Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un ladrido en el páramo

Han pasado siglos y el bronce sensible de las estatuas no solo repasa los grandes combates de El Libertador; también esculpe el heroísmo de un perro

Autor:

Enrique Milanés León

CARACAS.— Aunque no muestren el mutismo supuesto o real que, según los españoles de la Colonia, padecían los perros de Nuestra América, los actuales canes de Venezuela sugieren algún desgano sonoro, cierta timidez que contrasta con la estampa vigorosa que exhibe la mayoría de ellos. Incluso los callejeros que esta capital llama «cacri», mientras Maracaibo les dice «raboepalo», denotan cierta distinción. 

Reparé en los perros de Venezuela en los altos del Monte Ávila, justo a la vera del recién reinaugurado hotel Humbolt. Allá, dos kilómetros encima de la serena línea del mar, radica uno de los enclaves de la Misión Nevado, dedicada a proteger a las mascotas y, especialmente, a preservar la raza mucuchíes, declarada en 1964 perro oficial de Venezuela en virtud de las hazañas de uno de sus ejemplares.

Como tantas aquí, esta historia comienza a caballo. Camino a la hacienda de Vicente Pino, cabalgaba Bolívar en 1813 por los ventisqueros del páramo andino de Mucuchíes, en los tiempos de su Campaña Admirable, cuando un perro negro de orejas, cola y lomo blancos detuvo a sus hombres. Solo la orden de El Libertador y la llegada del dueño detuvieron las lanzas de los célebres jinetes conocidos como dragones. Bolívar fue terminante: había visto pocos perros tan hermosos y bravíos, así que no solo evitó que lo dañaran, sino que pidió a Pino un cachorro de esa raza.  

Lo tuvo en horas: ¡Era el mismo can, llamado Nevado! Convencido de que semejante mascota necesitaba cuidados especiales, buscó a un hombre para atenderlo directamente. «El indio Tinjacá, que vio nacer al cachorro», le dijeron y el gran guerrero de América mandó a traer al soldado, que también combatía, en otra tropa, por el Ejército Patriota.

Tinjacá lo hizo con tal ardor que muchos le llamaron el «edecán de Nevado», pero el cariño no era cosa de encargo: Bolívar, que daba de comer al perro de sus propias manos y aprendió del indio un silbido particular para llamarlo, se ganó rápidamente la fidelidad del animal.

Desde entonces se les vio juntos en el campamento y en el campo de batalla, donde el ataque del perro a los caballos de los españoles hacía casi tanto daño como la estrategia y la espada de El Libertador. Tanto se reconoció la «beligerancia» bolivariana de Nevado que en algún momento fue hecho, junto a Tinjacá, prisionero de guerra del Ejército Realista.

Los peninsulares aspiraban a hallar de algún modo la pista gloriosa de Bolívar, pero indio y mascota escaparon de puro milagro, inflamando una leyenda que no hace más que crecer.

Separados por un tiempo por esos azares de la campaña, Bolívar y Nevado se rencontrarían en una jornada en que el curtido militar —resignado como estaba a la idea de la pérdida— recibió al perro con una alegría casi de adolescente. Juntos seguirían la batalla.

Si es cierta, la Historia no se marchita. Nadie olvida que el 7 de agosto de 1813, cuando Bolívar entraba hecho triunfo a Caracas, las flores a él dirigidas llovían también sobre el perro Nevado. «Las merece», insistía el guerrero.

Han pasado siglos y el bronce sensible de las estatuas no solo repasa los grandes combates de El Libertador; también esculpe el heroísmo de un perro. En la entrada del pequeño pueblo de Mucuchíes y en la cercana ciudad de Mérida varios monumentos recrean, junto a la gloria del General, sus lazos con el indio y el can.

Cuando callaron los aceros de la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821, dos soldados informaron que Tinjacá y Nevado estaban heridos. Bolívar forzó el galope y, al llegar al sitio de la caída, escuchó al indio, ya moribundo: «¡Ah mi General, nos han matado al perro!».

Dicen que, al ver nieve roja en la piel del can guerrero, al recio Simón Bolívar se le inundaron los ojos. No era para menos: él, que lo había hecho y visto todo en su afán de independencia, seguramente no había vivido hasta esa tarde la desgarradora caída de un perro en combate.  

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.