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La puerta cerrada

Autor:

Juventud Rebelde

Las fotos se toman ¿con una cámara o con el corazón? A Korda, el creador de la mítica imagen del Che, unos estudiantes norteamericanos, que hablaban con pasión de su arsenal fotográfico, le preguntaron con qué tipo de cámara él tomaba sus fotos. Korda los miró con bondad, se tocó el pecho y dijo: «Con el corazón».

Ahora, con la vuelta del tiempo, la respuesta del maestro viene a darnos la clave para entender uno de los vacíos del servicio de fotografía pública en Cuba, marcado por su mayor apego al aparataje técnico que a la vocación de escudriñar a los humanos a través del lente.

En consecuencia, la proliferación de imágenes con aires de foto-carné, con más inclinación a la pose que a la naturalidad, ha estado acompañada por una avalancha de símbolos extranjerizantes, que amenaza con ubicar en el olvido al carácter nacional, como ha alertado en varias ocasiones el colega Julio Martínez Molina en esta sección del periódico.

Solo que, como en la vida lo real es lo que muchas veces no se ve, el despliegue antes mencionado se ha sustentado en una de sus partes menos vistas y es una suerte de inmovilismo empresarial, más apegado a la inercia de las ganancias que a la incomodidad —y también el reto a la inteligencia— de buscar nuevas opciones para sus clientes.

Llama la atención, entre las imágenes que muestran los Photoservice y los cuentapropistas dedicados al oficio, la ausencia de una fotografía que juegue con las luces y que devele la personalidad del fotografiado.

Todo es plano, todo es al estilo de «ponte así, dale para acá, contonea la cadera —si es una mujer—, sonríe un poco» y clic. Ya está.

Podría pensarse que en el país no hay buenos fotógrafos, de no ser por las exposiciones y eventos culturales que se organizan —desgraciadamente casi de manera exclusiva en la capital—, en los que se puede comprobar con facilidad que el camino de los artistas del lente va por un lado y por otro muy distinto, el de las entidades y personas dedicadas a brindar el servicio de fotografía a la población.

Ese divorcio —que no es nuevo— ha impuesto la estrecha concepción de que la fotografía es solo ubicarse delante de la cámara y punto. Basta recordar las fotos que ponen en la televisión entre innings de nuestros peloteros, para darse cuenta de cuan extendida está esa idea y el inmovilismo del que hablamos.

Salvo las particularidades del físico, todas presentan la misma «artritis». Lazo no aparenta ser el carismático jugador que es. Mayeta es todo orden, bien derechito y no el jugador capaz de ganar un juego a golpe de corazón. Pestano menos mal que enseña un sonrisa, pero ni rastro de ese catcher que es puro nervio.

Por lo tanto, es lógico que se produzca el vacío al no usarse el potencial artístico que tenemos en Cuba. De ese modo, los montajes en Photoshop esperan por la próxima carita que pondrán al lado de los David Beckham y del señorito Luis, siguiendo los encantamientos de una moda, que, de modo muy sutil y sin discursos ni consignas, despoja del contenido a los objetos para dejarlos en pura fachada.

Con esto no abogamos por lanzar la casa por la ventana y afirmar a destajo, que los montajes del Pato Donald y compañía son la mano del demonio. Tampoco sustituir a rajatabla estas imágenes por las de Elpidio Valdés y María Silvia, aunque sería bueno retomarlas, darse cuenta de que ellas están ahí y que también forman parte del universo de nuestros niños y de sus mayores.

Por ello resultaría interesante darle una vuelta al llavín y abrirle la puerta de nuestros servicios, que hoy está cerrada a los buenos fotógrafos, esos que exhiben sus muestras, en ocasiones, casi en el anonimato y que asumen la fotografía no como una simple pieza de carrocería, sino como el oxígeno que airea los pulmones. Lo banal siempre ha sido apartado por un producto con calidad. Pero, para hacerlo, hace falta primero lograr la diferencia. Nunca antes y siempre después.

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