Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ciudades vacías

Autor:

Luis Luque Álvarez
Hans baja las escaleras y sale a la calle. Quiere jugar al fútbol con otros niños, sin embargo, debe conformarse con patear la pelota contra un muro. Vive en Leipzig, la renombrada ciudad donde se consagró Johann Sebastián Bach. Y aun si el mismísimo músico lanzara su broncínea mirada en derredor suyo, podría darse cuenta de que la ciudad se va quedando vacía. Poco a poco, imperceptiblemente. Pero se vacía...

Todos se marchan hacia el oeste.

Todos estos edificios, en una calle de Leipzig, en el este de Alemania, «están tristemente vacíos», refiere el joven fotógrafo Michael Knudsen. El caso de esta urbe del este alemán (la extinta República Democrática Alemana), que ha perdido 20 000 habitantes desde 1989, es comparable con el de otras localidades en la Unión Europea. En España, por ejemplo, existen pueblos en Valencia, Aragón y Castilla-La Mancha en los que se prevé una crisis demográfica dentro de muy pocas décadas, de seguir el éxodo de personas hacia las grandes ciudades.

En Polonia, entretanto, los casi dos millones de individuos que se han marchado preferentemente hacia Gran Bretaña, en busca de mejores empleos y sueldos, van creando una nueva especie: los «eurohuérfanos», niños cuyos padres decidieron dejarlos atrás e irse a la caza de la fortuna. Según datos de la Fundación de Derecho Europeo, solo el año pasado, unos 1 300 menores polacos fueron internados por esta causa en orfanatos, o integrados en otras familias. El desarrollo llama, ¿no?

Unos, como en los dos primeros casos, se mueven dentro de su propio país. Otros, según el caso polaco —pero también el búlgaro, el rumano o el lituano—, lo abandonan. Una cuenta muy simple ilustra que ganar 129 euros de salario mínimo en Lituania es menos apetitoso que los 1 503 de Luxemburgo. Y a lo interno de cada país, son las áreas más industrializadas y las más vinculadas con la alta tecnología las que se llevan el gato al agua. Exactamente lo que sucede entre el este y el oeste de Alemania.

Para revertir la tendencia a que vayan quedando áreas despobladas, se ha acudido a varias fórmulas. Así, según la cadena informativa Deutsche Welle, en Leipzig y otras ciudades de la zona oriental alemana (donde hay 780 000 inmuebles deshabitados), los propietarios de las viviendas llegan incluso a permitir que los inquilinos las habiten ¡gratis!; eso sí, a cambio de que se ocupen de coger las goteras, reparar las ventanas y cualquier otro arreglo que precisen.

Además, por lo visto, tal tipo de oferta generosa tenderá a multiplicarse, pues para el año 2050, esta región habrá perdido el 31 por ciento de su población, y con ello, parte de su red de transporte, de sus escuelas, de sus centros recreativos. ¡Si no habrá quien los utilice! Quizá Hans, para ese entonces abuelo (si es que encuentra mujer en tan abandonado paraje), no tendrá con quien tomarse una jarra de cerveza en un bar semidesierto...

En España, entretanto, también se entregan casas con muy bajo alquiler... a inmigrantes que llegan para reemplazar a los nativos que se van. Un reportaje del diario El País trae el ejemplo de Crivillén, un pobladito de Aragón, en el que un matrimonio ecuatoriano recibió en oferta la plaza vacante en la tienda-bar de la comarca, y ahora ha vuelto la vida al establecimiento. Otras más de cien familias esperan ser trasladadas a pueblos de Valencia, Castilla-La Mancha y el propio Aragón, mientras que varios de los reubicados ya han obtenido empleos, cuando no debutan ya como pequeños empresarios.

Experiencias como esta última, que no son la panacea ni mucho menos, pero que contribuyen a cambiar la falsa ecuación «inmigrante-peligro», por la de «inmigrante-beneficio», deberían hacer entrar en razones a quienes cierran las puertas en las narices de los extranjeros de países empobrecidos. Todos poseen alguna habilidad provechosa, y quienes no, bien podrían recibir la capacitación necesaria para poder ser útiles en una Europa que, en 2050, habrá perdido el 8,3 por ciento de la población, y en la que, como escribió un notable de las letras latinoamericanas, para ver un niño, hay que importarlo (aunque se prefiere hacerlo ya convertido en adulto, con un doctorado bajo el brazo).

Está cantado: si las políticas inmigratorias de la UE no salen de la rutina de las expulsiones y de la selectividad a ultranza, Hans —como otros— tendrá que pasarle el balón a la estatua de Bach por mucho tiempo. O hacer las maletas, apagar la luz y echar el cerrojo...

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