Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Qué tiene que ver

Autor:

Hugo Rius

Dos escenas reales, en un medio de transportación pública, escuchadas con asombro por estos días, me dejaron sin resuello.

En la primera de ellas un hombre entrado en años, con una pierna amputada, apoyándose en muletas, aborda un autobús, y mientras avanza por el pasillo pide un asiento, todos ocupados, incluidos los destinados a las personas con capacidades disminuidas. Silencio. A esa hora la indiferencia invade a los pasajeros. El vehículo arranca, el hombre pierde el equilibrio y cae de bruces.

Otra vez una anciana apoyada en un bastón reclama un puesto, y recibe la callada por respuesta. Pero quien con certeza tanto enseñó en el hogar los gestos de respeto y consideración hacia los más vulnerables, estalla en justa cólera y con el propio bastón amaga con remedar una carga al machete hasta que una conciencia en siesta reacciona como debería esperarse.

¿Cuántos hombres fuertes y sanos, jóvenes y con menores a quien mostrar una lección ejemplar no habría en esos dos momentos?

Lo más fácil y socorrido sería dar por concluido los incidentes con esa formulilla de que «la juventud está pérdida», sin siquiera preguntarnos qué hizo, o mejor decir, qué dejó de hacer la generación previa para transmitir valores que con anterioridad padres y maestros se esmeraron en forjar.

Muchos deberíamos recordar y hacer saber que en otros tiempos, nada paradisiacos por cierto, la entrada a un vehículo colectivo de ancianos, embarazadas, personas con niños en brazos, y simplemente mujeres, bastaba para que, como movidos por resortes, los pasajeros mostraran la disposición a ceder el asiento, y hasta se disputaban amablemente a quien correspondía el gesto. Al lograrlo se experimentaba una inefable sensación de bienestar moral, de proximidad y reconciliación humana.

¿Qué nos ha sucedido? ¿Dónde se extravió algo que siempre formó parte intrínseca del alma del cubano? Si en el seno del hogar atravesado por prisas y temporalidades materiales oscureciendo lo espiritual, si en las emergencias de la escuela que echaron de menos a los maestros de vocación, verdaderos formadores, si en la insuficiente articulación de modelos éticos en las dramaturgias de los medios masivos, si en todo a la vez.

Cierto es que los medios potencian el desprendimiento de nuestros colaboradores internacionalistas en cualquier rincón de este mundo, y aquí en el patio ante las emergencias ciclónicas, y se hace muy bien, pero dónde queda, fuera de los grandes focos públicos, ese inmediato interés humano por el prójimo, que se expresa en el trato mutuo, solidaridad inmediata y cotidiana que constituyen pilares sólidos, indestructibles.

Por mi parte rechazo cualquier grosero determinismo material, económico para tratar de justificar la pérdida de valores. ¿Qué tienen que ver las carencias circunstanciales, los apremios salariales, el transporte precario y las tensiones de la vida moderna, con la falta de elemental sensibilidad?

Qué tiene que ver la gimnasia con la magnesia.

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