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Fugaz golondrina en Irlanda del Norte

Autor:

Luis Luque Álvarez

¿Hay razones para que tropas del ejército británico aún permanezcan en la provincia de Irlanda del Norte?

No, no la hay. Un cuerpo del orden, el Servicio Policial de Irlanda del Norte, aceptado por todas las fuerzas políticas, tanto republicanas independentistas como unionistas probritánicas, está encargada de velar por la seguridad de las calles en ese otrora explosivo territorio.

Sin embargo, ¿hay razones para dispararles a miembros del ejército británico y a los de la policía, como sucedió el pasado sábado y el lunes?

La respuesta es igualmente no. Esta no es la época en que Londres ejercía su poder en el norte de la isla con puño de hierro, o cuando el «lord protector» Oliver Cromwell pasaba a cuchillo a los rebeldes. «Pero hay un ejército ocupante», se dirá. Es cierto, y es válido enfrentar al que holle una tierra que no le pertenece, pero ¿quién pasará por encima de lo que el pueblo irlandés en su conjunto, tanto en la aún provincia británica como en la República de Irlanda, aceptó en su momento mediante un referéndum?

Lo que recibió el visto bueno en aquel entonces (1998) fue el Acuerdo de Viernes Santo, que estipula la permanencia de Irlanda del Norte bajo mandato británico hasta que un día, mediante consulta pública, el electorado norirlandés (hoy mayoritariamente favorable a la unión con Gran Bretaña) decida la independencia del territorio y su natural incorporación en la República de Irlanda, algo que puede ocurrir en unas décadas, pues el sector católico e independentista experimenta un crecimiento demográfico mayor que el protestante unionista.

Asimismo, el Acuerdo creaba una Asamblea de poderes compartidos (un Parlamento local) entre ambas comunidades. Hoy, el Partido Democrático del Ulster y el independentista Sinn Fein, antes intragables enemigos, codirigen el gobierno autonómico, no sin tropiezos, pero con ánimo de enterrar para siempre la violencia del pasado. De hecho, el conocido Ejército Republicano Irlandés (IRA) efectuó en 2005 un proceso de desarme, y fue imitado, al menos en buenos propósitos, por organizaciones probritánicas, como la Asociación de Defensa del Ulster (UDA). Calladas las bombas, se podía escuchar mejor la voluntad de la gente.

Ahora, sin embargo, dos grupos escindidos del IRA pretenden revivir las turbulencias. Se trata del denominado IRA Real (RIRA), y del IRA de la Continuidad (CIRA), culpables, respectivamente, de la muerte a tiros de dos soldados británicos y la de un policía norirlandés. «Los ataques continuarán mientras Gran Bretaña siga inmiscuyéndose en Irlanda del Norte», aseguró el segundo grupo en un texto.

En este pequeño festín de sangre, que nadie desea a estas horas, y que invita a entrar en una improductiva dinámica de golpe-contragolpe, hay un mensaje que puede sonar a alivio: Tanto el RIRA —que se escindió del IRA en 1997, en protesta por la implicación del Sinn Fein en las negociaciones de paz, y que causó la muerte de 29 civiles con una bomba en 1998— como el CIRA —formado en 1986, e involucrado en robos y secuestros— están débiles en la actualidad, y aunque han colaborado entre sí, no poseen potencial para acciones de mayor impacto.

Lo que habría que temer, eso sí, es que estas pequeñas «aventuras» hagan despertar en el lado unionista la sed de venganza que se ha estado intentando apagar todos estos años. Ciertos extremistas probritánicos que provocaron a los independentistas durante mucho tiempo, lo mismo con ataques directos que con humillantes marchas a través de los entonces empobrecidos barrios católicos, estarían encantados de hacer brotar otros incidentes que devuelvan a Irlanda del Norte a ese raro estado de «caos original» en que estábamos acostumbrados a verla en pasadas décadas.

Por fortuna, una fuente de la unionista UDA reconoció que los atacantes no tienen mandato alguno de la comunidad independentista, mientras el partido Sinn Fein, que no renuncia a la retirada de las tropas británicas, fue claro, por voz de su líder Gerry Adams: «Los responsables (de los atentados) no tienen apoyo ni estrategia para alcanzar una Irlanda unida. Su intención es llevar a los soldados británicos de nuevo a las calles y destruir los progresos de los últimos tiempos».

Contención, pues, a todos, y mejores deseos. Una golondrina no puede hacer verano —o triste otoño— en una tierra harta de sufrimiento.

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