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De cómo el carro de la OTAN dio marcha atrás

Autor:

Luis Luque Álvarez
Las bravuconadas, en política internacional, generalmente no rinden buenos frutos. A veces, incluso ningún fruto. Y quien las profiere queda entonces a merced del ridículo.

Veamos el caso de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que acaba de celebrar su reunión de cancilleres en Bruselas. En abril pasado, semejaba una veloz locomotora, dispuesta a tirar con fuerza decisiva de Ucrania y Georgia para convertirlas en miembros del pacto. Y en agosto, tras la respuesta militar rusa a la agresión georgiana contra Osetia del Sur, salió con la decisión de cortar los contactos militares con Moscú.

Ahora, sin embargo, la OTAN les ha dicho a los gobiernos ucraniano y georgiano —muy cortésmente, eso sí— que no les concederán el Plan de Acción para la Adhesión. Que deben esperar..., sin fecha. Y paralelamente, han acordado retomar los contactos con Rusia.

Según el secretario general de la Alianza, Jaap de Hoop Scheffer, dicha reanudación es «condicional», y para Dimitri Rogozin, embajador ruso ante la OTAN, es «incondicional». ¿Quién dice la verdad? Bueno, a nadie le causa risa que le tuerzan el brazo, pero los hechos son claros: ha sido la OTAN la que ha quitado velocidad a la adhesión de Ucrania y Georgia. Y Rusia, pese a las amenazas, no ha retirado su reconocimiento a las repúblicas autónomas de Osetia del Sur y Abjasia, lo que para Bruselas es una impertinente piedra en el zapato.

Varias cuestiones —entre ellas la económica, que no detallaremos aquí— pueden estar pesando en esta flexibilización. Pero fijémonos mejor en los nuevos aires después del 4 de noviembre en EE.UU., que han provocado que los europeos lo piensen más a la hora de estar buscándole las cosquillas al oso. En definitiva, George W. Bush, el principal «empujador», está subiendo sus trastos al camión de las mudanzas, y el que viene atrás de él tiene credenciales de menos belicoso, aunque a algunos de los designados para su próximo gobierno se les sienta verdaderamente un fuerte olor a pólvora.

Que Europa no piensa seguir la rima de Washington —al menos hasta que Jorgito se largue— se ve en que la otrora todopoderosa secretaria de Estado, Condoleezza Rice, no obtuvo de sus aliados europeos la exención de Ucrania y Georgia de tener que pasar el Plan de Acción para la Adhesión. Su colega alemán, Frank Walter Steinmeier, fue cortante al decir que «no habrá atajos en este camino». Sutil modo de hacer saber que a un grupo numeroso de países de la OTAN no les parece oportuno agilizar una adhesión que, en definitiva, les atraerá la ira de un vecino poderoso, ¡y ninguna seguridad!, pues al menos el gobierno georgiano ha demostrado ser un peligroso buscapleitos que puede arrastrar a toda la Alianza a un conflicto con Moscú.

Así, después de meses de declaraciones altisonantes, en Bruselas no se logró el consenso. Mientras EE.UU., Reino Unido y algunos países del este de Europa favorecían una rápida adhesión, Alemania, España, Bélgica, Holanda y Luxemburgo preferían retardarla. Y fue esta la opción ganadora, si bien las palabras siguen siendo duras. El secretario general de la OTAN advirtió que la organización no ha cambiado de criterio sobre «el reconocimiento ilegal» de Osetia del Sur y de Abjasia, y que no aceptará «frases que no se esperaban volver a oír sobre misiles o amenazas a Polonia» (en alusión a la posibilidad de que Moscú emplace cohetes en el pequeño territorio de Kaliningrado, como respuesta al escudo antimisiles que proyecta Washington en suelo checo y polaco). ¡Hombre! Si en el Kremlin desearan redactar un texto con iguales advertencias, solo tendrían que cambiar unas pocas palabras. Donde aparece «Osetia del Sur y Abjasia» bastaría escribir «la provincia serbia de Kosovo», y donde dice «amenazas a Polonia», se podría poner «a Rusia». ¿O alguien cree aún que el escudo es contra Irán y Corea del Norte?

Una patrulla de la OTAN recorre una aldea afgana. Foto: Reuters Lo cierto es que, con una desgastante guerra en Afganistán, donde europeos y estadounidenses no logran derrotar a los talibanes, y con los dolores de cabeza que surgen en otros rincones —¿qué tal los piratas somalíes?—, la OTAN no está para pastelitos, o el horno no está para más disgustos con Rusia, ¡o en fin!, y discúlpenme el enredillo, que no es tiempo de bravuconadas. Y sí de dar marcha atrás...

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