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Los gigantes y el orangután en siete días

Autor:

Juventud Rebelde

Cuentan que primero fue Edmund Burke (1729-1797), luego Thomas Macaulay (1800-1859). En todo caso, ambos ingleses ayudaron a acuñar en la madrugada del tiempo aquello que definía a la prensa como el «cuarto poder», detrás de las instancias legislativas, ejecutivas y judiciales.

Entonces no habían germinado los bichitos del cine, la radio y la televisión. Y representaba más que una utopía llegar a las telarañas actuales de Internet, que tanto enredan o desenredan el mundo, más allá de las teorías ancestrales sobre comunicación esbozadas por Aristóteles.

Aún así, la prensa empezaba a mirarse ya como un gigante con sable, capaz de cortar cabezas gubernamentales, pero sobre todo de preservarles los peldaños a los comedores de manjares, a los empuñadores de látigos, a los de corona ancha y manteles de oropel que pisoteaban a «los jodidos», los «dueños de nada», los «ninguneados», como dice Galeano en su ejemplar poema Los nadies.

Sin embargo, si Burke y Macaulay vivieran hoy, se habrían quedado como pescados en nevera al comprobar que, en contra de todos sus cálculos, la gran prensa puede convertirse en el poder mismo —por encima del primer poder—, con la suficiente fuerza como para destituir a un presidente constitucional y encumbrar a un orangután.

No por repetido es ocioso decirlo otra vez: la cobertura ofrecida por los gigantes mediáticos al golpe militar de Honduras durante estos siete días constituye la mejor demostración de que aquellos que viven y mueren dándose en el pecho hablando de «imparcialidad» de sus reportes periodísticos son los primeros parcializados, los primeros aduladores de la partidocracia, tal como llama con razón el presidente ecuatoriano Rafael Correa a los partidos históricamente establecidos con la fuerza del dinero y la politiquería.

El domingo pasado varios de los principales medios del mundo, desde CNN hasta El País, de España, comenzaron sus despachos diciendo que Manuel Zelaya había sido detenido y enviado a un lugar no precisado. BBC Mundo, por ejemplo, tan «neutral» siempre, después de titular «Tensión en Honduras» explicó en negritas que «efectivos del ejército de Honduras arrestaron al presidente, Manuel Zelaya, y lo deportaron a Costa Rica».

¿Por qué ese órgano de prensa con tantos receptores en Latinoamérica no tituló «Golpe de estado en Honduras» o cuando menos reseñó el secuestro del presidente en su tiroteada residencia en lugar de escribir «arrestaron»?

Provocara aún más risa —si no fuera por la gravedad del tema— la confesión de la periodista de ese medio Julia Zapata, quien refirió en uno de sus artículos la celebración de una «reunión editorial» más larga de lo acostumbrado para ponerse de acuerdo en cómo nombrar al usurpador Roberto Micheletti. No sabían en ese sumo consejo si nombrarlo presidente interino, presidente de facto o presidente designado. Y al final votaron por llamarlo «Presidente interino designado por el Congreso después del golpe de Estado contra Manuel Zelaya».

Me temo que con esas dudas sobre la lengua de Cervantes pronto sostendrán una reunión para acordar qué calificativo aplicar a Bin Laden, ante la disyuntiva de llamarlo «saudita con turbante» o «luchador de ciertas causas oscuras».

Son trucos viejos, aplicados en franca subestimación del pensamiento ajeno. A Posada Carriles, incontables medios no dejan de nombrarlo «el presunto autor de un atentado a un avión de Cubana» o «el destacado activista anticastrista» o incluso «el veterano luchador».

Pero con esto de Micheletti se han pasado de rosca. La Prensa, periódico de la ciudad hondureña de San Pedro Sula, después de seis días de bombardeo en contra del presidente constitucional de la nación centroamericana ayer mismo titulaba «El pueblo vuelve a rechazar a Zelaya», para luego informar que «con una megamanifestación, los capitalinos reiteraron que están en defensa de la democracia y nuevamente le dijeron no al regreso de Manuel Zelaya Rosales».

Pobre democracia, pobres capitalinos que sin excepción dicen NO desde que se levantan. Pobre pueblo que cabe estrujado en el primer párrafo de un reporte periodístico.

Lo curioso es que esa información aparece destacada dos veces en la plana principal de la versión digital de La Prensa, aplastando un reporte que señala que cientos de partidarios del ex presidente se manifestaron bandoleramente... y bla, bla.

El Heraldo, otro periódico importante de Honduras, tan heraldo de la verdad, no ha dejado de llamar «presidente» al dictador Micheletti, lo ha citado más que los poetas románticos a las estrellas y se ha casado con la técnica de brindarse como portavoz de las declaraciones de los personeros que están detrás (y delante) del golpe. «Dijo Micheletti», dijo el nuevo Canciller, dijo el Tribunal Supremo de Justicia, dijo el general Romeo, dijo la princesa Julieta, dijo el burro que pateó la lata, dijo un senador de Rincón Lejano, dijo Taiwán y Don Juan, dijo Somoza en el Infierno.

¿Qué pasará cuando las autoridades electas en las urnas y echadas por la fuerza de sus puestos retornen? Es fácil adivinar en esos medios el mar de declaraciones de Zelaya contando su odisea desde que fue violentado el domingo por militares, algo que no supieron miles de hondureños porque a esa hora resultaba más importante que tales gigantes mediáticos hicieran notar la maldad del gato Tom, detrás del ratón Jerry y la importancia de la música para ir preparando la ruta del orangután o del gorila, da lo mismo.

Es fácil adivinar la cara de sorpresa de Burke y Macaulay.

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