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Ángeles del equilibrio

Autor:

Juventud Rebelde

Caramba, a fuerza de tanta continua atención periodística prestada a los valores extraviados y su corolario de conductas impropias —indispensable ejercicio profesional—, parecería que la otra cara de la moneda se queda fuera de foco.

Por inmensa fortuna nos salen siempre al paso los que he dado en denominar ángeles del equilibrio. No se trata de serafines alados, etéreos y hermosos, sino ángeles vivientes y corrientes, matizados e imperfectos, seres humanos de la cotidianidad que exorcizan con sus comportamientos las negatividades y los escepticismos.

Mucho me hizo pensar al respecto, mientras consumía la espera en una policlínica, el tenaz quehacer de fisioterapeutas en una dedicada y paciente entrega de ciencia empapada de amor, que observaba admirado. Ellos y ellas arropan la invaluable virtud de sacar a sus pacientes de un hueco oscuro, cuando las consecuencias de accidentes hacen ver la vida solo en tonos sombríos, y sin embargo logran ponerlos a flote, les insuflan voluntad de lucha, confianza en sí mismos, producen «milagros» para los que, imperturbables, consagran días, semanas, meses, a veces años.

Hace tiempo que cobijo a los fisioterapeutas entre mis ídolos de carne y hueso de cada día, y créanme que para alivio mayor tantos otros se han ganado parecido reconocimiento, que me resultaría imposible mencionarlos a todos en el espacio de una columna. Apenas aludo a un símbolo de servicio al prójimo.

Ángeles del equilibrio son quienes corren detrás de uno a lo largo de una cuadra para que recuperemos la billetera que se cayó, sin percatarnos; el conductor de un vehículo que acude en nuestro auxilio ante una emergencia sin el previo guiño de luces que anuncia un cobro, o el que nos saca de un verdadero apuro y se ofende cuando le preguntamos cuánto le debemos.

Pueden serlo quienes en oficinas de trámites escuchan atentos, orientan y encaminan certeramente en lugar de insinuar un regalito a cambio o parlotear en torno al último capítulo del culebrón televisual, indiferentes al público, o prácticamente no escuchan, absortos en las novedades introducidas en sus MP-3 pegados a los oídos, como si fueran parte de sus anatomías.

Sin duda lo son cuantos han hecho del magisterio genuina obra de forjamiento del carácter y el cultivo de la inteligencia, y por supuesto aquellos que cuidan con ternura a los ancianos, enfermos y desvalidos en diversas instituciones.

A fin de cuentas nos devuelven el equilibrio quienes, aun con las dificultades económicas y las comprensibles alternativas para paliar las escaseces del bolsillo, buscan las fuentes en el trabajo honrado, en el servicio retribuido con justeza, carente de especulación y timo, y siguen colocando en el centro al prójimo, antes que al signo de peso.

Ante el triunfalismo conformista y muelle, solemos decir que no todo lo que brilla es oro. Pero también podemos señalar frente a los descreídos catastrofistas que no todo lo que pulula es lodo.

Gracias a los mortales y corrientes ángeles del equilibrio, en cuya potencialidad de contagio creemos.

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