Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La cuántica y El Paraíso

Autor:

Rosa Miriam Elizalde
Se sienta en la última silla, justo a mi lado. De una carpeta saca un libro sobre mecánica cuántica, que me muestra cuando descubre que traigo en la mano otro sobre promesas y peligros de la nanotecnología, comprado aquí mismo en la Feria Internacional del Libro de Caracas, y me disponía a leer para acompañar el tiempo venezolano: casi nada comienza a la hora que señalan los programas.

Comparado con el suyo, absolutamente incomprensible para mí como un tratado de alquimia, «mi libro es un cuento de nanas», le digo y él responde con una observación que no podría reproducir ahora pero juro que entendí. Ya estaba por preguntarle a este señor de unos 40 y tantos años, alto, que lleva con elegancia un saco azul de botones dorados, si era científico o profesor universitario, cuando se abren los micrófonos y anuncian que va a comenzar la presentación de Luis Posada Carriles: El terrorista de Bush, de los autores Alexis Rosas y Ernesto Villegas, la razón por la que ambos estamos sentados casi codo a codo.

Al tomar la palabra, Ernesto Villegas, reconocido periodista de Venezolana de Televisión (VTV), aclara que va a conceder parte de su tiempo al testimonio de una persona que está sentada en la audiencia, Marco Uzcátegui, piloto retirado de la aviación comercial que conoció en la cárcel al terrorista Posada Carriles. Quien se levanta es justamente este entendido en ciencias para mí ocultas que durante media hora trató de convencerme de que el universo empezó a ser menos complejo desde que el hombre descubrió la relatividad, la física cuántica y las partículas atómicas.

En marzo de 1984, Marco tenía 20 años y estudiaba en la Escuela de Aviación del aeropuerto La Carlota. Dos de sus profesores, Gary Lugo y Coquito Levante, resultaron presos a finales de febrero de ese año, cuando las autoridades policiales venezolanas encontraron 136 kilos de cocaína de alta pureza en el interior de un avión Super King 200 que ellos tripulaban y que era propiedad del mayor retirado del ejército Francisco Ocando Paz.

Los profesores de Marco estaban recluidos en la prisión conocida como La Planta, en la urbanización El Paraíso, junto a la autopista que lleva a una de las principales arterias de Caracas y a los ramales de Vargas y Aragua. Sus vecinos de celda eran Luis Posada Carriles y Hernán Ricardo, que ocupaban las suites del penal. «Éramos presos importantes», escribiría Posada en su biografía para explicar que tenían dos habitaciones, con instalaciones eléctricas, televisor, refrigerador y sanitarios de primera calidad. Freddy Lugo y Orlando Bosch se encontraban en otros dos cuartos más alejados. Marco apenas tuvo contacto con ellos, a pesar de que visitaba la cárcel una o dos veces cada semana.

«Ricardo y Posada eran muy amigos de mis profesores y del entonces director de La Planta, que me permitía entrarles todo tipo de cosas: cocinas eléctricas, radios, revistas, ropa, de todo. Los presos del “avión”, como les decían, tenían un estatus especial, particularmente Posada. En aquel momento no me daba cuenta de qué ocurría», reconoce.

Posada le prestó gran atención a Marco y le hacía todo tipo de preguntas midiendo constantemente sus conocimientos de aeronáutica que quizá fueran útiles en el plan de fuga que ya estaba en marcha y del cual Marco no tenía ni idea. Para el terrorista este joven era inofensivo, lo ayudaba como mandadero y jamás cortó la comunicación con él, aunque a diferencia de Ricardo, era muy cuidadoso cuando se tocaba el asunto del caso legal. Ricardo se alteraba y advertía que no se pudrirían en la cárcel: «Si nosotros volamos un avión, ¿tú crees que no vamos a volar esta vaina?», alardeaba, refiriéndose al muro de unos 30 centímetros que separaba su cárcel de lujo de la autopista que cruza El Paraíso.

El 4 de noviembre de 1984 fue el día fijado para la fuga. Un carro con documentos y armas los esperaba a unos metros del penal. A las 2:50 a.m. se sintió una explosión que voló la planta eléctrica de la cárcel, pero la carga no penetró el muro que daba a la calle y los dos terroristas fueron descubiertos, desarmados y conducidos a prisiones diferentes, después de informar dónde habían ubicado otras dos bombas. Ellos mismos alertaron rápidamente dónde habían puesto estos explosivos. Si estallaban, habrían causado la muerte de otros presos y probablemente la de ellos mismos.

Marco leyó estupefacto la noticia de la fuga fallida. ¿Cómo pudo inocentemente haber ayudado en el plan? No lo sabe. Sí entendió entonces por qué Posada solía jugar ante él con las jaboneras y el jabón, que con sus manos duras moldeaba como una pasta. «Con un jabón así me voy de El Paraíso», y se reía. Entendió que el jabón aludía al C-4, el mismo explosivo que se utilizó para volar el avión cubano frente a las costas de Barbados y que, sin embargo, no fue suficiente para perforar el muro de la cárcel.

«Quizá fue una venganza de la cuántica», me dice luego bajito, con tristeza.

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