina un amplio espectro de tácticas de presión política, entre estas un intenso lobby diplomático internacional para vender «una crisis política y humanitaria sin precedentes», la puesta en marcha de grupos «de resistencia» de calle, visiblemente dotados de equipos y logística para acciones violentas de choque.

Se suman a las tácticas la activación de grupos paramilitares que operan en silencio para generar miedo mediante atentados en vías públicas, secuestros y asesinatos selectivos; asedio moral y amenazas físicas a funcionarios públicos y a sus familias; linchamientos de jóvenes sospechosos de ser «infiltrados chavistas» en las manifestaciones opositoras; y una avalancha comunicacional que, aprovechando todas las pasiones e imprecisiones que generan las redes sociales, presenta a los asesinos como héroes y pretende anular el papel en la historia del chavismo con sus consiguientes símbolos, programas y representantes.

Detrás de lo que muchos no alcanzan a ver tan bien articulado; detrás de esa vorágine de violencia que por momentos inspira más temor que capacidad de pensar, está el gigantesco enfrentamiento histórico entre intereses elitistas que pretenden tener todo para sí, y las multitudes que plantan su derecho a existir en este mundo. Detrás de la violencia táctica se esconde la pretensión antiquísima de legitimar abismales desigualdades sociales, esas contra las que han luchado y luchan los torrentes de Revolución.

¿Será fortuito, hablando de símbolos, que un titán como Simón Bolívar haya sido tan atacado a lo largo de la historia? En enero de 2016 —cuando la Asamblea Nacional de Venezuela fue tomada por la derecha y el presidente del Parlamento, Henry Ramos Allup, ordenó el retiro irrespetuoso de las imágenes del Libertador y del Comandante Hugo Chávez—, el eminente intelectual Luis Britto García viajó profundo, con su palabra, al verdadero fondo de la guerra simbólica: «Es adversario de Bolívar quien rechaza la independencia de América Latina y el Caribe, su integración, la liberación de esclavos e indígenas, la soberanía popular, la democracia, la atribución a la República de la riqueza del subsuelo, la confiscación de bienes de potencias extranjeras, la inmunidad frente a decisiones de tribunales foráneos, la educación abierta a todos, y el ejército popular».

No por gusto en Chávez anidó la pasión, desde que era estudiante en la Academia Militar, por rescatar a Bolívar en toda su grandeza. No por gusto, siendo mandatario, defendió cada parte de la bandera y del escudo (algunas de estas no pocas veces distorsionadas para atacar lo más sagrado de la nación). Tampoco han sido fortuitas, más recientemente, las historias salidas desde la oposición interna para denigrar a Ezequiel Zamora en medio de los festejos, en febrero pasado, por el bicentenario del natalicio del gran patriota.

Todo tiene un significado en esta guerra que se le hace a Venezuela: las hordas fascistas que ha sufrido el país en los últimos meses han ultrajado monumentos y disímiles imágenes de Chávez, han profanado banderas (incluida la cubana) y han irrespetado a hombres inmensos como José Martí. Posiblemente si preguntamos a los ejecutores de los hechos vandálicos por el significado de los símbolos que atacan, no sepan contestar. Los enemigos de las revoluciones conocen que la ignorancia es fiel aliada para perpetuar la explotación del hombre por el hombre.

Sin orgullo no hay dignidad

Este 6 de junio salió a la luz la noticia, a través de la Agencia Venezolana de Noticias, de que recursos valorados en 14 088 millones de bolívares fueron destinados para la puesta en marcha del plan estratégico Orgullo de ser venezolano, el cual tiene como propósito el rescate de valores, tradiciones e identidad cultural del país.

El ministro del Poder Popular para la Cultura en Venezuela, Adán Chávez, expresó durante la presentación del programa que las acciones del mismo, las cuales se vienen ejecutando desde comienzos de 2017, están enmarcadas en el Plan de la Patria e instan a la defensa y protección del patrimonio histórico y cultural de Venezuela y de Nuestra América.

Esta batalla busca fortalecer el Foro permanente de la diversidad cultural, el Plan de recuperación del Archivo Fílmico de la nación, y la elaboración de nuevos expedientes sobre el Patrimonio Cultural Inmaterial. El propósito más trascendente, como ha expresado Adán, es resaltar las tradiciones sobre las cuales se sostiene «el carácter humanista del venezolano».

Otro monto millonario ha destinado el Gobierno Bolivariano para un Plan Nacional de Lectura. Es el camino eficaz para la defensa de la identidad nacional, y para entender los procesos políticos más allá de la vida puntual, del inmediatismo, para no ser rehenes de una guerra de símbolos. «En los pueblos que han logrado avanzar en la lucha contra el colonialismo que el capitalismo le ha impuesto a la mayoría del planeta —expresó el pensador cubano Fernando Martínez Heredia, en septiembre de 2016, en el sitio web Cubadebate— numerosos aspectos de su universo simbólico adquieren una importancia excepcional. Son fuerzas inmensas con las que cuentan (…), porque son capaces de promover la emoción, exaltar los valores y guiar la actuación hasta cotas de esfuerzo, incluso de abnegación, heroísmo y sacrificios, que serían imposibles sin ellas, y propician triunfos que pueden ser asombrosos. Al mismo tiempo, esos símbolos son el santo y seña cívicos de una comunidad nacional, las canciones, las telas, los nombres, los lugares que identifican y reúnen a las hijas y los hijos de un pueblo orgulloso de su historia».

«¡Mira lo que están haciendo con nosotros!», gritó un humilde venezolano aquel indignante y triste día de enero de 2016, cuando vio salir sobre carretillas las imágenes de sus héroes desde el palacio legislativo tomado por los enemigos del pueblo. La guerra simbólica no conoce límites ni escrúpulos, y de perder contra ella eso significaría la muerte de las revoluciones, de lo mejor conquistado por la especie.

Durante su presencia en Caracas para asistir al 15to. Encuentro de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, que sesionó en marzo pasado, el ministro de Cultura de Cuba, Abel Prieto Jiménez, comentaba a un grupo de periodistas que «tendremos muchos desafíos y tendremos que pensar qué habría hecho Fidel en estas circunstancias, qué habría hecho Chávez en una coyuntura como esta, cómo responder siendo consecuentes con el legado que ellos nos dejaron. Tenemos que hacer que los muchachos lean a Martí —no que solo sepan decir cultivo una rosa blanca—; tenemos que llevarlos al Martí más profundo, a lo verdaderamente deslumbrante, luminoso de Fidel, de Chávez y de antecesores como Bolívar o Simón Rodríguez. Nuestra América que los yanquis quieren convertir en el patio trasero, está llena de figuras paradigmáticas. Ahí está la imagen de Sandino. Yo hablaba ayer de cómo Hollywood cogía a Emiliano Zapata y lo convertía en una especie de brujero de quinta categoría; de cómo tomaron a Lorca, a Frida Kahlo, a Evita Perón. Hollywood ha ido moliendo, tiene una producción para denigrar a nuestros héroes, y estoy seguro de que deben estar haciendo mucho en sus laboratorios para tratar de rebajar algo que no puede ser rebajado, que es la figura inmensa de Fidel y la figura extraordinaria de Chávez».

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