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Brown «el indicado»

Autor:

Luis Luque Álvarez

Hace un año, una amiga escocesa, Jan Fairley —que había conocido a Gordon Brown dos décadas atrás, cuando nadie imaginaba que sería primer ministro de Gran Bretaña— lo describió como una persona cercana a la clase trabajadora, un «analista brillante», esquivo a la fama y la gloria, y que seguramente haría lo posible para sacar a las tropas británicas de Iraq.

Gordon Brown. Foto: Clarín Con sus matices, esta percepción positiva era compartida por buena parte del público, cansado del ex primer ministro Tony Blair, que empujó al país al avispero iraquí aun en contra de la opinión mayoritaria y la de varios de sus propios correligionarios en el Partido Laborista. Cuando asumió, el 27 de junio de 2007, Gordon no arrastró esta pesada herencia y sí gozó de un alto nivel de popularidad.

Sin embargo, los tiempos cambiaron. Un sondeo publicado por el diario The Guardian refiere que, en comparación con la gestión de Blair, el 64 por ciento de los consultados dice que bajo el gobierno de Brown las cosas han cambiado «para peor». Solo un 20 por ciento expresó lo contrario.

¿Malos índices? Sin duda, pero no bastan para que el primer ministro tire la toalla. De hecho, si miramos rápidamente a Israel, vemos que el gobernante de ese país, Ehud Olmert, llegó a tener solo tres por ciento de aprobación al término de la agresión contra el Líbano, en el verano de 2006. ¡Y aún sigue ahí! De modo que su par británico tampoco se siente particularmente motivado a ceder el poder, por más que sus rivales conservadores, con un liderazgo renovado a cargo de David Cameron, continúen arriba en las encuestas.

En definitiva —pensará alguien—, los tiempos no son buenos, y cualquiera que esté en la silla de gobierno pagará los platos rotos si la economía renquea un poco. Brown ha tomado nota de esto, y acaba de definirse como «la persona indicada» (the right person) para hacer la tarea. Además de apuntar con el índice hacia los altos precios de los combustibles y los alimentos y la crisis crediticia, ha dicho: «Creo que soy la persona indicada para conducir al pueblo a través de estos tiempos difíciles».

Sucede que incluso una potencia como el Reino Unido puede quedar a merced de los desequilibrios económicos creados por el propio modelo consumista a ultranza. Una ojeada a las noticias de este martes trae dos ejemplos: según BBC, dos empresas dedicadas al negocio de la construcción, Bovis Homes y Redrow, han anunciado el despido de cientos de sus empleados por el parón en el sector, mientras el diario The Independent informa que la confianza del consumidor ha experimentado una caída brutal —«no compro, porque no sé qué me deparará el futuro, o si tendré que emplear mejor este dinero»—, en medio del caos del mercado y grandes presiones hacia quienes han comprado viviendas. Para coronar, un sondeo de la Cámara de Comercio británica sobre 5 000 negocios arrojó que el país está enfrentando un serio riesgo de recesión.

Todo esto, evidentemente, repercute en la vida de las personas. Y aunque el inquilino de Downing Street número diez ha lanzado algunas iniciativas en lo social —como entregar ayudas a las familias de los niños pobres, y otro tanto a los padres que decidan, ambos, trabajar—, él sigue personificando el blanco hacia el cual dirigir las críticas, que si bien unas son achacables a las normales contradicciones del sistema, de otras sí puede ser responsable él mismo.

Pongamos por caso la presencia militar del Reino Unido en Afganistán. Si es tiempo de crisis y no hay que gastar en guerras, la decisión de Brown de enviar más soldados allá suena a sinfonía tocada en un piano con comején y al que le faltan teclas. Como para levantarse e irse, ¿no? Pues bien, el primer ministro acompaña al presidente George W. Bush en su ejecución en tan destartalado mueble, en vez de darle la espalda por haberse metido en más guerras inútiles que Mambrú.

Al principio, creí que como la relación de Blair y Bush era irrepetible, y como el segundo ya estaba para irse, Brown podría tomar más distancia de estas «amistades peligrosas», pero no. No solo ha mantenido tropas en Iraq y Afganistán (donde han muerto 176 y 110 efectivos británicos respectivamente), sino que ha subido el tono contra Irán —un país empeñado en la obtención de energía nuclear sin que hasta el momento nadie haya podido probar la acusación de que la empleará con fines militares— y ha anunciado que congelará el dinero de un importante banco iraní, entre otras medidas en el sector financiero y petrolero.

Pero este modo de actuar no difiere mucho de lo que hubiera hecho Blair. Lamentablemente, el «brillante» Brown que deslumbró a mi amiga Jan va pasando un poco repetitivo. Aunque él se siga considerando «el indicado...»

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