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Propósito

Para el peruano Carlos Daniel Espinoza Díaz, los cubanos son los mejores del mundo en esa danza de golpes que protagonizan los púgiles entre las cuerdas

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Detrás de la mascarilla, casi nada se puede ver de su cara. Solo un par de ojos demasiado inquietos dan movimiento a un rostro que no se puede adivinar de una edad determinada. Tampoco su pelo, cubierto por un gorro blanco, se identifica demasiado, aunque su piel anuncia que el color negro es casi una seguridad.

Pasan por delante de él muchas personas y les sirve solícitamente. «Buenas tardes… gracias… buen provecho…» son algunas de las palabras que se le escucha decir, y de ahí se advierte que el muchacho debe haber celebrado, a lo sumo, 20 o poco más cumpleaños.

Nada más ver el uniforme con la bandera cubana, algo salta dentro de él. Emocionado, el chico se desprende de las piezas que ocultan sus facciones, y se acerca a nosotros. Es muy joven, y en donde antes solo se veía un pedazo de tela, ahora viste una sonrisa.

«¿Son de Cuba?», pregunta, y ante la respuesta afirmativa se muestra como un niño que acaba de entrar a una enorme juguetería. Claro que su atracción por la Mayor de las Antillas no tiene nada que ver con fantasías infantiles. Su admiración por nuestra patria lleva guantes y se pasea por el ring lanzando ganchos y rectos.

Carlos Daniel Espinoza Díaz es un gran aficionado del boxeo, deporte que allá en la Isla tiene historia y resultados como para llenar un grueso volumen, al mejor estilo «bíblico». Para él, los cubanos son los mejores del mundo en esa danza de golpes que protagonizan los púgiles entre las cuerdas.

Hasta 2016 formó parte de la selección nacional juvenil de Perú, pero debido a varias razones tuvo que dejar el deporte de alto rendimiento. Oriundo de la histórica Barrios Altos, zona insegura situada al este de la capital, Carlos tiene que lidiar con las complejidades sociales en su ambiente, además de tener un padre diabético que ya no puede sustentar a la familia.

Actualmente estudia administración de empresas, y tanto él como su hermano, trabajan de noche. En su caso, le ha tocado hacerlo en la sala de prensa de los Juegos Panamericanos. Allí lo conocimos, y nos enteramos de que el boxeo había sido lo que le dio sentido a su aún corta vida.

«De pequeño era bajito y gordito, y me hacían bullying en la escuela. Entonces decidí anotarme a clases de boxeo como una manera de superar ese miedo. Tuve apoyo de mi familia, sobre todo de mi abuelita, que era una gran fanática. Al final, practicarlo me dio disciplina, y a la vez un propósito para la vida», cuenta el muchacho.

Para él, la cita de Lima 2019 significa una gran oportunidad para que el deporte del país crezca y se desarrollen otros, además del fútbol, la gran pasión nacional.

Luego de algunos minutos de conversación, cada uno debió regresar a su labor. Al final, estuvimos de acuerdo en que, aunque ninguno de los dos luchemos por una medalla, de alguna forma también somos parte de estos Juegos.

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