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Negroponte, ni vestido de oveja

Autor:

Marina Menéndez Quintero

No solo flores esperan a Negroponte en su gira por Latinoamérica. Foto: AP No es lo mismo a la vista pública que moviendo hilos detrás de la escena. Por eso puede colegirse que a pesar de su vasta y truculenta experiencia —donde se incluyen espionaje, guerras sucias, ayudas encubiertas y represión— John Negroponte no tendrá una misión fácil hoy en Ecuador, segunda escala de la gira latinoamericana que inició la víspera en Colombia.

Provistos de uniformes naranjas para evocar el sufrimiento de los presos de Estados Unidos en la ilegal Base Naval de Guantánamo, los líderes de movimientos sociales y populares han llamado a manifestarse este miércoles, cuando el Subsecretario de Estado llegue a la Casa de Gobierno para entrevistarse con el presidente Rafael Correa.

Si bien era ya conocido el sentimiento antiyanqui de una población que rechaza la presencia de los marines en la Base de Manta, lo cierto es que el contexto oficial en que se produce la llegada de Negroponte, tampoco halaga. El gobierno de Quito acaba de anunciar el envío de una nota de protesta a Washington por la decisión inconsulta y otros descentendimientos con el Comando Sur y los ejercicios Unitas. También se ha adelantado que probablemente Correa comunique al propio Negroponte, hoy, la determinación de no renovar el Tratado de Promoción y Protección Recíproca de Inversiones establecido con EE.UU, al considerarlo «poco soberano» y «entreguista».

Coherente con los pasos dados por el gobierno ecuatoriano al romper virtualmente con el Banco Mundial y el FMI para acabar con la dependencia financiera, la renuncia al tratado es portadora, además, del mismo reclamo de soberanía que harán hoy los ecuatorianos con su rechazo a Negroponte. De hecho, han exigido a los empresarios no pedir «limosnas» a «un criminal de guerra».

En medio de los profundos cuestionamientos que origina el estilo guerrerista de la administración Bush, el expediente de Negroponte —todo un halcón— ha dejado de estar tras bambalinas. Entre varios de los internautas ecuatorianos que estampan comentarios en el sitio digital del rotativo El Telégrafo, puede armarse su biografía: temprana entrada en la CIA y misión en Vietnam durante la guerra; labor de zapa en Iraq, donde fungió como embajador, así como en México y Filipinas... Pero se remarca su trabajo como representante diplomático en Honduras durante los primeros años de los 80, cuando el gobierno de Ronald Reagan hacía gala en Centroamérica de la perversidad de los llamados conflictos de baja intensidad. Como su enviado, Negroponte supervisó la creación y funcionamiento de la base aérea de El Aguacate, en Honduras: sitio de entrenamiento de la contra nicaragüense e improvisado centro clandestino de detención de cuyas inmediaciones, recientemente, se han rescatado restos de algunas de los casi 190 personas que, se estima, fueron enterradas allí.

Si bien menos sangrienta, la misión que debe cumplir Negroponte ahora no es más benévola. Según ha trascendido, en su agenda figuran temas claves para EE.UU. como la extensión del Plan Colombia, la concreción de los TLCs firmados con esa nación andina y con Perú —que también visitará, así como a Panamá—, y el asunto de los agrocombustibles, de modo de dar continuación al empeño bushiano y de los consorcios que quieren asegurar, con el monocultivo y el hambre del sur, los sustitutos del petróleo que posibilitarán el derroche de los ricos.

Símbolo del egoísmo y la prepotencia imperiales, Negroponte no puede engañar... Ni vestido de oveja.

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