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Credenciales de humo

Autor:

Juventud Rebelde

Era un recinto de verano. Unas personas se disponían a salir, por lo que esperaban su hora de partida, acomodadas en las butacas y sofás. De pronto, uno de los que aguardaba movió incómodo la nariz. «¿Qué es esto?», murmuró. Revisó a los lados, volvió a olisquear. «¿Pero qué es esto?», repitió. Volvió a mirar y allí estaba el culpable. Un hombre bajito, de unos 50 años y delgado, que se llevaba el cigarro a los labios, ajeno a la labor de asfixia comunitaria que también realizaba.

Y allí se mantuvo, imperturbable, hasta que el cigarrillo se consumió. Sin embargo, la imagen de esa persona no era la emblemática en este caso. El cuadro verdadero, la foto que debería quedarse, era la expresión de aquellos que soportaban el humo sin que se les hubiera preguntado si deseaban hacerlo. «¡Hasta cuándo, caballeros!», parecían decir con la mirada.

Pero el caso es que no lo dijeron. Y eso indica, entre otros detalles, cuán comunes se han vuelto escenas como las contadas al principio, pese a las alertas sanitarias y el conocimiento que se tiene sobre los peligros de convertirse en un fumador pasivo.

Sin embargo, más allá de los grados de aceptación de estos hechos, lo que ello evidencia no es más que el pobre ordenamiento de este problema en el país, al punto de que un fumador usurpa con toda calma el espacio del que no fuma, al tiempo que los fanáticos del cigarrillo no tienen identificados los espacios donde pueden llenarse de humo con entera tranquilidad.

Hace un tiempo, en las instalaciones gastronómicas, medio que se intentó poner en marcha un conjunto de disposiciones para delimitar el espacio de las áreas libres de humo y las que le pertenecían por entero a los fumadores. No pasó de ahí.

En consecuencia, en la práctica se ha originado una tierra de nadie en la que fumadores y enemigos del cigarro «conviven», en la que campea desde la tolerancia más extrema hasta un conflicto enconado, con el detonante de que cualquiera exclame ante la asfixia del cigarro: «¡Óigame, pero hasta cuándo es esta falta de respeto!». Los ejemplos sobran.

Sin embargo, a riesgo de lucir como abogados del Diablo, debemos marcar un detalle. Y es que en esta polémica los ataques se han dirigido en su mayor parte contra un solo lado, el de los fumadores, y se ha olvidado que ellos también tienen derechos, hasta que el estado de sus pulmones o los mensajes de salud hagan efecto y decidan dejar el cigarrillo a golpes de tenacidad.

Por lo tanto, no tendría sentido alargar el brazo de la ley y cerrar de plano el acceso de estos a los espacios públicos, porque con el fin de preservar un derecho se lastimaría otro. Nadie fuma porque lo encañonaron con una pistola. Lo hace por una elección personal, discutible; pero elección al fin.

Claro que tampoco se puede permitir el otro extremo. Y es el del fumador que invade, impunemente, con su humo, la salud de otra persona, que decidió no fumar. Ese acto sí equivale a poner un arma en el pecho a esa persona o algo peor: a una total falta de respeto.

Ahora, a la vuelta del tiempo, sería conveniente implementar la ley o las disposiciones antitabaco de Cuba. No con el paternalismo con que en ocasiones se implementa un cuerpo legal en el país, y que termina desluciéndolo. Tampoco para ponerle una mordaza a los fumadores. El objetivo debe ser delimitar los espacios que pertenecen a cada cual y hacer valer la responsabilidad individual que a cada uno nos toca ante la sociedad. Eso, nunca estará de más.

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