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Una hora entre «asaltantes»

Autor:

Juventud Rebelde

El almuerzo pasó de aburrido a memorable. Al principio estaba en una mesa con capacidad para doce personas y me sentía tan solo como la luna. Para desterrar mi aislamiento miré varias veces la decoración de la Taberna del Benny, en el corazón de La Habana Vieja.

Comencé solo. Pero no había pasado un minuto cuando escuché a alguien pedir permiso para ocupar un asiento a mi lado. Al levantar la vista, me emocioné; era Pedro Trigo, uno de los asaltantes al Cuartel Moncada.

Lo conocí una hora antes, cuando habló durante un homenaje de la Unión de Jóvenes Comunistas a los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y a expedicionarios del yate Granma.

—Creo que vamos a estropear su tranquilidad, joven. Conmigo vienen cuatro homenajeados, acompañados casi todos también —me comunicó Trejo sonriente.

No me molesta que vengan más amigos suyos, lo único que le pido, como estaré entre «asaltantes», es que no me «ataquen». Estoy por la misma causa, le dije a Pedro, y este y su esposa rieron gustosamente.

Luego llegó Ramiro Sánchez —combatiente del Moncada— y su esposa, la cantante Minerva Barceló. A los pocos segundos Gregorio Enrique Cámara y su compañera. Cámara asaltó el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, fue expedicionario del Granma y «también jefe de transporte en la Operación Carlota».

Otro en ocupar sitio entre nosotros fue el expedicionario Ernesto Fernández. Lo acompañaba su señora, que para él es mucho más que eso. Le sirve de bastón, asesora sus respuestas y hasta hace de madre cuando tiene que alimentar a «su niño».

El último en sentarse fue Norberto Collado, timonel del Granma, quien tal vez por su color de piel, oscuro intenso, y su manera de enfrentar la vida, disimula bien sus 87 años y sigue carcajeándose del calendario, mientras aumenta su colección de fosforeras, bolígrafos y camisetas de fútbol.

Yo estaba un poco nervioso. Quería hacerles algunas preguntas a todos aquellos hombres que un día contribuyeron a cambiar la historia de Cuba, y que ahora tenía muy cerca; pero aunque consideré que era una buena oportunidad, no quería molestarlos en su almuerzo.

Sin embargo, tuve suerte. Fueron ellos quienes comenzaron las interrogantes cuando supieron que era periodista. Cada uno contó parte de su historia. Hablaron pausadamente y con sencillez. Ninguno quiso protagonismo. «No digo más. Hay otros compañeros que también tienen que contar», decía cada uno cuando había hablado dos o tres minutos.

Aquellas anécdotas parecían personales, pero no lo eran. Lo que cada uno contó como su historia, significaba el sentir de toda una nación desesperada por transformar la realidad insoportable de Cuba antes del triunfo revolucionario.

«¿Es cierto que le hicieron una estatua en La Habana al bailarín español Antonio Gades? —pregunta Pedro Trigo—. Fui yo quien le presentó a Antonio Gades a Raúl Castro. Después ellos hicieron muy buena amistad y cada vez que Antonio venía, Raúl me buscaba para que los acompañara».

—¿Quieres una cerveza? —pregunta riendo Ramiro Sánchez a Cámara.

—No —contesta este con un dedo—. Un refresco mejor. Hay que cuidarse. Uno ya no está para esos andares. El tiempo no pasa por gusto.

A lo que agregó Trigo:

—Yo no tomo bebida alcohólica, ni fumo, y el café nunca lo bebo puro; tal vez por eso es que usted dice que me veo muy bien a pesar de mis 79 años recién cumplidos.

Collado es el más tímido. Sentado en un extremo de la mesa promete contarme cómo Fidel lo convidó para que fuese el timonel del Granma.

—Te lo cuento si vas a mi casa, ahora no tenemos mucho tiempo. Pero te adelanto que nunca cumplí una misión tan importante.

Según Minerva, Collado es uno de los mejores vocalistas de música española del país.

—Mira que le doy para que hagamos un número juntos, pero él está metido de lleno en la réplica del Yate y no le queda mucho tiempo.

Interviene Ernesto Fernández:

—Como con dificultad, pero me siento bien de salud; a mis 77 años no me duele casi nada, y seré uno de los primeros en asistir al acto en Camagüey por la sede del 26 de Julio.

Ha pasado una hora volando, pero ya tengo respuestas en mi agenda. Las escribiré, aunque sea una a una.

—Si no tienes espacio para escribirlo todo, lo entendemos; pero sí escribe nuestra disposición de volver a las armas si alguien quiere destruir la Revolución. Olvídate de la edad. Si la Patria llama, ahí estamos —asevera con firmeza Pedro Trigo, y me recuerda llamarlo para decirle dónde está la estatua de Gades.

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