Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los imprescindibles

Autor:

Rafael Rodríguez

Recuerdo muy bien la impronta de Ana Torres, quien me impartió preescolar. Era de La Habana y viajaba todos los días a Güines a darnos clases. Ya era muy mayor. A ella debo que con casi cinco años anotara en mi memoria que dondequiera que escuche el Himno Nacional debo detenerme y ponerme en firme.

Luego vinieron otros cuyos nombres apenas recuerdo: Elsa, la maestra de primero a cuarto; los profes del «Tony Briones», cuando decidí que quería ser biólogo; o los de la vocacional Lenin, que entre 1990 y 1993 me enseñaron a pensar y a soñar. Con la Universidad descubrí a los profes de la Facultad de Biología, quienes en aquellos complejos años del 93 al 98 hicieron de mí un biólogo y que me replanteara muchos de los valores de un ser humano.

Después llegaron los estudios de maestría en la misma Facultad y con profesoras como Olimpia Carrillo, Alma y otros seguí preparándome en mi profesión.

Ahora, que soy investigador del Instituto de Ciencia Animal y escribo mi tesis de doctorado para defenderla en la Universidad de Zaragoza, donde mismo estudió el Apóstol, reconozco que sin el apoyo de profes e investigadores del ICA, como los doctores Ramón Bocourt, Febles o Juana Galindo, ni siquiera podría soñar con esto.

Pero de todos los profes, debo reconocer que dos han sido imprescindibles: mi madre, profesora de Biología, y mi padre, profesor de Física e Historia en su momento. A ellos les dedico mi mayor homenaje por encauzar mis sueños y apoyarme en todo momento.

A Fidel y a la Revolución nunca está de más agradecerles, aunque está implícito. Un nieto de un cortador de caña y un chofer de alquiler nunca tendría unos padres maestros o un doctorado en Ciencias Veterinarias en España, sin una Revolución y un Fidel que viraran el mundo al revés y convirtieran la utopía en realidad.

A todos ellos llegue mi modesto homenaje, y también a los nuevos maestros, esos que dentro de unos años serán más maduros. Mi reconocimiento al valor por asumir una tarea de las más dignas, tal vez de las no remuneradas justamente en ninguna parte del mundo, pero cuya importancia nadie niega.

*Esta es una de las historias que los lectores compartieron con JR a propósito del Día del Educador.

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