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Latinoamérica: la puja entre el bien y el mal

En ninguna otra región se ve tan claro, posiblemente, ese encontronazo entre un modelo que nace, y el que se resiste a dejar de ser. El «fatalismo geográfico» de una mala vecindad

Autor:

Marina Menéndez Quintero

De un lado, una nación nadando a brazo partido para salir del remolino que amenazaba terminar de llevarse todo al caño; del otro, plomo y sustancias tóxicas para enfrentar a quienes exigen el golpe de timón que los saque del torbellino…

Tal lienzo de posturas retrata puntualmente a Argentina y a Chile, pero alcanzaría a describir la América Latina que deja este 2019: una región «partida» entre quienes creen en el otro mundo posible, y los que se niegan a dejarlo nacer.

Posiblemente, en ningún otro pedazo del mundo se vea hoy con tanta claridad esa puja entre un sistema que ha demostrado, en la injusticia social, sus insuficiencias, y otro al que las agresiones y asfixias económicas le cercan la posibilidad de ser.

Tal «privilegio» de continente en lucha tiene razones geopolíticas evidentes. El renovado sentimiento de Washington de sentirse dueño de quienes le quedan al sur, significa para América Latina y el Caribe un peso: el fatalismo geográfico de región constantemente amenazada en su soberanía y su integridad, porque es una suerte de «zona en disputa».

La persistencia de las oligarquías nacionales, históricamente poderosas, en su ambición de seguir siendo dueñas, le han vuelto a abrir la puerta a esos intereses hegemónicos del Norte, y hasta les sirven de marionetas.

De ese modo, la ultraderecha estadounidense y regional trata de borrar la «década ganada» que dejaron los Gobiernos progresistas latinoamericanos a partir de los años 2000, y promueve o protagoniza las guerras no convencionales, y los golpes de Estado donde se dan la mano métodos viejos con otros nuevos.

Se inscriben, en el primer caso, las sanciones económicas y financieras unilaterales, los sistemas judiciales penetrados y amañados para poner tras las rejas a los líderes progresistas, y un sistema de desinformación bien engrasado que propala las mentiras, ahora auxiliado eficazmente por las redes sociales.

Vuelven los militares, en la segunda modalidad, a plantar la bota, en un ejercicio abusivo que se quiere disfrazar, después, de civilidad, con la imposición de ejecutivos almidonados y de aparentes buenas maneras, pero de actuación muy ruda.

Entre unos y otros modos de injerencia criminal emergen, con fuerza inusitada, los inconformes con un modelo que América Latina ya estaba dejando atrás, y que en algunos lugares pervive en estos días a golpe de sangre y fuego.

Contraposiciones 

El golpe contra Evo y el MAS en Bolivia —artero porque se le disfraza de renuncia tras el farisaico «fraude electoral»; fascista, porque mata en las calles y persigue de modo selectivo—, se asemeja a otros escenarios de violencia policial y militar.

Los poderes hegemónicos y oligárquicos sacaron del Gobierno a Morales y reprimen en Bolivia, para imponer la marcha atrás. En Chile, esas mismas fuerzas sacan a los jóvenes de los portales en plena noche y les disparan a los ojos si van en manifestación, para impedir que la nación camine... Para impedir que la juventud mire.

En tramoya hay un entramado imposible de soslayar, aunque no esté a la vista: el evidente fracaso en materia social —y, en algunos casos, también para la macroeconomía— de ese modelo neoliberal que se reimpone como instrumento de dominación, porque significa también domeñar el pensamiento y la ideología.

Los próximos meses pueden ser cruciales para definir cuál será el futuro inmediato en ambas naciones.

El multitudinario Consejo Nacional Ampliado del MAS acordó en Cochabamba pelear en el terreno de los golpistas las elecciones anunciadas por Jeanine Añez. Foto: Los Tiempos

En Bolivia, la aceptación por el MAS y Evo del convite electoral anunciado por el ejecutivo golpista, significa un desafío que no estriba tanto en el respaldo popular esperado en las urnas, como en la dudosa transparencia de comicios que buscan, justamente, terminar de desfalcar la refundación.

También los próximos meses serán cruciales en Chile. La convocatoria a una Asamblea Constituyente desde el Congreso augura un proceso regido desde lo alto de las cúpulas políticas, donde no se sienten representadas las fuerzas populares y sociales que tienen en crisis de nervios a Sebastián Piñera.

Hasta ahora, esos movimientos no han aceptado sumarse al carro. No se sabe si lo aceptarán.

De cualquier modo, los encontronazos que sufre la derecha neoliberal sembrada en el poder por el régimen político inamovible que dejó la dictadura de Pinochet, podrían reiterarse, aunque en otro terreno.

En noviembre de 2021 tendrán lugar las próximas elecciones presidenciales chilenas, y es posible que los acontecimientos de hoy nutran la consolidación de los actores políticos de izquierda y centro, los delineen mejor, o resulten la base de otros que pudieran nuclear al progresismo, y representar los intereses de esos que sufren el abismo, agazapado tras la vitrina que ha sido, hasta ahora, el modelo neoliberal al modo chileno.

Retomando el hilo

¿Logrará el terror policial disuadir a quienes quieren Constituyente y un mejor país? Foto: Reuters

Pero si Bolivia y Chile resultan representativos como símbolos de nación que recuperó sus riquezas y derechos, la una, y el otro, como país al que no se le quiere dejar cambiar, Argentina resulta paradigmática porque muestra, como ningún otro país latinoamericano, la inoperancia del neoliberalismo, y las consecuencias terribles de su aplicación a rajatabla.

Siendo la nación que más profundo cayó en el hueco excavado por las recetas fondomonetaristas durante los años de 1980 y la década perdida, Argentina salió a flote con el empuje de una ciudadanía que respaldó la acción restauradora de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Sus ejecutivos volvieron a echar a andar la economía, soltaron al país de las riendas del Fondo Monetario Internacional y de los acreedores privados, recuperaron para la nación sus fábricas, sus recursos y hasta los parques que se habían privatizado, y devolvieron a los ciudadanos la posibilidad de trabajar y de comer.

Sin embargo, el deseo derechista de propulsar la marcha atrás satanizó sus ejecutorias, e impulsó por el despeñadero a esa parte del electorado que creyó en las luces de neón de Mauricio Macri y, en 2015, aprobó que le llevaran —¡otra vez!— a un ya conocido callejón sin salida.

Fue ese el inicio de lo que muchos han llamado restauración neoliberal. Pero en Argentina apenas duró cuatro años. Allí la derechización ha tenido su primer tropiezo fuerte: Alberto Fernández ha sido elegido para retornar el país a la senda del crecimiento y la justicia social; aunque será todo un desafío deshacer el desastre macrista.

Otros tampoco se quedan como están

Aunque la inestabilidad chilena sea considerada como «despertar», lo cierto es que resulta catarsis de un cansancio acumulado, y expresado muy bien por una de las consignas más difundidas por los manifestantes.

«No son 30 pesos —dicen los insubordinados, en alusión al aumento en los pasajes que encendió la mecha de las protestas— son 30 años», agregan, para referirse al tiempo que llevan maniatados por la misma Constitución de Pinochet. 

Cansancio o despertar, sin embargo, hay en otras partes. Las manifestaciones en Colombia dejan ver la emergencia de otro movimiento reivindicativo y pacífico popular, capaz de nuclear a organizaciones sociales con propuestas que tocan, desde asuntos económicos como su oposición a una anunciada oleada privatizadora, hasta la exigencia política de que se cumplan los acuerdos de paz.

Colombia en paro nacional contra Iván Duque. Foto: Espectador

Allí también el neoliberalismo a pulso está haciendo crisis. En contra, se ha esbozado un temario tan amplio de demandas como el espectro social que lo enarbola, y muestra así una capacidad de unirse pocas veces vista; sobre todo cuando, como ahora, no hay un motor impulsor a la vista.

Parecidas inconformidades ha provocado el ya visible programa fondomonetarista del Gobierno ecuatoriano, y el rechazo expresado, mayormente, por los sectores indígenas, negados a que se apliquen  —¡otra vez!— conocidos recetarios...

En Brasil, que desde inicios de 2019 está sumido en otro regreso al pasado de la mano de Jair Bolsonaro, los de abajo que, engañados o no, votaron por él, están empezando a ver claro. 

La resistencia a la derechización de Bolsonaro se expresa en la conseguida libertad de Lula. Foto: Brasil de Fato

Lo que más les duele

Nadie debiera dudar de que, detrás de la inestabilidad económica, social y política de la América Latina de hoy, se halla el reverdecido deseo hegemónico del Norte, que trata de arrancar —donde puede y como puede— los eslabones de la formidable cadena integracionista en gesta.

Un problemón para Washington es que termina 2019 con todas sus agresiones y no han podido derrotar a los bolivarianos en Venezuela. Foto: El País

En esa estrategia se insertan la «no declarada» guerra contra Venezuela y las medidas punitivas contra Cuba, cada vez más sofisticadas por su crueldad, pero también por el carácter inédito de su hipocresía.

Ese afán arrasador sobre Latinoamérica no ha conseguido estadíos definitorios donde pudo reimponer a los neoliberales y obedientes al imperio, ni ha logrado apagar el deseo de las mayorías de que triunfe el bien por el que lucharon Chávez y Bolívar: ese que asegura a la gente la mayor suma de felicidad.

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