Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuba, Cuba, que vida me diste

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello
Puede imaginarse el dolor del poeta alejándose al destierro. El Pan de Guajaibón en el horizonte, el alma en el fondo de su dolor, y los versos sacudiéndole: Cuba, Cuba, que vida me diste / dulce tierra de luz y hermosura / cuántos sueños de gloria y ventura / tengo unido a tu suelo feliz.

Muchos cubanos han sufrido los estremecimientos de José María Heredia. En lo más hondo nuestro palpita un Himno del desterrado, en unos casos como maldición; en otros como «salvación».

Habría que estudiar si otros pueblos vieron marcados tan singularmente su destino por ese signo de «escape o castigo». Nuestra nacionalidad lo padece con la misma persistencia histórica de la anexión frente a la independencia.

Deberíamos analizar si en el fondo macabro de la famosa Ley de Ajuste Cubano gravita esa recurrencia; en el interés de usar ese anatema de la personalidad nacional como arma para su descomposición o autodestrucción. El «fatalismo geográfico» que nos regaló la «Providencia», apoyado tácitamente por la maledicencia.

No es casual que a una Revolución que elevó el patriotismo a los altares se le intente hacer oposición con el descrédito del «escapismo». Al sueño de una nación independiente oponer una migración a contracorriente.

A quien se pretende ahogar en el Estrecho de la Florida no es a la gente que «huye», sino a la resistencia que se queda. La apuesta es a la rebeldía apagada por la «huida».

Solo hay que seguir los cables de las agencias internacionales y los medios al servicio de la contrarrevolución para cerciorarse del propósito. Casi no se escurre una jornada sin que los «balseros» cubanos sean «noticia».

En estos días en que el país debate nuevamente su denuncia sobre las consecuencias del bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos contra Cuba, deberían medir bien sus criterios quienes llegaron a la conclusión de que ese engendro es un dinosaurio político infuncional. Las discusiones que se generan demuestran que en asunto tan delicado no cabe el panfletismo triunfalista o la ligereza con la que en oportunidades tratamos otros temas.

La apuesta del Gobierno norteamericano por incrementar la presión a las tensiones del país vaporiza de muchas formas, algunas muy sigilosas y preocupantes. Una de ellas —que emerge en los debates de estos días— es la peligrosa confusión de la frontera entre las carencias que se nos imponen desde fuera, y las que nos agregan las deficiencias e insensibilidades desde dentro.

El crecimiento de esa neblina podría resultar en la pérdida de confianza en la capacidad del país para rebasar las consecuencias de la situación actual, y en consecuencia para darnos una vida más decorosa en lo material y espiritual.

El triunfo del espíritu derrotista sería el mayor golpe moral y la peor decepción para las vanguardias cubanas, que tanta sangre derramaron para fundar una nación soberana frente a Estados Unidos.

La insidia y el pesimismo como arma para desmovilizar el espíritu contestatario de Cuba no son nuevos, y ni siquiera se estrenan con el bloqueo en la añeja política de vejación al país por parte de la ultraderecha norteamericana.

«No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que, justo con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores».

Lo anterior se vio precisado a responderlo José Martí el 21 de marzo de 1889, ante un artículo lesivo a nuestra dignidad en un periódico estadounidense, donde ya se advertía la ruindad de humillarnos y apagarnos.

En su Vindicación de Cuba el Apóstol advierte que: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia».

En ese mismo artículo, en el que el Apóstol denunció los tropiezos que imponía el Gobierno norteño a la causa de la independencia, apuntó que ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, entre quienes niegan su capacidad, insultan su virtud y desprecian su carácter.

Y el dilema martiano de ayer es el de Cuba hoy. Desde entonces había que deslindar lo bautizado popularmente ahora como «bloqueo interno». Muchas de las expresiones de lo que el pueblo llama así, fueron delineadas por Raúl en su intervención del pasado 26 de Julio en Camagüey, y ello sirve para que sus espinas no se entrecrucen con el marabuzal de medidas con las que Estados Unidos pretendió cerrar siempre el paso a nuestros sueños. El desbroce esencial de este archipiélago es y será entre el Imperio y la isla independiente.

Sería un crimen histórico no eliminar las brumas que lo confunden. Porque podría la libertad padecer nuevos «destierros».

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