Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El ejemplo de las tesis

Autor:

Julio Martínez Molina

La inmensa mayoría de los estudiantes universitarios cubanos, que pasaba un calvario cada julio —y mucho antes— en busca de las mil y una «bonituras» para sus tesis, vio los cielos abiertos con la nueva disposición del Ministerio de Educación Superior.

Como daba cuenta un reciente comentario publicado en este medio (Inteligencia creativa, Hugo Rius, 15 de febrero), la medida del MES para la presentación de los trabajos de diploma y las tesis de maestría supone verdadero alivio ante la carestía actual de insumos, por lo cual fueron aplaudidas por el alumnado.

En lo adelante, como se informó, las tesis se entregarán solamente en soporte digital, con la excepción obvia de determinados planos, proyectos u otros documentos análogos que precisan impresión inexcusable.

No ha sido solo un paso plausible, sino además lógico, atemperado por la realidad social del país; y que invita a que también nos preguntemos cuándo se adoptará una decisión similar, por ejemplo, con quienes participan en determinados concursos.

Claro, en el tema concurso cualquier determinación entrañaría mayor grado de dificultad, habida cuenta de que estos no son auspiciados por un organismo en específico, sino por muchos.

Sin embargo, ante el reclamo cada vez mayor de intelectuales, científicos, estudiantes y pueblo en general que participa en tales eventos, pienso que es hora ya de que se valore el asunto.

Por solo poner un ejemplo en materia de exigencias, miremos a los concursos culturales. ¿Por qué seguir exigiendo a los participantes la entrega impresa de original y dos copias, en textos que a veces reclaman de hasta no menos de 150 o 200 cuartillas?

Doscientos por tres serían 600, quitando las que naufraguen en la odisea de la impresión, que es otra historia. Un paquete de hojas de 500 unidades en nuestras tiendas en divisa oscila, según pude comprobar, entre siete y 12 CUC, de acuerdo con la calidad del papel y la cadena que las expende.

Que yo sepa, no hay otro modo de adquirirlas.

Los sobres —se requieren tres también, de no solicitarte otros con seudónimos o lemas— son vendidos entre 25 y 50 centavos de la misma moneda.

Por donde lo mires, supone un desgaste de dinero y neuronas para poder cumplir con las normativas del certamen. Pero la almendra adonde quiero llegar no se descascara aquí, sino en una deducción a la que arribaremos en el párrafo siguiente.

Si en muchas partes del mundo se pide que se envíe el texto por correo electrónico, ¿por qué aquí, con las necesidades económicas por las que atravesamos, seguimos insistiendo en esta variante, dándonos un lujo que no podemos permitirnos?

Alguien pudiera espetar que tampoco hay muchas computadoras ni todos tienen Internet. O que el jurado pasará más trabajo de ese modo para revisar los materiales.

Tendrá solo parte de razón, pues siempre será mucho más fácil, económico, ágil y feliz en todo sentido para el concursante conseguir el modo de enviar su obra mediante dicho método. En cuanto a la parte del jurado, generalmente son reunidos por las entidades que convocan, las cuales suelen poseer determinado equipamiento técnico como para ayudarles en su tarea, que a todos beneficiará.

No es lo mismo un concurso de un periódico o una organización equis, donde el remitente puede cursar su trabajo en una carta, que los aludidos aquí.

Estaría bien pensar ya en flexibilizarnos un poco en cuanto a estos aspectos. Sería dialéctico y acorde con los tiempos, y estaría en consonancia con las inteligentes decisiones de corte similar adoptadas por la Educación Superior.

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