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Juegos Olímpicos: ¿bendición o maldición?

Autor:

Juventud Rebelde

Poco menos de ocho años restan para que en el verano de 2016 una urbe de este planeta acoja la edición número 31 de los Juegos Olímpicos modernos. Sin embargo, desde ahora, dos de las cuatro ciudades que luchan por obtener este privilegio enfrentan no pocos quebraderos de cabeza en la carrera por la sede.

Y es que mientras el mundo busca una solución al conflicto económico que amenaza con agudizar los problemas de la humanidad, el Comité Olímpico Internacional (COI) inició este mes de abril las inspecciones finales a las urbes candidatas, con vistas al otorgamiento de la sede final el próximo octubre.

De esta forma, Madrid y Río de Janeiro esperan por su pase de revista luego de los exámenes practicados en Chicago y Tokio por el COI. Hasta el momento ambas recibieron muy buenas calificaciones por parte de los directivos, aunque varios sectores «dieron la nota» y expresaron sus argumentos en contra de la realización del gigantesco evento.

La razón estriba en que los Juegos Olímpicos se han convertido, desde la cita de Barcelona en 1992, en muestra del poderío económico de su organizador, a pesar de las reiteradas declaraciones de varios directivos del COI que abogan por una reducción en los costos de la cita estival.

Tamaño despliegue ha resultado más tarde en la conocida recesión postolímpica o «efecto caída en V», según los expertos. El derrumbe se produce principalmente por un drástico incremento en la inversión durante la fase preolímpica, acompañada de un boom en el consumo y en los ingresos, que luego disminuyen sustancialmente en la siguiente fase, lo que se une a la costosa carga del mantenimiento de instalaciones de los Juegos que quedarán luego en desuso o subutilizadas.

Por ese motivo, en la Ciudad de los vientos el grupo No a los Juegos en Chicago (NGC, por sus siglas en inglés), aprovechó la inspección del COI para realizar una serie de protestas y llamar la atención de los medios en torno a sus demandas. Según ellos, los Juegos son negativos desde el punto de vista financiero para la ciudad organizadora, pues una vez conseguida la candidatura, los objetivos de desarrollo se centran en alistar la sede para el día inaugural.

De acuerdo con tendencias de los últimos tiempos, esta prioridad conlleva gastos millonarios en complejos deportivos, con tecnologías de última generación, que garantizan al atleta riesgos mínimos por lesiones. La medida es perfectamente comprensible en tanto se entienda que el deportista moderno dejó de ser, hace más de una década, un simple practicante de la actividad física para convertirse en una mercancía que «vende» varios millones de dólares anuales en cuanto producto se les ocurra a sus agentes.

Sin embargo, ante las telarañas que se tejen en torno a los bolsillos de millones de ciudadanos, no son pocos los que, en Chicago y Tokio, ven con recelo la celebración en sus predios de la máxima cita del deporte.

Así lo pudieron comprobar los ejecutivos del COI en su recorrido por los terrenos que acogerían el estadio olímpico de la ciudad nipona, de ser aprobada su candidatura, propuesto para albergar a cien mil espectadores. Quienes se oponen dejaron plasmada su opinión en la consigna «Tokio no necesita los Juegos Olímpicos».

En tanto, Jim Vail, un profesor de Chicago, sostuvo durante la inspección olímpica que el alcalde Richard Daley «quiere gastar billones durante dos semanas para traer astros del atletismo a la ciudad, mientras que ninguna escuela pública de Chicago tiene un centro de entrenamiento de este deporte para los jóvenes. Entonces, ¿de qué nos sirven los Juegos a los que vivimos aquí?».

Y no le falta razón al avezado profesor. Quizá es hora de que el COI cambie el curso de sus objetivos para dotar a los Juegos Olímpicos de una trascendencia no solo deportiva, sino social. Los I Juegos Olímpicos de la Juventud, previstos para celebrarse en Singapur en el verano de 2010, para atletas entre 14 y 18 años de edad, pudieran ser el inicio de una nueva era en la que el deporte —y no las ganancias—, se conviertan en el principal objetivo del evento. Quizá soy demasiado iluso, pero al menos soñar todavía no cuesta un centavo.

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