Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

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Autor:

Jesús Arencibia Lorenzo
«El sabio». Así lo definió, sabiamente, Manuel González Bello en una de sus crónicas del sábado. «El profe», le decían muchos jóvenes —y mayores— en redacciones, eventos y aulas. «Eduardo» o «Dimas», que era en realidad su segundo nombre, se le podía interpelar en la calle, en la bodega, en las conferencias de esquina.

A mí siempre me daban ganas de decile maestro, pero en las pocas veces que nos vimos me venció el miedo a sonar pedante, adulón, fuera de lugar. O tal vez la simple cordura de no empañar con una palabra grandilocuente una de las actitudes más sencillas que le he visto jamás a un pensador grande.

«El de la cara mala», lo identificaban en mi casa, pero siempre con un tono perceptible de admiración. Y desde que estaba en la secundaria, o en el Pre, cuando uno comienza a entender un poco el mundo, empezaron a gustarme sus comentarios. Tan... comentados como una buena conversación y con la hondura para mover el pensamiento.

De la Revista de la mañana saqué mis propias conclusiones y después supe que, así las cosas, se comprendían mejor.

Comencé a estudiar Periodismo, esta carrera que solo tiene inicio, y soñé con que alguna vez me diera clases. Quería aprender y aprehender el mundo mediante sus explicaciones. Nunca lo tuve en el aula; ya habían pasado los tiempos en que fue docente regular en la Facultad de Comunicación.

Pero tuve la dicha de asistir una tarde a una conferencia suya sobre el Socialismo, que parecía no tener fin. A cada pregunta de los alumnos Dimas respondía con una disertación simple y magistral que le dejaba a uno más deseos de seguirlo interrogando sobre otros temas. Como si pudiéramos de una vez, ese día, comprender todos los conflictos, valorar a todas las personalidades, incorporar todas las reglas de la política.

Ya de noche pidió humildemente perdón para dejarnos, porque tenía que hacerle la comida a un familiar.

Eso, lo entendí años después, cuando hacíamos, hace unos meses, la investigación para entrevistarlo en el programa Privadamente Público. Entonces supe, supimos, que además de un periodista extraclase, Dimas era un hombre de familia; alguien a quien la vida había deparado seres queridos con largas dolencias y que siempre atendió con las mejores fibras humanas.

Mirta, su mujer-idilio de casi 40 años; Fernando, su nieto que ya lo había desplazado cariñosamente de la computadora; toda su gente no sufrió el abandono en que suelen dejar a los parientes las grandes figuras. Dimas también supo armar un hogar.

Y tener que escribir estas cosas. Y recordar que el día del programa, para no embarcarnos, asistió con los terribles dolores que siguen a un suero citostático. Y saber que su encanto de comentarista fino, politólogo del barrio, profesor de la tele, ya comienza a ser pasado... Coño. Di más, profe. Dinos más de cómo ser periodista.

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