Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otra guerra que no terminó con Bush

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Espionaje bajo el disfraz de vigilancia, despliegue militar solapado tras presuntas cruzadas humanitarias, militares retirados que vuelven al ruedo como contratistas y enclaves militares que, aparentemente, no lo son… Ahí están algunas de las sutilezas adoptadas en los últimos tiempos por la estrategia de dominación norteamericana.

El dedo en la llaga lo ha puesto la denuncia venezolana que da cuenta de la incursión, tres millas adentro de su espacio aéreo, de un avión militar de EE.UU. procedente de Curazao, según afirmó Hugo Chávez y ratificó este lunes el vicepresidente Carrizales.

Ello obliga a voltear la mirada sobre el Pentágono y evoca, con pesadumbre, el negro mandato de W. Bush.

En la isla caribeña —también según la engañosa nomenclatura militar norteamericana—, el Pentágono cuenta con una Locación Operativa de Avanzada más conocida en el argot por sus siglas en inglés (FOL); o Locación Cooperativa de Seguridad (CSL), como han sido rebautizadas las de su tipo más recientemente, quizá por aquello de que todo funciona para «salvaguardar» la tranquilidad…

Sin embargo, se trata de otro eufemismo bajo el cual se halla una base militar menos «poblada» y aparatosa, ciertamente, que las grandes prevalecientes en otros tiempos, pero capaz de acoger a los aviones y militares nece-sarios para algo más que detectar a los narcotraficantes y frenar el terror, como alega el Imperio.

La sofisticada tecnología de los radares y, después —caso «necesario»— de las bombas teledirigidas, posibilita el oteo indiscreto y el accionar aplastante y rápido que cuenta, desde luego, con un factor primordial: la cercanía. Ello hace notar el peligro agazapado tras este —ya no tan nuevo— modo con que los halcones desperdigan a sus hombres por todo el planeta.

Bases aparentemente livianas como las FOL hacen poco ruido y menos bulto; pero desde ellas también se puede instrumentar una agresión. Expertos aseguran que los enclaves militares yanquis fuera de Estados Unidos suman hoy entre 730 y 760. Algunas son pe-

queñas y móviles para posibilitar que los militares se desplieguen ejecutando lo que expertos han denominado «saltos de rana». Otras tienen como propósito el respaldo en infraestructura o pertrechos de la misión; por eso se les conoce con la definición «de apoyo en ruta».

Como la de Manta —recuperada ya por Ecuador—, el uso de la base de Curazao (instalada en Hato Rey) se lo agenció Estados Unidos poco después de 1999, cuando la salida del Comando Sur de Panamá los obligó a un cambio en la distribución. Comalapa en El Salvador, y Reina Beatriz en Aruba, también son de esa época.

Pero quizá lo más preocupante sea que la estrategia tiende a reverdecer, como lo demuestra el acuerdo reciente que ha posibilitado a EE.UU. el despliegue de sus militares en el territorio de Colombia, donde se les ha autorizado el uso de al menos siete bases que a pesar de todo, se siguen denominando colombianas… Se ha afirmado que la de Palanquero tendrá entre sus funciones facilitar los vuelos hacia África y Asia, lo que acerca su rol a una FOL, aunque por su morfología se acerque más a una base principal (Main Operating Base, MOB).

Estrategia que se adjudica al ex vicepresidente Dick Cheney con las llamadas guerras preventivas pero que tuvo su rampa real de lanzamiento con el ataque a las Torres Gemelas, la telaraña de este tipo de bases militares se sigue tejiendo al socaire de la falsa guerra contra el terrorismo desatada por W. Bush. Y, como a tantos, también amenaza a Venezuela.

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