Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Don Cándido de Lisboa

Autor:

Luis Luque Álvarez
Para Cándido, el personaje de Voltaire, la bahía de Lisboa había sido creada exclusivamente para que en ella se ahogara su amigo Juan. Como este era el mejor de los mundos posibles, había que aceptarlo todo tal como se presentaba, incluso explicaciones tan simplonas como la anterior.

Curiosamente, también en Lisboa, pero en 2003, era primer ministro el actual presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. A diferencia de Juan, a él no se lo tragaron las aguas revueltas por el maremoto de 1755, sino las mentiras de George W. Bush y su amigo británico Tony Blair. ¡Ah!, y el siempre fiel palanganero Aznar.

El entonces primer ministro portugués, José Manuel Durao Barroso (izquierda), acogió en las Azores al terrible trío que lanzó la ilegal agresión contra Iraq. Durao Barroso fue quien, días antes de la invasión a Iraq, en marzo de 2003, acogió en las Islas Azores una reunión entre los tres cocineros de la bazofia iraquí. Lo único que querían debatir era, no de qué manera evitar la guerra, sino el momento exacto de empezar a lanzarle misiles Tomahawks a Bagdad, antes de que Saddam Hussein, con sus «armas de exterminio masivo», barriera del planeta a la especie humana y hasta a las cucarachas.

¿Qué acaba de confesarle el señor presidente de la Comisión Europea a una radioemisora portuguesa? Pues que, como él hacía las veces de anfitrión, el terrible trío tuvo la deferencia de entregarle pruebas de la «peligrosidad» de Saddam: «Hay documentos en ese sentido; yo los vi, los tuve delante, y decían que había armas de destrucción masiva en Iraq. Eso no correspondía a la verdad».

Algunas cuestiones sobresalen aquí: arreglado está este planeta si un líder de la Unión Europea (y Barroso no ha sido el único, por supuesto) no sabe distinguir mentiras tan escandalosas de verdades llanas, y convencido por un cuento de caminos que le hacen sus socios, da su bendición a una guerra contra un país de la «periferia». ¿Es así cómo se pretende hacer frente al terrorismo real? ¿Partiendo de mentiras mal formuladas por un aliado poderoso?

En la misma línea: ¿Cómo puede Europa aspirar a ser vista como una potencia de respeto, si a la primera bola que le lanzan se va con pifia semejante? ¿Dónde están los razonamientos críticos, la comprobación de los datos, los pasos necesarios para tomar decisiones responsables? Ah, no: «Yo los vi, los tuve delante». ¡Vaya seriedad!

Por otra parte, vale notar que a Durao Barroso le resultó mucho más fácil creerle a un sujeto que apenas tres años atrás se había robado unas elecciones presidenciales, antes que a un ex canciller europeo, el sueco Hans Blix, director de la Comisión de Naciones Unidas para el Desarme de Iraq. En oposición al primer sujeto —quien lo único que conoce al dedillo es el camino entre la Casa Blanca y su rancho de descanso en Texas—, el doctor Blix y su equipo recorrieron, entre finales de 2002 y principios de 2003, unos 300 sitios en Iraq y efectuaron 400 inspecciones sin previo aviso. Por ello el 14 de febrero de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, pudo afirmar: «No encontramos tales armas, sino solo una pequeña cantidad de munición química vacía, que debería haber sido declarada y destruida».

Luego, ¿por qué Durao Barroso prestó mayor credibilidad a los farsantes de las Azores que a los expertos comandados por Blix? ¿De veras fue tan ingenuo?

Ahora, mientras Washington adereza el falso potaje de Irán, esperemos que a Don Cándido de Lisboa y a otros se les encienda la chispa.

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