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El Guatao en Bruselas

Autor:

Luis Luque Álvarez

¿Imagina usted una tropa formada por un lobo, una hiena y un jaguar? A decir verdad, al grupo le sobran colmillos y garras, pero no podrían andar juntos un kilómetro: en cuanto se pusieran a decidir cómo repartirse una gallina, la asamblea terminaría como la clásica fiesta del Guatao.

Algo de esto podría ocurrir, previsiblemente, entre la «derecha de la derecha» del Parlamento Europeo (PE). Como se ha dicho, en las recientes elecciones para conformar la membresía de esa institución, algunas formaciones de ideología neonazi o «casinazi» lograron escaños.

Ahí está el partido húngaro Jobbik, cuyo ideal es expulsar a los gitanos y conformar la «Gran Hungría» (a saber, extender las fronteras, como mismo se le ha ocurrido a más de un desquiciado a lo largo de la historia). Esperaba obtener al menos un eurodiputado, sin embargo, ¡sorpresa!: ganó tres.

Y es el caso del British National Party (BNP), una formación que enviará dos parlamentarios a Bruselas, y que entiende que Gran Bretaña es únicamente para «la gente que desciende de las personas que estaban en este país desde el período de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país era relativamente homogéneo», enrevesada forma de decir: «para los blancos anglosajones», además de llamar a los «no-británicos» a marcharse «voluntariamente».

La ensalada es variada: hay extremistas de Eslovaquia que, como el BNP, se estrenan en la Eurocámara, y hay otros que repiten, como los del francés Frente Nacional, o los del Partido de la Libertad austriaco, y hasta un holandés, también llamado Partido de la Libertad, que —magia de la política— tendrá cuatro eurodiputados para pedir constantemente desde sus asientos ¡la disolución del Parlamento Europeo! (lo que equivale a querer ponerle una bomba al propio centro de trabajo y quedar desempleado).

No me extiendo en cuanto a los políticos de otras fuerzas conservadoras que, encantados de la vida, aprueban en privado y en público medidas similares e incluso más imaginativas que las de la propia ultraderecha. Échele una miradita discreta a la italiana Liga Norte, cuyo número de escaños en Bruselas aumentó ligeramente. Su principal meta (la separación del rico norte del país del más atrasado sur) le deja tiempo para tirar sus «flores» antiinmigrantes y convertirlas en ley, o desempacharse para pedir que se bombardeen las lanchas de africanos que intentan alcanzar la península para escapar del hambre y de la guerra. O sea, no todos se atreven a llevar la esvástica en el pecho, pero la guardan en el bolsillo sin problemas...

Ahora bien, que los extremistas tengan acceso a las instituciones democráticas en Europa es la gran paradoja. Lo es porque, de tener la ocasión y la fuerza suficiente, las abolirían y las mandarían al infierno. De modo que, para asombro del mundo, partidos que conspiran contra la tolerancia y la diversidad que dice propagar la UE, escalan dentro de ella, adquieren voz y, llegado el caso, ¡pueden ser incluso financiadas por la UE!

Lo explico: si 25 de estos «nazidiputados» se pusieran de acuerdo, podrían formar un grupo parlamentario. Como cumplen el requisito de contar con el mínimo de 25 escaños, en teoría pueden. Y si lo llevaran a efecto, entonces tendrían acceso a fondos comunitarios, se les asignarían oficinas propias, y hasta puestos en comités legislativos. «¡¿Qué te parece, Adolf, cómo está de buena la cosa?!».

Hay, sin embargo, esperanzas para quienes creen ver ya el cañón de un Panzer hitleriano. Según explica el historiador Michael Burleigh en el diario británico The Guardian, las condiciones para el ascenso de esa jauría, como ocurrió en los años 30, no están servidas en bandeja de plata, pues esta Europa no es la de aquella época, salida de una guerra mundial que ancló resentimientos y deseos de revancha en algunos de sus actores; ni el tema de extender las fronteras nacionales es asunto que preocupe a muchos, en una UE donde la mayoría (aún no todos) van de un país a otro como a casa del vecino.

La cuestión es de «indigeribilidad interna», de agudos choques de intereses entre el lobo, la hiena y el jaguar. Por ejemplo, la nieta del dictador Mussolini, Alessandra, propició que el grupo de ultraderecha formado en 2007 en el PE se fuera a bolina, cuando la emprendió contra los inmigrantes rumanos en Italia. ¿Quién protestó? El partido extremista Gran Rumania, que dio el portazo a la salida y dejó al grupo sin quórum para seguir existiendo.

Ahora, los de Jobbik pueden sacar chispas con otros ultras. Ellos, que tanto insisten en echar a patadas a los gitanos de Hungría, no harán buena yunta con los neonazis eslovacos y los de Gran Rumania, quienes centran sus ataques en las minorías húngaras que viven en sus países. La misma medicina de los primeros, ¡pero a los primeros!

No habrá, entonces, amistad fácil entre las fieras, sino, más temprano que tarde, la reedición de aquella parranda del Guatao. Pero a la clase política le sería fructífero analizar las insatisfacciones profundas que inducen a unos cuantos millones de europeos a votar por estos personajes.

Como si el humo de los crematorios de Auschwitz, 65 años atrás, hubiera sido cuento de pésima fantasía...

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