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El mundo caótico que abrió un 11 de septiembre

Quizá es el reino del caos en la Tierra, y todo parece tener punto de partida en el 11 de septiembre de 2001, prácticamente con el comienzo del tercer milenio.

Autor:

Juana Carrasco Martín

La Europa que no quiere a los inmigrantes se estremece por los ataques terroristas de lobos solitarios o de pequeñas células de extremistas, las guerras destrozan países del Medio Oriente, se ensañan también en naciones africanas, asoman su hocico nuclear en el Lejano Oriente dándole las espaldas al diálogo y parece que se quiere resucitar la intervención militar y los golpes de nuevo tipo en las Américas.

Quizá es el reino del caos en la Tierra, y todo parece tener punto de partida en el 11 de septiembre de 2001, prácticamente con el comienzo del tercer milenio.

Aquel día cayeron las Torres de Nueva York con su carga de más de 3 000 víctimas y trajeron muchas preguntas sin respuesta aún, hipótesis sobre lo sucedido y acerca de quiénes realmente accionaron la espoleta que, de hecho, hizo saltar la cerradura de todos los peores males guardados en la Caja de Pandora… porque ya otros se apoderaban y hacían crujir el planeta, pero solo atenazaban a los pobres y subdesarrollados. En fin, no parecían contar.

«Ninguno de los actuales problemas del mundo se puede resolver por la fuerza, no hay poder global, ni poder tecnológico, ni poder militar que pueda garantizar la inmunidad total contra tales hechos, porque pueden ser acciones de grupos reducidos, difíciles de descubrir, y lo más complicado, aplicados por gente suicida. De modo que el esfuerzo general de la comunidad internacional es poner fin a una serie de conflictos que andan por el mundo, cuando menos en ese terreno; poner fin al terrorismo mundial».

Así definía y alertaba el Comandante en Jefe Fidel Castro en el discurso que pronunciara precisamente el día de los trágicos acontecimientos ocurridos en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001.

Infructuosamente, el visionario Fidel le sugería algo a los que entonces dirigían el poderoso imperio —cuyo representante en la Casa Blanca era George W. Bush, el hijo—, y en aras del bienestar del pueblo norteamericano.

«…les sugeriríamos a los que dirigen el poderoso imperio que sean serenos, que actúen con ecuanimidad, que no se dejen arrastrar por raptos de ira o de odio, ni se lancen a cazar gente lanzando bombas por todas partes. El camino no es la fuerza ni la guerra».

Hicieron exactamente lo contrario, provocaron que emergiera o renovaron el fanatismo y los odios nacionales. El engaño y la manipulación se utilizaron para llevar a cabo la guerra infinita contra el terrorismo a más de 60 oscuros rincones del mundo, como se anunció, y se empeña en hacer lo suyo: el «ojo por ojo y diente por diente». Así estamos.

Bush, el hijo, atacó, invadió, ocupó y destruyó a Afganistán e Irak; su sucesor, Barack Obama, mantuvo esas guerras y proliferó la llamada «primavera árabe», que llevó lo injusto a otros países del área bajo el pretexto de que se combatía lo injusto y en ello destapó la guerra en Siria y en Yemen; el nuevo habitante de la mansión mayor en Washington, Donald Trump, no solo hereda, también expande su propia versión del desbarajuste mundial y pudiera llevarlo al apocalipsis nuclear.

¿A dónde vamos a parar?

A lo interno, en Estados Unidos, tras el 11 de septiembre se desato la cacería de los musulmanes tildándolos de «terroristas». Miles fueron encarcelados, vigilados o deportados y para los más sospechosos —en cualquier lugar del planeta en que se les detuviera— se creó un término para ponerlos en manos de la tortura y la invisibilidad, «combatiente enemigo».

El 13 de septiembre de 2001, el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución que le otorgó a W. Bush una autorización sin precedentes para emplear la fuerza contra «naciones, organizaciones e individuos» que, según su criterio, estuviesen relacionados en cualquier modo con los atentados o con actos futuros de terrorismo internacional, y el día 17 este firmó el memorando secreto que autorizó a la CIA a instalar centros de detención fuera del territorio de Estados Unidos, lugares ignotos en cualquiera de los continentes —incluida la civilizada y aliada Europa— o en buques fantasmas en medio de algún océano, y en noviembre mediante una orden ejecutiva sobre «Detención, tratamiento y enjuiciamiento de ciertos extranjeros en la guerra contra el terrorismo» —título sumum de la ambigüedad y la impunidad—, autorizó al Pentágono a mantener a ciudadanos no estadounidenses bajo custodia indefinida sin cargos en el campo de concentración que erigió en la Base Naval de Guantánamo, en el territorio cubano ilegalmente ocupado por Estados Unidos desde hace más de cien años.

Desde entonces contemplamos una tragedia que el Papa Francisco ha calificado como la Tercera Guerra Mundial segmentada.

Las mayores fuerzas militares de Estados Unidos, de la OTAN y otros aliados, enfrentan a Gobiernos no amistosos ni genuflexos y los destruyen o intentan su derrocamiento, en ambos casos con un inmenso dolor y ruina de sus pueblos; crea y cría cuervos que les sacarán los ojos con diversos nombres —al Qaeda, Estado Islámico, al Nusra, etcétera—, hacen las guerras del imperio y le hacen la guerra al imperio…

La violencia sorpresiva del terrorismo —que también puede ser de grupos de supremacía blanca— toma instalaciones civiles, públicas, y el dolor alcanza a cualquiera, en una guerra sin principios, inhumana e injustificable, aunque no se puede olvidar que ese mismo método se empleó durante decenas de años contra Cuba y esos terroristas de la CIA caminan tranquilamente por las calles de Estados Unidos.

El fanatismo se ha exacerbado, y lo que es peor, lo siguen exacerbando porque ven a Estados Unidos como la «nación excepcional», el superpoder que debe gobernar al mundo, y trazaron el camino con la orden que dio entonces el secretario de Defensa Donald Rumsfeld: «Atacar en masa. Arrasarlo todo. Lo que tenga que ver con esto y lo que no»; de esta forma ha sido su guerra contra el terror.

En aquel discurso de Fidel de hace 16 años, sentenciaba: «posiblemente vengan días peligrosos para el mundo», y lamentablemente tampoco se equivocó en esa mirada de futuro inmediato. «Solo la razón, la política inteligente de buscar la fuerza del consenso y la opinión pública internacional puede arrancar de raíz el problema».

Y agregaba Fidel… «Creo que este hecho tan insólito debiera servir para crear la lucha internacional contra el terrorismo; pero la lucha internacional contra el terrorismo no se resuelve eliminando a un terrorista por aquí y otro por allá; matando aquí y allá, usando métodos similares y sacrificando vidas inocentes. Se resuelve poniendo fin, entre otras cosas, al terrorismo de Estado y otras formas repulsivas de matar (aplausos), poniendo fin a los genocidios, siguiendo lealmente una política de paz y de respeto a normas morales y legales que son ineludibles. El mundo no tiene salvación si no sigue una línea de paz y de cooperación internacional».

Sin embargo, Washington se considera el sheriff mundial y así ha actuado. Su actual mandatario llegó al poder con la consigna de «América primero», dispuesto a erigir un muro en la frontera sur más alto y prolongado, despreciando a los inmigrantes, cerrando puertas a los ciudadanos de casi una decena de países mesorientales, lanzando bravatas demasiado peligrosas y con signos nucleares contra Pyongyang, poniéndole punto final a acuerdos internacionales que intentan equilibrar el entorno natural del planeta, dándole la espalda a acuerdos que pueden propiciar relaciones normales con Cuba, doblegando el raciocinio y haciéndole el juego a quienes quieren sanciones que hagan renacer la Guerra Fría contra Rusia o jueguen igual carta contra Irán.

¿Cómo detener tal insania en un mundo cambiado por la irresponsabilidad de mandatarios que creen contar con «la mayor fuerza de liberación humana que el mundo ha conocido jamás», como dijo el Bush, o «la más magnífica fuerza de combate», como afirma un Trump rodeado de un gabinete de militares y multimillonarios?

Más de 3 000 víctimas y muchas preguntas aún sin respuesta . Foto: Twitter

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