Plaza de Ba Dinh, 2 de septiembre de 1945. Ho Chi Minh lee la Declaración de Independencia de Vietnam. Ha sido derrotado el colonialismo francés en una larga lucha que, sin embargo, no trae la paz para el abnegado pueblo. Continúa el duro batallar contra la intervención de Estados Unidos en el Sur de la nación. La reunificación del país solo se logra 30 años después, al costo de millones de vidas de un pueblo heroico, que logra expulsar definitivamente a los invasores el 30 de abril de 1975.
Cuba celebra la fecha y renueva votos de solidaridad y hermandad. Hasta Hanoi llegaron las misivas del General de Ejército Raúl Castro Ruz en nombre del pueblo cubano y del Partido Comunista, y de Miguel Díaz-Canel, encabezando las felicitaciones de otros dirigentes del Estado y del Gobierno a sus homólogos de la nación de la llamada Indochina, a la que Martí nos enseñó a amar y admirar desde La Edad de Oro en Un paseo por la tierra de los anamitas.
«La ocasión es propicia para reiterarle la voluntad de continuar fortaleciendo los entrañables lazos de amistad y cooperación que caracterizan las relaciones entre ambos países», escribió el Primer Secretario del Comité Central del Partido; mientras el Presidente confirmaba el orgullo de los cubanos «por los históricos y solidarios vínculos forjados entre ambos pueblos en la lucha común por la libertad, la independencia y el desarrollo».
Por azar de la historia, cuando el pueblo vietnamita celebra su Día Nacional, rinde doble homenaje a su fundador, el venerado Tio Ho, a quien la vida en la Tierra no le alcanzó para ver la verdadera independencia y la unidad de su nación, porque murió el 2 de septiembre de 1969.
Sin embargo, trazó la senda y el mismo pueblo que luchó con las armas en la mano en desigual y cruenta batalla, trabaja ahora en la construcción de una nación que se distingue en la región por sus logros socio-económicos, en progreso constante y por la modernización.
