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Muchos quieren al outsider, de veras, fuera del juego

Pululan los pedidos de juicio político, pero la salida de Bolsonaro por vía judicial es incierta

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Pudiera parecer una paradoja que el hecho de considerarse a Jair Bolsonaro un hombre fuera de la política —en términos políticos le llaman outsider— sea recurrente ahora pero en un dramático contexto que lo podría dejar, sencilla y realmente, fuera del juego.

Su autoritarismo y su intolerancia son mencionados por observadores brasileños como causas del fracaso gubernamental, a pesar de los seguidores que conserva, y a los cuales aúpa en cada movilización dominical con las que sigue burlándose y desafiando al aislamiento y a la Covid-19.

Quizá ese sea el propósito con sus criticadas citas multitudinarias de domingo: mantener al «ganado» cerca —término inapropiado para las personas, pero a tono con la visión bolsonarista de que Brasil es su finca— al tiempo que busca conservar apoyo para seguir retando a duelo al Congreso, cuya abolición ha pedido tantas veces, al Tribunal Supremo, y a toda la institucionalidad. Pocas veces se ha visto a un dictador, peor disimulado bajo el disfraz de presidente democrático.

Brasil galopa sobre una crisis política que tiene asiento en la crisis económica y será aún más profundizada por una crisis imparable hasta hoy, que amenaza seguir rodando si sigue sin hacerse caso, allí, a la pandemia: la crisis provocada por el coronavirus.

Al conocer sus guerras internas contra tirios y troyanos, una se detiene a pensar a quién, en verdad, desafía… Como no sea realidad el apunte realizado en una entrevista por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva: «El Gobierno transforma a quienes están preocupados por el coronavirus en enemigos».

El hueco en que Bolsonaro se hunde a sí mismo y hunde al país ya se estaba cavando cuando llegó el contagio, pero, obviamente, sus malos manejos de la enfermedad y la manera en que esta se ceba en la ciudadanía han  excavado más aceleradamente, usando el explosivo que significan sus constantes contradicciones con los miembros del Gobierno que no han sido ya sustituidos.

Expulsó primero a su Ministro de Salud por contradicciones en torno a cómo atender la pandemia, y el segundo renunció por similares controversias. Pero lo que puso más alto el grito de que el ejecutivo brasileño hace aguas, fue la dimisión de quien fue su mano derecha para triunfar en las elecciones de 2018: el juez Sergio Moro, quien usó la operación Lava Jato para satanizar y lapidar a la izquierda, y a quien Bolsonaro le debe la presidencia.

Algunos estiman que el próximo que se podría ir es su asesor en Economía, el neoliberal ministro Pablo Guedes, posiblemente frustrado por los 30 000 millones de dólares en pérdidas económicas inherentes a la paralización por el contagio y, que se suman a dos años de recesión y débil crecimiento.

Solo la presencia de los militares en el ejecutivo, sector del que Bolsonaro procede y, según algunos expertos, los únicos en quien confía, parece sostener la precaria estabilidad política. Y aunque preocupa el hecho de que hoy ocupen en torno a un tercio de los cargos en el gabinete y hasta se especulara, hace algunas semanas, que asestarían otro golpe a la democracia de Brasil, parece más plausible pensar que, por el contrario y por duro que sea, son ellos quienes lo sostienen y hasta toman algunas decisiones… Algunas, porque si algo se ve que le gusta a Bolsonaro, es ordenar.

Tal cuadro desemboca en la posibilidad del impeachment, que ha sido solicitado en una treintena de peticiones que reposan desde fines de marzo sobre la mesa del jefe de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, incluyendo la del izquierdista y exgobernante Partido de los Trabajadores (PT).

Pero el propio Lula ha dicho que acceder al juicio político en virtud del pronunciamiento de su agrupación política no sería lo conveniente, y pese a estimar que, al atentar contra el pueblo y las instituciones, Bolsonaro ha cometido ya varios «crímenes de responsabilidad», una de las causales que valdría para acceder a su enjuiciamiento en el Congreso.

En opinión del líder del PT, ese proceso debe ser solicitado por una instancia no partidaria, «si no, será una propuesta ideologizada y eso constituirá pretexto para que muchos diputados no quieran participar en ella», comentó a la AFP.

No obstante, entre las peticiones para que el juicio se abra, están también las formuladas por entes y agrupaciones no precisamente partidarias como el Movimento Brasil Livre, que considera al gobierno actual, inviable políticamente.

Lo más interesante son las alianzas que el pedido de destitución de Bolsonaro está haciendo catalizar una unión circunstancial que no se logró, en su momento, ante la contingencia de ir a las urnas, obviamente, por las aspiraciones políticas.

El Partido Social Liberal, el Verde, el Socialista Brasileño y el Democrático Laborista decidieron apoyar las iniciativas de cada formación y de sus respectivas bancadas parlamentarias, de forma conjunta, a favor del impeachment, algo que ya habían protagonizado antes tres excandidatos presidenciales, junto a los presidentes de seis partidos progresistas y otros líderes de la llamada centroizquierda brasileña.

El PT, por su parte, tenía previsto debatir esta semana, online, una estrategia común frente a la debacle política que hace presa al país, reforzada por las denuncias formuladas por Sergio Moro contra su exmentor al momento de la renuncia, al acusar a Bolsonaro de interferencia en la gestión policial para proteger a sus hijos, uno de ellos, Flavio, bajo sospechas de corrupción. 

¿Condiciones dadas?  

Aunque parezca que la situación no da más, un giro tampoco es visible a la vuelta de la esquina, ni el panorama de salud en Brasil parece dejar espacio para ello, pese a que ha sido, precisamente, la catapulta de la crisis final.

Gracias a la inacción de un país que sanitariamente se ha visto coartado por la presión de Bolsonaro contra las medidas de las instituciones internacionales y de sus propias regiones para frenar la pandemia, Brasil llega a este fin de semana en el lugar número uno de contagiados y muertos entre las naciones de América Latina y tercero del mundo.

Hay, no obstante, otros frenos. En la Cámara de Diputados, que debe dar visto bueno a un eventual proceso judicial, Rodrigo Maia se niega desde hace más de un mes a atender a las solicitudes de impeachment y argumenta que derrotar la Covid-19 es la prioridad. Sin embargo, muchos creen que guarda ese as bajo la manga.

Además, los apoyos populares con que cuenta Bolsonaro todavía pesan. Conformes con la visión del mandatario de que el nuevo coronavirus es solo una «gripezinha», las encuestas estiman que poco más de la mitad de los ciudadanos está en contra del juicio político.

Según el más reciente estudio de opinión de la firma Datafolha, un 45 por ciento está a favor de ese proceso, pero un 48 por ciento se pronuncia en contra; un 38 por ciento rechaza la gestión  gubernamental, pero un 33 por ciento la respalda.

Y lo que analistas llaman «el bolsonarismo» se mantiene activo, y enarbola las demandas que el jefe les «sopla»: por eso arriesga sus vidas en las calles los domingos.

Eso parece lo más trascendente cuando los que pudieran llamarse requerimientos judiciales, existen, toda vez que en las demandas se acusa a Bolsonaro de crimen de responsabilidad en atención a su mala gestión frente al virus, y de interferencia política, entre otros cargos que bastarían para sentarlo en el banquillo congresional.

Sin embargo, parece que esta vez el giro de timón no será tan expedito como cuando se infligió el golpe parlamentario contra Dilma. Entonces, la presión de los medios satanizadores y aliados a la derecha, desempeñó un papel que no se ve contra Bolsonaro hoy.

Pero tal vez habría que dar la razón a Rodrigo Maia: en medio del terrible azote de un virus minimizado por el mandatario mientras mata a cientos de brasileños, resulta difícil, muy difícil, predecir qué pasará.

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