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Usted se ha (in)comunicado con...

Autor:

Juventud Rebelde

«Cuando llamo a un negocio, tengo gusto de hablar con un ser humano».Gordon Matthews

Acabo de marcar el 066 2202. Preciso una comunicación urgente con la Refinería de Cabaiguán y escucho gozosa el timbre del teléfono, pero de pronto la euforia por la rapidez del contacto se esfuma cuando aparece del otro lado de la línea una voz grabada con la más inesperada respuesta:

—Buenos días. Bienvenido al sistema de procesamiento de voz.

Cuelgo. Al parecer el servicio de información me ha dado un número equivocado. Investigo. Insisto y se repite el mismo mensaje. ¿Será que en la Refinería se han aliado con la radio para hacer pruebas de locución? Vuelvo al contacto y espero paciente que continúe el sorprendente mensaje: «Por favor, introduzca la extensión de la otra persona. Para introducir por nombre, presione el signo de numeral y 1. Introduzca las tres o cuatro primeras letras del apellido de la persona, para Q presione 7, para Z presione 9». Atolondrada por el jeroglífico, aún intento varias combinaciones. Nada. A estas alturas estoy segura a quién pertenece el número marcado.

Pero no se asombre, quienes a diario necesitamos de las bondades del teléfono para ejercer el oficio sufrimos con frecuencia este y otros inventos desde que la contestadora automática puso un pie aquí.

Algunos colegas refieren, por ejemplo, ciertas llamadas donde entre saludos, agradecimientos y «por favor» escucha como tres voces distintas antes de ¡por fin! recibir la calidez de la operadora de carne y hueso; u otros intentos, donde lo atolondran con un listado interminable de extensiones que se confunden y olvidan.

Hasta los días de hoy, creo que ya sin remedio y aunque me tilden de anticuada, confieso que mastico, pero no me trago a la contestadora automática. ¿Quién rayos la inventaría? Consultas realizadas por Internet no dejan claro el particular: algunos apuntes aseguran que fue el alemán Willy Müller, quien ideó en 1935 la primera de estas máquinas, entonces de un metro de altura y muy popular entre los judíos ortodoxos, que tenían prohibido atender el teléfono los sábados; sin embargo en otros sitios se habla de Joseph Zimmermann o Gordon Matthews.

Comoquiera, según especialistas de venta de ETECSA provincial, en Sancti Spíritus, aquí aterrizó en el año 2000, como un servicio estrella de reconocida efectividad en el mundo entero, una bondad adicional del teléfono. Sus fabricantes aseguran que ahorra tiempo y dinero. Entre las ventajas enuncian no tener que esperar largo rato por una respuesta, sobre todo en las grandes empresas, donde además si se conoce el número de la extensión, todo podría fluir con bastante rapidez.

Además, alegan en su defensa que ayuda al completamiento de las llamadas; que muchas personas ya conocen las normas europeas, por las cuales se rige el sistema de comunicación cubano, gracias a las cuales cuando se marca el cero o el cien responde la operadora; o que cuando termina el mensaje prefijado si no marcas una extensión debe salir inmediatamente la pizarrista.

Pero ahí aparece el otro problema: muchas recepcionistas que habitualmente se hacían las «suecas» con las llamadas telefónicas al instalar el servicio de la contestadora automática disponen de una patente de corso para el despiste y la abulia laboral.

En Sancti Spíritus existen más de 5 000 contestadoras automáticas en el sector residencial y un centenar en entidades estatales, todas ubicadas en pizarras modernas. Los especialistas en la materia aclaran que los mensajes a escuchar en estos equipos los define el cliente, ETECSA solo los configura. Si estos mensajes incluyeran los asuntos verdaderamente importantes de acuerdo con los intereses del usuario, de forma clara, breve y concreta, como lo elaboró por ejemplo el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología espirituano, de seguro me estaría ahorrando estos comentarios.

Muchas personas sienten verdadera aversión a la hora de hablar con una máquina y cuelgan de inmediato. El famoso cineasta español Pedro Almodóvar hizo trizas esta modernidad en su película Mujeres el borde de un ataque de nervios, cuando afirma que el contestador se inventó como ayuda al mentiroso. Y ni hablar de esas musiquitas desesperantes de las pizarras sofisticadas, donde al final nadie responde.

En este asunto, la última palabra siempre la dirá la eficiencia de la operadora que no se elimina, sino que recibe una ayuda y debe formar parte de esta novedad. Una máquina, respuestas predeterminadas con olor a robótica, jamás suplantarán la multicolor comunicación interpersonal, creativa, con infinitas opciones de los seres humanos. ¿Acaso habrá que realizar una capacitación para sobrevivir a este invento? Por mi parte les confieso, aquí bajito para que nadie nos oiga: Contestadora automática, no la ruedo.

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