Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Autobombo

Autor:

Rufo Caballero
Hace unos días, recibí una carta de un colega pinareño, especialista en audiovisuales; una carta fechada el 29 de diciembre de 2007. Allí, su autor comentaba que «no puedo resistir la tentación de referirte la desolación que experimenté recientemente, ya finalizadas las transmisiones de la telenovela cubana, ante la “medular encuesta” entre especialistas y simples espectadores que realizó el ICRT. Psicólogos, educadores, etc., se deshicieron en elogios sobre la veracidad, el realismo, la hondura psicológica y otras bellezas que ellos captaron en la obra, mientras una docena de televidentes, en fila india, manifestaron su conformidad con el producto».

Y continúa el especialista: «Me quedé, como dice una actriz municipal, “a-no-na-ta-do”. No hubo ni una intervención de un crítico, que por lo menos aludiera a la falsedad de muchas actuaciones, al tono forzado de los diálogos, al desarrollo pedestre de incontables situaciones o al rígido molde de la puesta en escena. Nada..., que con encuestas de ese tipo, podemos solicitar el premio Nobel para los guionistas y el realizador».

La preocupación que manifiesta el crítico la he escuchado en ocasiones anteriores, pues ese tipo de programa autolegitimador se ha convertido en una extraña recurrencia en la televisión cubana de los últimos tiempos. Particularmente, cada vez que concluye una telenovela, presenciamos una dudosa encuesta, con visiones parciales, por lo general muy comprometidas con el producto. Tras el ropaje del análisis sociológico, es evidente el espaldarazo de la televisión a la televisión. Algo así como esto: a pesar de lo que opine la crítica, miren, lo hemos hecho bien, ningún problema. A ello se adicionan los diálogos del programa Entre tú y yo (cuyo set continúa siendo una obra maestra del kitsch chirriante), donde de forma curiosamente regular, se entrevista a actores y miembros del staff de la telenovela. Los espectadores, ya hoy nada ingenuos, llegan a sentir una verdadera cruzada de autolegitimación; para decirlo en buen cubano, de autobombo.

Como la realidad es mucho más compleja que eso, la gente no cree en las simplificaciones, en las reducciones, en el autoconsuelo. Cualquier debate en la calle puede constatar las insatisfacciones, sobre todo con las escrituras de las últimas telenovelas. No había que respaldar el prestigio de Charlie Medina como realizador, porque eso nunca ha estado en duda: demasiados unitarios del más alto nivel hablan por Medina. Medina hizo lo que pudo con un guión imposible, lleno de manquedades, de tópicos y de tipificaciones excesivas, de alarmante incapacidad para el crecimiento progresivo de los conflictos y, lo peor, una incongruencia total entre la pretensión de serie (la horizontalidad temática) y el ramplón tratamiento melodramático de la mayoría de las situaciones, a la usanza de la peor telenovela mexicana. Todo eso condujo a un yerro dramático insalvable, no por Medina: ¡ni por el médico chino! A Scorsese le hubieran dado ese guión y hoy los productores lo estarían mirando con recelo. Es claro que el problema no está tanto del lado de la realización, como en la falta de exigencia dramatúrgica: malas historias, o historias mal contadas, o historias mal enunciadas, pasan a ser dirigidas como si tal cosa, y entonces el director se tiene que convertir en mago.

Fue lo mismo que sucedió con La cara oculta de la luna, donde un manojo de magníficos propósitos (la pertinencia de levantar a la palestra pública un número considerable de sujetos y conflictos en esa Cuba sumergida por los medios pero no por ello menos protagónica), se perdían en el contrasentido del tratamiento, pues los enfermos de sida eran generalmente presentados como perdedores, irresponsables, agresores de instituciones veneradas, etc., cuando, también aquí, la realidad es mucho más compleja. Una telenovela de nobles aspiraciones fue interpretada por no pocas mentes lúcidas como profundamente homofóbica, por ejemplo. Lejos de atender y discutir dichas observaciones, algunas personas del ICRT invertían su tiempo en preguntarse si esos críticos de la telenovela eran homosexuales o no: ¿?

Y es que de buenas intenciones está preñado el camino del audiovisual: falta exigencia para volver lo interesante, bueno; lo aceptable, digno; lo efímero, duradero.

Ahora, equivocados o menos, han sido productos atendibles, que han movido la opinión, desde el culto desmesurado hasta el chiste simpatiquísimo de «Ñooooo, La Habana». Y eso tiene un determinado valor. ¿Por qué hay que «defender» públicamente estos trabajos? ¿Por qué hay que decir, de manera pueril: miren, no nos equivocamos, todo está bien? La auténtica cultura se defiende sola: las obras hablan por sí mismas.

Me parece que ese tipo de autobombo no es inteligente, menos que nunca en este momento. ¿Por qué? Porque, curiosamente, la Televisión Cubana, a pesar de todo, no está en un mal momento. Circunstancialmente, no está en un mal momento. Me explico.

Cada vez se relativiza más aquella célebre frase acerca de que «nuestra televisión no es tan mala como tan vieja». Sobre todo en los canales educativos, aparecen, sin mucho alborozo, programas interesantes, bien concebidos y mejor enrumbados. Los dos canales tradicionales siguen siendo los centrales solo para el espectador más convencional, de una expectativa media. Quienes buscan información cultural de notable nivel o incluso espectáculos de peculiar factura, cada día indagan más en los canales educativos, y ese es un proceso beneficioso.

Pero, de otro lado, la confrontación parcial y discontinua de otras televisoras, el contacto eventual con la televisión-basura que se hace en buena parte del mundo, con la vulgaridad del talk show prototípico, lejos de socavar nada, ha llevado al cubano de a pie a apreciar más su televisión, porque, más o menos vieja, más o menos dinámica, se trata de una televisión con un sentido cultural serio, encaminado a preservar los mejores valores del ser humano. Nos queda resolver eso de la manera menos aburrida o pedagógica, pero la gente ha aprendido, por comparación, a justipreciar la televisión nacional, a respetarla en todo lo que vale, a seguirla incluso como alternativa ante baraturas que son francamente peores.

Ese es un contexto interesante para los medios hoy día en Cuba. Esta es una coyuntura que la TV debe saber leer y aprovechar. No solo una televisión mejor es posible, sino que empieza a serlo ya.

En tal entorno, la política del autobombo no resulta inteligente, ni sabia. La preocupación del colega pinareño es legítima, siempre que un poco de recato, un poco de pudor, un poco de discreción al hablar sobre sí misma, sin duda contribuiría al prestigio y al valor indiscutible de nuestra televisión. Por naturaleza, se duda de aquello que va por el mundo pregonando sus beldades y sus hazañas. Eso parece una telenovela preciosa. Pero, entretanto, la vida es otra cosa.

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