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Razón a gritos

Autor:

Juventud Rebelde

«¡Oye, quítate del medio!», grita furibunda una señora que, apresurada, me ve como un obstáculo en el camino para alcanzar la guagua, a punto de arrancar. Por un momento quedo paralizado en medio de la acera y me digo a mí mismo: «Mí mismo, dicen que todos los días sale un loco a la calle, pero hoy se equivocaron: hoy lo que salió a la calle fue un rugido disfrazado de mujer».

Al montar, apenas alcanzo a oír que otra señora le dice: «Oye, Plácida, por estar en la bobería por poco se te va la guagua». En ese momento quedé como queda una víctima a la que acaba de serle aplicada, por vía intravenosa, una inyección letal. ¿Cómo podría llamarse Plácida tal terremoto humano? Y más aun, ¿qué tipo de mansedumbre cabe en una persona que piensa que es más fuerte la razón si se dice a gritos?

Por desgracia, todos los días, además de salir un loco a la calle, sale algún que otro huracán humano que me recuerda la más desatinada clínica psiquiátrica de todas las que han aparecido en las películas.

Si bien es cierto que mi posición en la acera no era la más correcta y, de cierta forma, obstruía el paso de los transeúntes, tampoco lo es menos que los gritos nunca resolvieron los problemas.

¿Acaso estamos en los tiempos de Homero, y sale Aquiles a la calle a gritar invitaciones a Héctor, para vengar la muerte de Patroclo? ¿Acaso las aceras de la época moderna se han convertido en coliseos?

Todas las Plácida que salen a la calle a diario en busca del transporte perdido deberían conocer que cuando hablamos con los demás, cuando dirigimos nuestros pensamientos

a los interlocutores, si usamos palabras gritadas en lugar de palabras habladas, maltratamos y lastimamos.

Dicen los árabes que las heridas que abre la lengua no cicatrizan nunca. Esas nada «plácidas» deberían recordar que solo quienes no tienen nada importante que decir, hablan a gritos.

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