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De mentira en mentira

La falacia vuelve a ser ahora trampolín para la agresión, cuando insisten en revertir el proceso bolivariano de Venezuela esgrimiendo una y otra vez el vapuleado concepto de ayuda humanitaria

Autor:

Marina Menéndez Quintero

No solo son retrógrados, xenófobos, intolerantes, y por ende, ignorantes: también han de-mostrado tener escasa creatividad los funcionarios que acompañan a Donald Trump en la fatídica política exterior de su administración.

La mentira vuelve a ser ahora trampolín para la agresión, cuando insisten en revertir el proceso bolivariano de Venezuela manoseando, una y otra vez, el vapuleado concepto de ayuda humanitaria, así como el uso del engaño sirvió a otros Gobiernos de Estados Unidos en el deseo de disfrazar y justificar sus intervenciones militares en Afganistán, Irak o Libia...

No hay sobre el tablero algo nuevo. Si en aquellos casos el propósito era «combatir» el terrorismo o la presunta posesión de armas químicas, ahora el discurso vuelve por los fueros de otro término manipulado: los derechos humanos.

El hipócrita modo de hacer tampoco se aleja de los pasos en reversa dados contra Cuba por el Gobierno de Donald Trump, cuyos viejos y desdentados halcones se afilan lo que les queda de garras en pos de conseguir la única verdad que han dicho en los últimos tiempos: pretenden que se acabe el socialismo.

Solo en ese contexto de engañifas y propósitos que reviven el expansionismo de la Doctrina Monroe y el desafuero intolerante de McCarthy, pueden ubicarse las inconsistentes declaraciones de inicios de esta semana proferidas por el secretario de Estado, Mike Pompeo, intentando desacreditar el exitoso referendo constitucional en Cuba: un Sí por la Revolución tan rotundo y transparente como lo necesitaban escuchar los anticubanos en Washington y en Florida.

Tan injerencista y carente de argumentos fue aquel bocadillo de lo que sí constituyó la puesta de una farsa teatral con ca-rácter político (y no la votación de nuestro proceso constitucional, como dijo Pompeo); tan acendrados está en el orbe la credibilidad y el prestigio de Cuba, que las palabras del Se-cretario de Estado no tuvieron absolutamente algún eco.

Con todo, está claro que las peligrosas sandeces del titular estadounidense del Exterior no fueron lanzadas en vano al va-cío. Ha sido otra «mentirilla» pa-ra justificar más agresión y alejamiento.

Nadie debe sorprenderse de que veamos pronto la próxima parada de esa escalada de Estados Unidos contra Cuba, alimentada casi desde la misma llegada de Trump al poder con la fantasiosa y desmentida excusa de los supuestos ataques sónicos a funcionarios de su hoy desmantelada Embajada en La Habana.

En unos días se cumplirán los 45 días que Trump firmó para mantener en suspenso el Título III de la oprobiosa ley Helms-Burton; y para que no se ejecute, será necesaria otra firma.

Nadie les ha dado vela en el entierro, pero ellos las toman. Por eso tampoco debe extrañar que los injerencistas, absolutamente innecesarios y provocadores criterios de Pompeo formen parte del arsenal de mentiras para justificar la implementación del Título III, junto a otros embustes de trágica monta como la reiterada aseveración de la ultraderecha política de EE. UU., de que nuestro país tiene presencia militar en Venezuela, lo cual ha sido firmemente desmentido por Cuba.

Con la entrada en vigor de esta parte de la ley Helms-Burton, Trump podría satisfacer los apetitos revanchistas de la octogenaria reacción de origen cubano en Florida, relevada por lamentables «capullos» como Marco Rubio, y obtener —según estiman analistas es su preocupación— el favor electoral de Florida. O podrá satisfacer Trump sus propios sueños de trasnochado emperador inconmovible en América Latina. Pero también se puede ganar más enemigos en el mundo.

Si algo descuella de la Helms- Burton es su carácter extraterritorial por las presiones que ejerce contra terceros países al prohibirles el comercio con Cuba, algo que se recrudece en el Título III cuya aplicación hasta ahora ha estado suspendida.

Su aplicación sería una virtual declaración de guerra comercial contra países cuyas empresas hayan invertido en sitios que los presuntos interventores consideren «propiedades» confiscadas a estadounidenses, con una salvedad: se considerará tales, además, a cubanos residentes en EE. UU. que en los años de 1960 todavía no tenían esa ciudadanía.

Ello permitiría establecer demandas ante los tribunales de Estados Unidos contra personas o compañías que se en-cuentren «traficando» con una propiedad nacionalizada por el Gobierno cubano después de 1959. Quiere decir, que tengan inversiones en ellos.

Su aplicación se basaría en otra sonada mentira: el supuesto impago cubano en virtud de las nacionalizaciones realizadas, con apego a las leyes, por el triunfante Gobierno Revolucionario después de 1959, y de las que las empresas estadounidenses no recibieron compensación por la negativa del propio Gobierno de Estados Unidos en aquel momento.

Así, de falacia en falacia, Washington ha querido inútilmente justificar el bloqueo, a pesar de que nadie en el mundo le cree. Así lo va a recrudecer. Pero encontrará, inamovible, la decisión de Cuba de ser independiente.

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