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Las muletas de Netanyahu

Líderes fascistas y supremacistas judíos, partidarios de proseguir la colonización y el apartheid en Palestina, encabezan  la mayoría de derecha y ultrarreligiosos que domina el Parlamento israelí

Autor:

Leonel Nodal

Benjamín Netanyahu no dudó en agarrarse de un clavo caliente —como suele decirse— con tal de conservar su influyente cargo de primer ministro para librarse de una condena a prisión en el juicio que se le sigue por corrupción.

La mayor sorpresa de las elecciones efectuadas en Israel el pasado 23 de marzo fue el ingreso al Parlamento —por primera vez—  de Itamar Ben Gvir, un controversial político supremacista judío, inculpado en 53 ocasiones por incitación al racismo y conducta violenta.

Ben Gvir, jefe del partido Otzmá Yehudit, promotor de una tendencia política declarada «terrorista» hasta en Estados Unidos, llegó de la mano del diputado nacionalista Bezalel Smotrich en la lista HaTzionut HaDatit (Sionismo Religioso), que contra toda expectativa obtuvo seis escaños en el Knesset, el Parlamento unicameral israelí.

Ambos políticos, convertidos ahora en dos nuevas muletas de Netanyahu, ilustran su  decisión de cruzar una peligrosa barrera con tal de sumar apoyos para seguir en funciones.

Sin embargo, su atrevimiento y falta de escrúpulos puede transgredir todavía otros tabúes, impensables hasta ahora.

Su ambición de poder lo llevó a romper la coalición de conveniencia con el general retirado Benny Gantz, líder del opositor partido Azul y Blanco.

Gantz, quien se forjó una imagen moderada de centroderecha, aceptó la rotación en el puesto de Jefe de Gobierno a partir de noviembre pasado, pero Netanyahu aprovechó desacuerdos respecto al presupuesto para provocar la cuarta consulta electoral a los israelíes en los últimos dos años.

Al parecer, según pinta el rejuego poselectoral, el líder del Likud todavía pudiera provocar un quinto llamado a elecciones, aunque parezca un hecho insólito.

¿Quién gobernará en Israel?

La ruta seguida por el controversial Netanyahu ya lo llevó a otras rupturas precedentes con líderes y partidos de la derecha colonizadora, como Avigdor Lieberman, jefe del partido Yisrael Beitenu, cuya base electoral es la extensa comunidad de judíos rusos, emigrantes ambiciosos de tierras y riquezas.

Otro es Neftali Bennet, de Yamina, un furibundo partidario de la expansión colonial en Cisjordania ocupada, quien dirigió la cartera de Educación en su último equipo ministerial y renunció, con la pretensión de sustituirlo.

Las negociaciones para formar un nuevo gobierno se desarrollan a la sombra de un juicio contra Netanyahu, acusado de corrupción, fraude y abuso de confianza, tres cargos que niega por completo.

Sin embargo, todo el proceso tiene rasgos de una farsa, ya que si se le declara culpable, Netanyahu no se verá obligado a dimitir como primer ministro, a menos que sea condenado con todas las apelaciones agotadas, lo que podría llevar varios años.

Según lo establecido en el Estado judío, el presidente Reuven Rivlin encargó a Netanyahu la formación de un nuevo equipo ministerial.

«Tomé mi decisión basado en las recomendaciones de los partidos, las cuales indican que el diputado Benjamín Netanyahu tiene una mayor posibilidad de formar gobierno», dijo Rivlin.

«No es una decisión fácil para mí, tanto moral como éticamente», admitió el jefe de Estado, al hacer la declaración televisada.

Cincuenta y dos diputados del recién electo Knesset recomendaron encargar a Netanyahu la formación del próximo gobierno, una empresa que requiere asegurar que nueve parlamentarios opositores pasen a su campo.

La extrema derecha se mostró hasta ahora imperturbable por el juicio al jefe de Gobierno,  pues, sin dudas, dentro y fuera del país ha sido el mejor servidor de sus intereses.

Netanyahu, por su parte, no ha sido leal a nadie más que a sí mismo, según opinan quienes conocen su concepto de lealtad, pero ahora esa estrategia parece estarse agotando.

La parálisis provocada por la pandemia de la COVID-19 ha forzado a Israel a atravesar una de las crisis económicas y de salud más profundas de la historia sin un presupuesto público, recordó el diario The New York Times.

El resultado de los comicios mostró que Israel se encuentra en un espinoso trance. Su sociedad está muy fragmentada y su sistema político revela nuevas grietas con cada ronda de elecciones.

En la consulta más reciente solo 4 435 805 electores ejercieron el sufragio (67,43 por ciento de los votantes registrados) en una población total de 9 200 000 habitantes.

En  estos momentos 13 partidos, que se reparten las 120 bancas del Parlamento, se disputan la mayor porción posible del pastel del poder.

El Likud obtuvo el número más importante de escaños en el Parlamento (30) en las elecciones, y recibió el apoyo de los partidos ultraortodoxos y la fuerza de extrema derecha «Sionismo Religioso».

En el lado de los anti-Netanyahu, decididos a sacar al primer ministro con la mayor permanencia en el poder en la historia de Israel, 45 diputados recomendaron al centrista Yair Lapid, líder del partido Yesh Atid.

Lo decisivo y mucho más importante es que la extrema derecha, formada por los fundamentalistas religiosos y los partidos de los colonos, obtuvo una victoria clara y sin precedentes.

Según la evaluación más cautelosa, esas agrupaciones juntas ocupan 72 escaños en el Parlamento de 120 miembros.

 «Tanto la extrema derecha como los “centristas” suscriben versiones de la ideología de colonos del sionismo», apuntó el reconocido investigador Jonathan Cook.

En contra de la extrema derecha están los que se denominan vagamente los «centristas»  —Yesh Atid y Azul y Blanco— que ganaron entre ellos 25 escaños,  igualmente comprometidos con la expropiación de territorio palestino y la limpieza étnica, aunque de un modo más discreto.

Y la  «centro-izquierda», representada por el Partido Laborista y Meretz.

Los diez cupos finales se repartieron a partes iguales entre los diversos partidos formados por ciudadanos palestinos de Israel, integrados en Raam, movimiento islamista que encuentra puntos en común con los partidos judíos ultraortodoxos, y la Lista Conjunta, una alineación de grupos liberales, nacionalistas y comunistas.

Asuntos decisivos ignorados

El debate político entre los partidos de la derecha, la extrema derecha, ultraortodoxos religiosos sionistas y los pretendidos «centristas»  —la fuerza mayoritaria— en el Parlamento dominado por la disputa entre los pro y anti-Netanyahu y sus ambiciones, ignoró asuntos claves que atañen a toda la región de Oriente Medio.

Los temas de política exterior y seguridad quedaron a un lado. Israel mostró poco interés en las negociaciones estancadas con la Autoridad Palestina o la asfixiante expansión de los asentamientos judíos ilegales en la ocupada Cisjordania.

Tampoco abordaron la tensa situación en las relaciones con la Franja de Gaza controlada por Hamas, siempre al borde de una explosión bélica.

Incluso la guerra sucia con Siria, víctima de continuas incursiones aéreas, la injerencia en Líbano o el enfrentamiento entre Israel e Irán, enfilado a frustrar la reactivación de contactos entre Teherán y Washington y el regreso de Estados Unidos al acuerdo nuclear firmado por el Grupo 5+1 con el país persa quedaron fuera.

Por el momento, Netanyahu prosigue sus maniobras para formar gobierno buscando la capitulación del antiguo aliado Bennet, pero aun si lo consigue no alcanzará la mayoría necesaria.

La última carta, según analistas, sería invitar a uno de los dos grupos de partidos árabes de Israel, nativos de Palestina que los sionistas no lograron expulsar y forman el 20 porciento de la población del estado judío. Pero hasta ahora, eso es tabú. Ni pensarlo.

Netanyahu tiene cuatro semanas para lograr su objetivo, de las que ya consumió una sin éxito. Entre tanto, Israel muestra al mundo el verdadero rostro de su democracia con apartheid.

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