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Che: vivo como no te querían

Autor:

Juventud Rebelde
Voy a apelar a un previsible lugar común, comenzando por decir cuánto lamento no estar allí, con ustedes, mis amigos, en estos momentos. Asimismo, les estoy profundamente agradecido por la invitación.

Quisiera que sepan que no hubo un día en esta última década en que no pensara en el privilegio de haber participado en la búsqueda e identificación de los restos del Comandante Guevara y de los demás combatientes caídos en Bolivia en la lucha por la liberación.

Pero quizá no haya mal que por bien no venga: estar ausente, me evita otro de los papelones en los que invariablemente incurro cuando evoco aquella experiencia, porque siempre que me refiero al Che, me emociono y mucho.

Desde el punto de vista científico, la experiencia de búsqueda y hallazgo de los restos del Che y demás compañeros fue ejemplar y de primer orden. La labor de todo el equipo, de los geofísicos, el impresionante conocimiento histórico de María del Carmen Ariet, la humildad profesional manifestada por Héctor Soto y por el Dr. González mientras descollaban con sus conocimientos científicos, todo ello, curiosamente, suele ser dejado de lado a la hora de las anécdotas. Quizá por eso ahora, algunos miserables pretendan poner en tela de juicio los resultados de aquella tarea.

Tengo algunas postales imborrables en mi memoria: un día, meses antes del hallazgo, alguien pasó a mi lado en Vallegrande y me dijo: «Esta noche mire al cielo». Y esa noche estrellada, alguien con antorchas encendidas, había escrito la palabra CHE en la ladera de un cerro.

O el recuerdo del compañero Héctor Soto, quien no se atrevía o no podía tocar los restos del Che, hasta que con el gesto más respetuoso que yo jamás haya visto, le pidió permiso al Che colocando la mano sobre su frente. Fue uno de los momentos en que agradecí estar a un metro noventa debajo del suelo porque me permitía disimular las lágrimas. Cuando me repuse, me dirigí a Jorge (Dr. González Pérez) para hacerle notar un detalle de la excavación.

Entonces, su rostro estaba detrás del objetivo de la filmadora, porque Jorge escribía, fotografiaba y filmaba todo. Cuando me miró, vi en sus ojos la misma emoción que a mí me embargaba en esos momentos. Un atronador silencio nos envolvía: se podía escuchar la caída de algunas flores que arrojaban desde la superficie de la pista de aterrizaje.

Yo, que en lo personal siento el dolor de la ausencia de muchos desaparecidos durante la última dictadura militar en Argentina, sentí que en los restos del Che, exhumábamos los de miles de compañeros, asesinados y ocultados bajo tierra o arrojados al mar argentino. Militantes que dieron la vida por el ideario del Che, cuyos cadáveres fueron ocultados y privados de los derechos humanos de los muertos.

Recuerdo el día en que embarcamos los restos hacia Cuba, con la presencia del Comandante Ramiro Valdés, en un acto que yo no interpreté como político, sino como el amigo leal que va a buscar los restos de quien fuera un hermano. Minutos antes, Jorge había abierto su maletín y había desplegado la bandera cubana para cubrir las urnas. La bandera estaba preparada desde hacía 19 meses para abrigar los restos en el maletín del Dr. González.

Recuerdo las palabras de Fidel la calurosa mañana del 17 de octubre de 1997 en Santa Clara: «Che, venimos a recibirte y no a despedirte».

Por último, para ustedes y casi parafraseando a Fidel, a modo de saludo y no de despedida, tomo prestada una de las tantas pintadas en las paredes de Vallegrande. La que estaba en la pared de la oficina de la telefónica, que decía con grandes letras rojas: «Che: vivo, como no te querían».

*Antropólogo argentino, quien tuvo el privilegio de participar en la búsqueda e identificación de los restos del Comandante Guevara y de los demás combatientes caídos en Bolivia. Mensaje enviado al Taller Científico conmemorativo del décimo aniversario de este trascendente hallazgo.

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