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Silvio no se va a vivir a Chile

Autor:

Juventud Rebelde

Los rumores se hacían cada vez más intensos. Correos electrónicos iban y venían reproduciendo hipotéticas informaciones de las fuentes más diversas y exóticas. Ya muchos comentaban la «noticia» dándola por segura: Silvio Rodríguez se iría a vivir indefinidamente a Chile en el transcurso de este naciente 2008.

Entonces, por azar, me tropecé con Amaury Pérez en una calle de La Habana Vieja aledaña a las oficinas de Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad.

Amigo de los ya remotos días de la secundaria, fue Amaury quien nos inició, a mí y a un no tan reducido grupo de la Finlay, en el gusto por las canciones del trovador, que apenas se pasaban por la radio. Muy pronto Silvio pasó a formar parte de nuestro exclusivo panteón de ídolos musicales junto a Serrat y Los Beatles. Estoy hablando del año 1969.

Sabía que Amaury acababa de llegar de una gira por las prisiones centrales y orientales junto a Silvio, y antes de preguntarle siquiera por sus impresiones de esa sui géneris expedición, le disparé a boca de jarro la pregunta que me daba vueltas en la cabeza y ningún medio de prensa cubano había disipado aún:

—¿Es verdad que Silvio se va a vivir a Chile?

Lancé la interrogante con la mayor naturalidad. No me parece pecado que un artista quiera cambiar de paisaje y explorar otro universo por un tiempo. Ha sido práctica de siglos en todas las latitudes. Pero el modo mismo en que se estaba dispersando el rumor, me parecía tan ajeno al estilo de Silvio, que obligaba a la pregunta y nadie mejor que Amaury para despejarla. Amigo entrañable de los dos, él es mi conexión más cercana con el autor de Óleo de mujer con sombrero.

—¿Tú estás loca? —me increpó Amaury. Esa es una noticia fabricada. Sucede que un amigo chileno quiso hacer una broma en internet el Día de los Inocentes y una agencia de prensa se la tomó (o hizo que se la tomaba) en serio y comenzó inmediatamente a divulgarla. Así se ha extendido por vías electrónicas y de las vías electrónicas ha saltado a la calle, tú sabes cómo funciona el morbo popular.

Nos sentamos bajo unas sombrillitas a tomar café. Estuvimos hablando un buen rato más y al llegar a mi casa no pude evitar sentarme a escribir estas líneas sobre ese Silvio del que, desgraciadamente, casi nunca hablamos. Quizá por su propio modo de ser, tan ajeno a las luces, que incomoda a los que insisten en mirarlo, valga decirlo. En última —o en primera— instancia, todos tenemos derecho a tener intimidad. Pero eso no puede ser pábulo para la mentira o el rumor que, mal o bien intencionados, nos atañen a todos.

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