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Perú: presidenciales de «brazos caídos»

Pandemia, crisis económica y escasa credibilidad en la política conforman el escenario de las presidenciales de abril 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Quienes recuerden las masivas protestas que obligaron a dimitir al presidente sustituto Manuel Merino en Perú, podrán entender mejor la enorme franja de votantes que, hasta hoy, se estima podría dejar su voto en blanco en las elecciones presidenciales del 11 de abril.

Hace apenas cuatro meses, las manifestaciones evidenciaban ya el cansancio de la ciudadanía con la política, reeditando momentáneamente la actividad de los movimientos sociales que sacudieron al país hacia fines de los 1900 por demandas tan sentidas como el derecho sobre los recursos naturales frente a las privatizaciones, o contra la propuesta del ALCA. Los años 2 000 serían pródigos hasta hoy en la sustitución o el encartamiento de presidentes acusados de corrupción.

En noviembre, los motivos se fueron dando la mano para mantener a las principales ciudades, durante varios días, en pie. Las protestas se iniciaron para rechazar el modo en que el Congreso, por rencillas de tiendas políticas y sin juicio, depuso a Martín Vizcarra bajo acusaciones no probadas de corrupción, ante una población sorprendida y sometida al vaivén injusto de los intereses particulares de los políticos.

Salió Vizcarra del poder y se nombró a Merino, pero el modo criminal en que este reprimió aquellas movilizaciones le costó, en dos días, el puesto, que sería ocupado por el congresista Francisco Sagasti, del Partido Morado.

La sucesión de tres mandatarios en una semana y el hecho de que el país pasara a ser dirigido, después de Vizcarra, por la tercera figura en el escalafón político del país y, luego, apenas por un legislador, fue considerado por observadores como muestra de «una crisis terminal» del sistema político peruano.

Los hechos están muy cerca y si bien la crisis terminal no ha concluido con la vida del paciente, lo cierto es que lo mantiene en terapia.

Bajos niveles de vida, mala atención a la pandemia, y corrupción también fueron detonantes de aquel disgusto popular y se mantienen, hasta llegar a manejos turbios tan escandalosos como el vacunagate, propiciado por titulares ministeriales y sectores «de arriba» que se apropiaron y pusieron las vacunas, en perjuicio de la ciudadanía.

Por eso es obligado volver a aquellos acontecimientos, explicativos de la apatía de un electorado que no ha visto, en este lapso, las propuestas transformadoras catalizadas durante esas jornadas de calle, y a pesar de que la ejecutoria de Sagasti haya conseguido cierta estabilidad, timoneando hacia el puerto electoral: un refugio más o menos seguro, de acuerdo con las circunstancias.

Claro que el tiempo ha sido breve para hacer valer el proyecto de Constituyente en que desembocaron aquellas movilizaciones, así como resultaba insuficiente para conseguir el liderazgo político o social que aglutine mejor a quienes esperan cambios, y oriente.

Precisamente, la espontaneidad de las explosiones sociales se van reconociendo como denominador común de los tiempos recientes latinoamericanos (recordemos también las movilizaciones en Chile y Colombia) motivadas, como en los años de 1980 y 1990, por el «no da más» provocado en la gente por el escarnio neoliberal —modelo repuesto en algunos países de la región—, y por el descrédito de los principales y más conocidos líderes partidistas.

Tales condiciones van convirtiendo también en algo conocido la emergencia de los llamados outsider: figuras supuestamente desligadas de la política a quienes se entrega el voto al considerárseles limpios de las prácticas sucias.

Ahí tenemos el caso de Nayib Bukele en El Salvador y el de Jair Bolsonaro en Brasil: este último, una jugada sorpresiva y engañosa.

Por similares derroteros transcurre el entramado electoral peruano. Si bien no puntea entre los primeros, aparece en la larga lista de 18 candidatos inscritos —atomización que también se reitera y ya vimos en Ecuador— el nombre de un exfutbolista profesional: George Patrick Forsyth Sommer, además, exalcalde y empresario, quien «pugna» por el segundo puesto con otra cara nueva, la del ultraderechista Rafael López Aliaga, y con Keiko Fujimori: una conocida
de vieja data, ante la cual muchos peruanos contradecirían el proverbio y afirmarían que es mejor «lo nuevo por conocer».

Punteando se ubica al exlegislador Yonhy Lescano, del partido Acción Nacional, el aspirante que más intenciones de voto recoge apenas con… ¡14 por ciento!

Los tres que lidian por el segundo puesto tienen, cada uno, menos de diez.

Credibilidad en cero

Cientos de peruanos rechazaron al presidente Manuel Merino, quien apenas duró seis días en el poder. Foto: Reuters.

Si todo sigue como va y los sondeos no se han equivocado, ganarán la incredulidad y la poca fe en la política peruana. Según los estudios de opinión hasta la semana que termina, apenas el 28 por ciento de los consultados tiene decidido su voto, mientras un 45 por ciento asegura que aún no sabe por quién votará. Otro 25 por ciento dice que «no ha pensado nada», reportó EFE.

Así, se da en el panorama preelectoral peruano una correlación de números poco vista de manera tan acusada: los indecisos rondan el 30 por ciento y el candidato con más favor anda por el 14 por ciento.

Para analistas locales, a la crisis de credibilidad de la vieja política se añade el desinterés propio de una elección en medio de una pandemia con crisis económica. Y tampoco los candidatos están hablando en sus campañas de los temas que preocupan a la ciudadanía. En todo caso, Lescano, tildado por los observadores de populista, ha acercado el dedo a la llaga al prometer que, si triunfa, dará paso a un referendo constitucional como el chileno.

El progresismo antineoliberal no transita caminos mejores que las fuerzas contendientes, dividido y evidentemente, sin conectar con las bases que removieron el país a fines de 2021.

En un mensaje dado a conocer esta semana, la agrupación Perspectiva Socialista llamó a la unidad de las fuerzas de izquierda participantes en las elecciones, de modo que los candidatos más rezagados adosen su aspirantura a quien tenga mejor posición.

En ese caso aparece la alianza Juntos por el Perú, que postula a Veronika Mendoza, quien se presenta por segunda vez y anda ahora por el cuarto puesto, con apenas seis por ciento de intenciones de voto. Aparte va el partido Perú Libre.

«La única manera de lograr la justa aspiración de todos los sectores populares que han luchado y siguen luchando contra el neoliberalismo y sus gobiernos, o que están descontentos por la situación que padecen, es, ahora más que nunca, y únicamente, mediante la unidad», dijo el comunicado.

Mientras ello se consigue, la vida nacional transcurre sobre la atomización política, el escepticismo, y una crisis social que se va haciendo añeja.

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