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¿Imprescindibles?

Autor:

Juventud Rebelde

Llegué a pensar que en este planeta de yerros y dislates no existían personas imprescindibles; que la vida podía continuar su hilo si, en una coyuntura equis, faltaba cualquiera de los mortales residentes en la Tierra.

Pero pensé muy mal. La realidad diaria abofetea demasiado para apuntarnos que la fuerza de los vicios y las trabazones convierte a determinados personajes en «indispensables», «vitales», «obligatorios».

Son aquellos que premeditada o accidentalmente, o amparados por la sombra de «mecanismos superiores», lo trancan todo, lo paralizan o enredan todo… cuando no están.

Nada tienen que ver, por supuesto, con los referidos por Bertolt Brecht, porque estos permanecen ajenos a esa lucha épica y eterna de la cual nos habla con emoción el poeta, director teatral y dramaturgo alemán.

Resultaría fácil llenar un catálogo de ejemplos nefastos. Aunque ahora, en rápida retrospectiva, me retoza de primera en las neuronas el caso insólito de la pizarrista telefónica de una institución pública.

Un día falló a su faena rutinaria por un malestar físico, y la alternativa de los jefes ante la ausencia fue encargarle al custodio que replicara a cada timbrazo: «Hoy no se transfieren llamadas, la muchacha del teléfono anda enferma».

Así de originales solemos ser en este pedacito del Globo. ¿Y si al día siguiente la mujer hubiera seguido indispuesta? ¿Nadie en ese centro poseía la aptitud y la actitud para reemplazarla en esa fecha? ¿O acaso allí, como en otros lugares, se han cultivado tanto en el estilo orejera-ceguera que supusieron a la telefonista sin valor alguno?

Tal botón de muestra entronca de algún modo con el pasaje de la conserje que se escurrió diez días de su trabajo y no «lograron», pese al piso jaspeado de churre y a los papeles a la altura del techo, ponerle un o una suplente en ese tiempo. Ella brilló —más que por su ausencia— por su aparente cartelito de insustituible.

Sin embargo, los «imprescindibles» parecen ser más peligrosos cuando devienen «decisores» de determinadas esferas de la vida social. Y pueden obstruir cuando faltan su cuño, su firma o su palabra. Se hacen dioses omnipresentes y omniscientes.

En esa cuerda un colega me recuerda el capítulo amargo relacionado con un funcionario con cierta jerarquía institucional. Suplicado para que brindara una información inaplazable y sensible, el hombre llegó a estipular que únicamente él debía hablar de ese tema… aunque enseguida apostilló: «Pero yo voy al exterior por más de 15 días, que esperen».

¡Cuántos pertenecen a esa especie sórdida! A esos que hacen sufrir a los de a pie cuando toman vacaciones y dejan orientado: «Que nadie toque nada, yo solo puedo tocar».

¡Cuántos pertenecen a ese género, a esos que poseídos de arrogancia, se pasean por los aires creyéndose con el candado del mundo en un bolsillo!

Ante ellos sería menester ahora hacerse de una llave… y no precisamente de hierro.

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