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Oferta especial

Autor:

Juventud Rebelde

Bajo los fuegos climáticos de un junio que parecía agosto, el cliente recorrió con agobio varias tiendas de la ciudad en busca de un obsequio sencillo, que le sirviera para no irse en blanco el Día de los Padres.

Siempre ha considerado que un padre no es una circunstancia dominical, ni se ha de envolver su estatura espiritual en algún regalo material descargado como cumplido. Que un padre merece el beso cálido cada día, más allá de fechas señaladas y predestinadas. Que la bondad de un padre cierto es, como dice un proverbio japonés, más alta que cualquier montaña y eso no se retribuye con ofrendas de junio o de diciembre.

No obstante, el cliente quiso encontrar ese presente que — aunque volátil— ya origina, por tradición, al menos el fulgor en la mirada de los progenitores. Y así fue de tienda en tienda con más entusiasmo que con recursos en los bolsillos.

Notó enseguida que la celebración para los padres no genera previamente en los comercios esas oleadas humanas impactantes ni tantas iniciativas espontáneas, nacidas en mayo para homenajear a las madres. Y se dolió al comprobar tal realidad. Y pensó que ese panorama pudiera darle alas al falso axioma que remarca «padre es cualquiera».

Pero lo que más perturbó al cliente en su largo recorrido fue observar en casi todos los establecimientos un cartel rimbombante colocado para la ocasión: «Oferta especial por el Día de los Padres».

Miró cada propuesta con detenimiento y se preguntó de dónde nacía lo especial y lo cósmico si, en la mayoría de los casos, se trataba de productos «convoyados», algunos ya con barbas tras los cristales y con poca demanda de los consumidores.

Y advirtió que en esa unión artificial, presentada como oferta singular para honrar al padre, los artículos ni siquiera descendían un medio de sus precios habituales.

«¡Somos los mejores!», balbuceó mordazmente para luego reparar que lo especial jamás ha de vincularse con lo rutinario y lo cotidiano. Especial es sinónimo de excepcional, único, extraordinario, distinto, original, admirable, impresionante, hermoso, en fin... el mar.

¿Por qué tomarle el pelo a los clientes y «especialmente» en una fecha sagrada del almanaque? ¿Por qué, si no se tienen las mejores mercancías, al menos no se ensaya una mínima rebaja que en verdad estimule la compra del obsequio? ¿Será que, por X o Y, hay una subestimación total a los usuarios y existe el convencimiento de que ellos se llevarán a como dé lugar esas ofertas para regalarlas aunque no posean nada de especiales?, se interrogó el hombre.

Más tarde, en rápida regresión a otros escalones del calendario, rememoró con leve retozo que tales proposiciones a veces permanecieron en las tiendas muchos días después de la fecha marcada, ¡con el mismo cartel! anunciador. Y que en ocasiones la «oferta especial» también brotó con cierto aire de embuste el Día de las Madres, el de los enamorados y los fines de año.

En medio de esas cavilaciones finalmente vio en una tienda amplia una «oferta especial» que consistía en un pañuelo y un par de medias. Quiso comprarlo por su tarifa no tan humeante, pero se sorprendió al límite cuando la dependiente tomó los dos artículos de sus respectivos bultos y los echó en la conocida jabita de nailon. Sí, aunque no se crea... ¡había jabitas!

«Yo quiero aquel estuche, la “oferta especial”», dijo contrariado. Ella respondió amablemente: «Ah, pipo, eso es una representación, son estuches de otras mercancías que no alcanzan para envolver todas las ofertas especiales. Los preparamos nosotras con bastante trabajo».

El cliente explotó: «Es otra falta de respeto». La mujer, viendo el rostro del consumidor, cedió y le alcanzó con cortesía uno de los envases de la «representación». ¿Complacido?, llegó a inquirir.

¿Complacido?, se preguntó a sí mismo el desconcertado cliente fuera de la tienda. Y reflexionó sobre el cuento de la buena pipa en los servicios, a los que tanto les falta para acabar de salir del subsuelo. Y pensó en su especial odisea, seguramente repetida en tantos otros. Y creyó que era mejor no contársela directa, para no amargarle el domingo, a su querido padre.

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