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Juventud Rebelde
No se ponen de acuerdo en torno a sus falsas salidas de la crisis financiera. Tampoco en cuanto a su presencia en el Medio Oriente: Barack Obama quiere darle un giro a la caótica política exterior asumida por Bush durante ocho años, mientras John McCain se rehúsa a que las tropas norteamericanas saquen sus botas de Iraq o Afganistán si no es con la victoria.

Sin embargo, cuando los asesores en política exterior de ambos candidatos presidenciales se refieren a África en esta despiadada campaña, no existen grandes diferencias: ese continente, que cada día se revaloriza más por sus reservas de petróleo y otras tantas riquezas naturales, continuará siendo una preocupación para la Casa Blanca, cualquiera que sea su morador a partir del próximo enero.

Los planes de McCain y Obama para «sacar del lodo al continente africano», anuncian que la relación de Washington con el continente africano será más de lo mismo que hasta ahora ha ofrecido Bush: intervención —incluso militar—, emperifollada de falsa bondad y falsos proyectos para su desarrollo.

Pero veamos exactamente qué es lo que proponen ambas campañas con respecto a África.

Según Witney W. Schneidman, asesor de Obama, la política exterior del demócrata para África persigue acelerar la integración de esa región a la economía mundial, asegurar la paz y la seguridad de sus estados, así como fortalecer las relaciones con estos gobiernos para profundizar la democracia, la responsabilidad y reducir la pobreza. Mientras, J. Peter Pham, el representante de McCain, refiere que el republicano opta por promover «un verdadero renacimiento de la libertad, la seguridad y la prosperidad», bajo la premisa de que «los problemas que confronta África deben ser resueltos conjuntamente con los africanos».

Y para ello, el comando militar estadounidense en África, que desde el 1ro. de octubre comenzó a operar desde Stuggart, Alemania, es una de las recetas predilectas para los dos bandos.

Un oficial de EE.UU. entrena a soldados ugandeses. Foto: Africom Witney, luego de enumerar una serie de conflictos por solucionar allí, como el de la República Democrática del Congo, Somalia —donde las bombas norteamericanas han «pelado» el suelo en reiteradas ocasiones—, Darfur, el Delta del Níger —en ese lugar, los rebeldes han atacado a transnacionales petroleras estadounidenses—, o las últimas elecciones en Zimbabwe —Washington, junto a sus aliados europeos, no reconocen el gobierno de Robert Mugabe, financian a la oposición e imponen un bloqueo a esa nación—, enaltece a AFRICOM como el cuerpo que, en alianza con otras agencias civiles estadounidenses y en pleno desarrollo de su potencial, propiciaría el fin de todas estas «pesadillas».

El republicano Peter Pham, citando a su asesorado con mucho más tiempo y detenimiento, explica que AFRICOM debe saber conjugar el «poder duro», el de las armas, con «los instrumentos del poder suave», que incluyen «los tratados diplomáticos, la persuasión política y los programas económicos».

Igualmente, no faltaron los aplausos republicanos y demócratas a la Ley de Crecimiento y Oportunidad para África (AGOA), emprendida por William Clinton, el mismo que comenzó a interesarse por insertar las tropas norteamericanas en misiones africanas para la solución de las guerras civiles, así como por el asesoramiento militar del Pentágono a las fuerzas nacionales del continente.

Pero el mayor crédito de los republicanos fue para Bush, quien se encargó de apretar las tuercas de la AGOA y reforzar aún más el carácter desigual de esta propuesta comercial, que buscaba limpiar el camino a la expansión de las transnacionales norteamericanas en el continente, aseguraba el dominio de los recursos naturales, y creaba, además, las condiciones para la presencia militar de EE.UU. en África.

Por otra parte, especial interés tiene para Obama —hijo de un kenyano y una norteamericana— la diáspora africana en EE.UU, formada por más de 2 millones de inmigrantes, la cual «puede ser una importante fuente de apoyo en el fortalecimiento de las relaciones con África», según el consejero Witney. ¿Las razones?: los inmigrantes africanos son uno de los grupos con mayores niveles de educación e instrucción con respecto al resto de los provenientes de otros polos de emisión de mano de obra calificada, y sus envíos de remesas están en alza: se estima que crecerán de 4 000 millones a 6 000 millones de dólares por año. Solo los nigerianos remiten más de 3 000 millones de dólares por año.

Con sus cifras, el demócrata desnuda la política inmigratoria selectiva de EE.UU., que solo acepta a africanos que tienen un título universitario. Por supuesto, por mucho que la guerra, el hambre y la miseria aprieten a los africanos, ninguno ¡hasta ahora! comete el suicidio de cruzar el océano Atlántico en busca de su «salvación». Los que llegan tienen visa. Los otros, los que no estudiaron en ninguna universidad, miran hacia Europa por su cercanía.

Pero, ¿puede esta selectiva diáspora africana ayudar en algo a su madre patria? Como siempre, el hipócrita e ilusorio discurso neoliberal sobre las remesas, como ninguna de las millonarias sumas que disfrazan los turbios programas de Washington para ese continente, puede devolverle a la región el desarrollo que le fue mutilado desde los tiempos en que África fue integrada como periferia del sistema capitalista y la mercancía que aportaba al comercio del naciente imperialismo era la mano de obra esclava.

Como pueden percatarse con estas propuestas, África no puede esperar nada distinto a lo que siempre han pretendido republicanos y demócratas. Sueña quien piense que sí.

¿Obama? ¿McCain? ¡Bah!, da igual. No olviden que ambos son los candidatos escogidos y apoyados por las corporaciones norteamericanas para representar sus intereses en Estados Unidos, en África o en el más remoto lugar del mundo.

Y por mucho que se repita la película y los espectadores ya estén aburridos de lo mismo, aún falta mucho, y disculpen mi escepticismo, para que nos sorprendan con un nuevo final.

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