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La muela y las caries

Autor:

Juventud Rebelde
Era 10 de abril y al estampar la fecha en la pizarra el profesor quiso «desviarse» del tema central de la conferencia para encender, brevemente, un farol del pretérito-presente.

«¿Cuál es la significación de esta fecha histórica?», preguntó campante a sus alumnos universitarios de tercer año.

Alguno esbozó una mueca, otro se encogió de hombros, un tercero hizo un gesto de esquiva, como si quisiera sumergirse dentro de la espalda del condiscípulo que tenía delante. Al final, después del evidente desconcierto, alguien se atrevió a balbucear el nombre de Guáimaro. Nada más.

Pero el profesor pretendió quebrar aquel silencio inconcebible con una referencia que suponía familiar: «Un día como hoy se fundó también, oficialmente, el Partido Revolucionario Cubano». Apenas recibió de los estudiantes un comentario disperso, volátil y apurado...

La anécdota no termina aquí. Mas ese trozo de relato basta para remacharnos un problema complicadísimo de estos tiempos, cuya resolución jamás debe compararse con el acto de avivar un simple farol.

Ese auditorio universitario no resulta el único que hoy se aturde ante la pregunta referida o ante otras incógnitas sobre acontecimientos cumbres de la nación cubana. Incluso, entre doctos profesionales de distintas ramas, con títulos enchapados y todo, se asoman orificios, cráteres o hasta «pozos históricos».

Se trata, sin duda, de la recogida no muy fértil de una cosecha académica anterior: no siempre se ha logrado que la historia sea más que un cuento «hechológico» de nombres y fechas, sin carne, sin sangre y sin arista humana; repetición mecánica para una nota final; piedra fría colocada como meta en una enseñanza escolar.

También, probablemente, pese a aquel estigma que solía escuchar en mis tiempos de adolescente y que no se ha borrado todavía: la historia es «muela» y ya. Una frase que en ocasiones concluía con inteligencia algún defensor de la asignatura:... «Pero una muela hueca o con caries no hay quien la soporte».

Lo cierto es que, a fin de cuentas, esos vacíos no nacieron y crecieron únicamente en el aula ni en clases recitadas de memoria. Varias instituciones del país, con responsabilidades rectoras, se durmieron y se las llevó... ¡la historia! Aunque felizmente percibieron que había tiempo para despertar.

¿Y por qué tanto tormento con este tema ahora?, pudiera preguntarse cualquiera en estos momentos «posmodernos».

Quizá esa espina no duela mucho en otros lugares, en los que el «pragmatismo» impuesto por los entes de poder ha robado identidades, enterrado héroes gloriosos, robado la cultura y embelesado seres humanos. No por gusto Fukuyama defendió a muerte, en los albores del mundo unipolar, el fin de la historia.

Empero, en Cuba, la historia viene a ser columna vertebral de la nación, corazón de un proyecto nuevo, alma de una idea y escudo contra un enemigo que algunos, a veces, en la euforia o en la ignorancia, olvidan. Y esta verdad eterna nos empezó a sacudir hace poco, precisamente cuando del otro lado del océano se pulverizó un pasado de glorias, se jugó al revisionismo y se asesinó un sistema.

Por eso hoy aparece esta «cantaleta» con la historia o esa pregunta sobre el 10 de abril que en otra era el profesor del principio, vinculado únicamente a su «materia», no hubiera formulado. Por eso hoy se habla sin límites de talleres y charlas, de «rescatar y potenciar las visitas a monumentos, museos, tarjas y sitios de interés».

Sin embargo, he aquí, en pleno embarazo, otras duras verdades imposibles de pasar por alto: esa lucha por la historia no se gana con campañas ni con fiebres de coyunturas, ni con los famosos bandazos, tampoco con lemas que tanto escucho en estos días: «Sin historia no somos nada».

No basta con los números de un parte que diga que «10 000 jóvenes subieron al Turquino, sobrecumpliendo en un 50 por ciento lo logrado el año anterior». Aunque siempre será hermoso comprobar que cada día son más quienes escalan las montañas y sus símbolos.

Además, tendríamos que revisar, por ejemplo, cuánta emoción y sentimientos transmite una clase televisiva en la que no se ve a Maceo protestando en Baraguá en los ojos encendidos del profesor. Y tendríamos que preguntarnos si hoy no estamos repitiendo de otro modo los errores pedagógicos y tácticos que dejaron mudos a los estudiantes universitarios referidos en la anécdota.

Fidel, maestro en las lecciones, advertía con sutileza a los medios de prensa sobre otra arista del asunto, en una de sus Reflexiones: «Se rinde tributo a distintas fechas históricas en los días que corresponde a los aniversarios que cumplen cifras redondas de cinco o diez años. Eso es justo, pero debemos evitar que en la suma de tantos hechos descritos por cada órgano o espacio, según sus criterios, no seamos capaces de verlos en el contexto del desarrollo histórico de nuestra Revolución».

En esas palabras hay un reto colectivo, no solo para quienes escriben un artículo o imparten una clase. Es el reto complejo de una nación entera, el de hacer entender desde la infancia hasta la muerte lo que señalaba aquel orador romano llamado Marco Tulio Cicerón: «La historia es testigo de los tiempos, antorcha de la verdad (...), maestra de la vida, mensajera de la antigüedad».

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