Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Héroe se escribe sin punto final

Después de haber luchado contra el virus del Ébola, dos misioneros cubanos laboran hoy en Venezuela con un precepto invariable: la vida se defiende en toda circunstancia

Autor:

Alina Perera Robbio

CARACAS, Venezuela.— «Nunca me he considerado un héroe». Luego de pronunciar la frase, el cubano Floiran Javier Ramírez, de 52 años, no pudo seguir adelante en la conversación. El día de nuestro encuentro lo habían condecorado con la Medalla 60 Aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y lo habían presentado como uno de los misioneros que luchó en Sierra Leona contra el virus del Ébola.

Hablar de su gran mérito le hizo un nudo en la garganta que solo dio paso a la emoción y al silencio. Afortunadamente, minutos antes, ya había contado sobre sus vivencias en África y sobre sus días actuales en Venezuela.

De la provincia de Cienfuegos, el licenciado en Enfermería Floiran Javier trabaja en la parte oeste del estado de Miranda. Allí labora como misionero de la salud desde hace casi ocho meses. Y como quien experimenta horas nuevas, como si nunca hubiera pasado por el bregar terrible de Sierra Leona, confesó enfático: «Jamás echaremos a un lado a este glorioso pueblo que realmente lo está dando todo. Estamos en el deber de compartir la suerte con ellos».

Esta es su cuarta misión internacionalista: la primera fue en Angola, durante los años de la guerra; la segunda, en Venezuela, de 2005 a 2010; y la tercera en Sierra Leona.

Sobre la tercera misión el protagonista dijo: «Ahí derrochamos valor, heroísmo, altruismo, pusimos de verdad el internacionalismo cubano en lo más alto del podio de la Medicina mundial».

Floiran no olvidará que las horas de combate contra un enemigo invisible y mortal lo humanizaron mucho más, lo hicieron más humilde «porque casi tocamos la muerte con las manos, porque ayudamos a seres que necesitaban mucho nuestra mano solidaria, nuestra ayuda hermana».

¿Sintió temor? Ante la interrogante el misionero expresó: «¿Qué ser humano no siente miedo en esta vida?». Luego recordó que en aquel momento el mundo entero esperaba por el desenlace, por una victoria que finalmente resultó cierta frente al virus.

«En Cuba yo había dejado a mi familia entera: mis hijos, hermanos, padres; y dejé a un pueblo esperando por mí», rememoró Floiran.

—¿En qué pensaba mientras daba la batalla?

—Primeramente en ayudar a nuestros hermanos. Y pensaba en los logros de la Medicina cubana.

Como huella imborrable, este luchador lleva en su memoria haber visto morir a niños, jóvenes, adultos, ancianos, «todos colmados de esperanzas y a quienes la enfermedad les arrancó la vida». Ahora, en tierra bolivariana, habiéndose curtido en las adversidades extremas de África, sigue dando lo mejor de sí como si no hubiera estado al límite del abismo; como si nunca antes hubiese habitado la heroicidad.

Como uno más de venezuela

Orlando Borrero, licenciado en Enfermería, creyó que lo había visto todo luego de dar la batalla en Sierra Leona contra el virus del Ébola. Pero su sentido de humanidad sufrió en lo más hondo al ver cómo la oposición venezolana, en meses recientes de violencia, quemó a seres humanos vivos. «Jamás pensé ver algo como eso», dijo, y luego dejó clara su posición: «Nosotros… firmes aquí…».

Al igual que su colega, fue condecorado con la Medalla 60 Aniversario de las FAR. Para él, hijo de Santiago de Cuba, es ese un orgullo muy grande que recordará toda su vida: «Pienso en los colaboradores cubanos que están en tantas partes del mundo».

Esta es la tercera misión de Orlando: la primera fue también en Venezuela, de 2006 a 2010; la segunda fue en Sierra Leona; y actualmente, cuando mira hacia atrás, recuerda que hace dos años llegó a tierra bolivariana.

El tema inevitable, la lucha contra el virus del Ébola, le hizo evocar momentos de grandes desafíos: «Nos preparamos físicamente; tuvimos la suerte de contar frente a la brigada nuestra con el profesor Jorge Delgado, alguien de vasta experiencia que nos enseñó cómo resistir y cómo acostumbrarnos a llevar el traje protector.

«Generalmente en las prácticas nos poníamos a jugar voleibol, nos poníamos al sol con el uniforme, para adaptarnos. Debíamos tenerlo puesto, como promedio, dos horas, pero el profesor extendía el tiempo hasta cuatro horas para que lográramos mejor adaptación.

«Sudamos mucho cuando llegó la hora de usar el traje en el terreno real. El calor era intenso. Sentías que se te cortaba la respiración. Bajamos de peso; cada vez que salíamos y nos quitábamos el traje parecía que nos habían tirado encima un cubo con agua. Fue una experiencia muy difícil y linda a la vez. Le dimos una demostración al mundo de cómo nos enfrentamos a la muerte para salvar vidas».

En sus evocaciones Orlando precisó que su estancia en Sierra Leona duró ocho meses. «Soportamos esas circunstancias extremas por el deseo de hacer lo mejor posible por el ser humano, porque cada vez que entrábamos al hospital y veíamos a los niños, a las embarazadas, a las mujeres, a familias enteras enfermas, pensábamos que todos los días debíamos ser mejores.

«A veces nos quitábamos la merienda y la guardábamos para dársela a los niños, o nos juntábamos para comprar la sangre con la cual transfundir a los pacientes. Tuvimos el caso de una embarazada que estaba con la hemoglobina muy baja, y nosotros nos unimos en el colectivo y comprábamos la sangre y se la suministrábamos a aquella gestante que al final se salvó. Tuvimos la satisfacción grande de haber salvado a aquella señora. Ella pudo seguir viviendo, aunque perdió a su hijo.

«Lo peor fue ver morir a niños; verlos con aquella disponibilidad con la que querían salvarse, y sin embargo presenciar la muerte inevitable. Eran familias que morían completas. Eran niños que se quedaban solos cuando todos sus familiares morían».

Cuando habló de su etapa actual, Orlando dijo que sigue luchando, que sigue pensando en la vida y en dar lo mejor de él. «Nosotros tenemos ese sentimiento de ser misioneros —afirmó—; estoy dando lo que me enseñó la Revolución, lo que me ha enseñado la dirección de nuestro país, la dirección del Partido. Lo hago por dar mi pequeño aporte a la humanidad. Me siento como uno más de Venezuela. Me he familiarizado con el pueblo. Es que uno empieza a sentir cariño. Por eso trato de ayudar todos los días un poquito más».

«Nosotros tenemos ese sentimiento de ser misioneros», afirmó Orlando Borrero con orgullo, al definir al colaborador cubano.

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