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Bush y la marcha de la estupidez

Autor:

Juventud Rebelde

Así que George W. Bush, comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses, va a enviar otros 20 000 de sus soldados a la tumba de Iraq. La marcha de la estupidez continúa. Habrá calendarios, fechas finales, metas tanto para Estados Unidos como para sus sátrapas iraquíes. Pero todavía se puede ganar la guerra al terror. Prevaleceremos. Victoria o muerte. Y será muerte.

El anuncio del presidente Bush hizo sonar todas las campanas esta mañana. Mil millones de dólares en ayuda adicional para Iraq, un registro cotidiano del éxito futuro de Iraq mientras los poderes chiitas iraquíes —a los que hay que referirse todavía como el «gobierno democráticamente electo»— marchan hombro con hombro con los mejores hombres y mujeres de Estados Unidos para restaurar el orden y llenar de temor los corazones de Al Qaeda. Llevará tiempo —cómo no, años, por lo menos tres según palabras dichas esta semana por el comandante de mayor jerarquía en el campo, el general Raymond Odierno—, pero la misión se cumplirá.

Misión cumplida. ¿Acaso no fue ese el lema hace casi cuatro años en ese solitario portaaviones anclado frente a las costas de California, cuya cubierta recorrió Bush con uniforme de piloto militar? Y apenas unos meses después, el presidente lanzó un mensaje para Osama Bin Laden y los insurgentes de Iraq. «¡Éntrenle!» Y le entraron.

Es de rigor, en estos días, evocar a Vietnam, las victorias falsas, los recuentos de cadáveres, la tortura y las matanzas... pero la historia está tapizada de hombres poderosos que creyeron poder abrirse paso a sangre y fuego hacia la victoria contra toda probabilidad. Viene a la mente Napoleón, no el emperador que se retiró de Moscú, sino el hombre que creyó poder liquidar a los guerrilleros de la España ocupada por Francia. Los torturó, los ejecutó, impuso un gobierno local de lo que hoy llamaríamos Quislings o al-Malikis. Acusó con razón a sus enemigos —Moore y Wellington— de apoyar a los insurgentes. Y cuando se encaró con la derrota, tomó la decisión personal de «relanzar la maquinaria» y avanzar para recapturar Madrid, como hoy intenta Bush recapturar Bagdad. Por supuesto, terminó en desastre dos años después. Y George W. Bush no es Napoleón Bonaparte.

Así pues, más soldados estadounidenses deben morir, en sacrificio a aquellos que ya murieron. No podemos traicionar a los caídos. Es mentira, claro. Todo hombre desesperado sigue jugando, de preferencia con la vida de otros.

Pero los Bush y los Blair solo han experimentado la guerra por televisión y Hollywood; esa es su ilusión y su escudo. De hecho, algún día los historiadores preguntarán si Occidente no se precipitó a la catástrofe en Medio Oriente con tal entusiasmo porque ningún miembro de ningún gobierno occidental —excepto Colin Powell, a quien han sacado lastimosamente de escena— combatió jamás en guerra alguna. Los Winston Churchill se han ido; hoy solo sirven de guardarropa a un primer ministro británico que mintió a su pueblo y a un presidente estadounidense que, al tener la oportunidad de luchar por su patria, sintió que su misión durante la guerra de Vietnam era defender los pacíficos cielos de Texas. Pero todavía habla de victoria, tan ignorante del pasado como del futuro. (Fragmentos. Tomado de La Jornada, México)

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