Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La vida en un libro

Autor:

Juan Morales Agüero

Presumo de ser uno de los dichosos mortales que vinieron al mundo con un libro por almohada. Tan pronto aprendí a buscarle sentido, hallé en sus páginas mi refugio favorito. Hoy, parte de mi tiempo discurre aún a la vera de ese compañero sublime, de quien dijo Settembrini, uno de los personajes de La montaña mágica, de Thomas Mann: «A menudo en tu vida encontrarás que un libro es mejor amigo que un hombre». Puedo blasonar, además, de que mi biblioteca es como mi biografía, porque conservo en sus anaqueles un libro para cada etapa de mi vida.

Los libros son maestros insuperables. Nos enseñan a vivir, a soñar y a engrandecer el espíritu. «El hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma», dijo el escritor galo Marcel Prévost. Si faltaran, ¿cómo accederíamos a la historia de la humanidad? ¿Cómo transmitiría el hombre su acervo? ¿Cómo conoceríamos su pensamiento? «La lectura —dijo nuestro José Martí— estimula, enciende, aviva, y es como un soplo de aire fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las cenizas y deja al aire el fuego».

Estas reflexiones no son gratuitas. Ocurre que Las Tunas es ahora una ofrenda a la lectura en ocasión de celebrarse en sus predios la Feria Internacional del Libro. Millares de tuneros de todas las edades desfilan ante los puestos de venta repletos de títulos —más de 350— de autores y nacionalidades disímiles. Pocas veces se ha apreciado aquí semejante arrebato. La lectura —se sabe— nos hace contemporáneos de todas las generaciones y ciudadanos de todos los países.

Los niños figuran entre los mayores favorecidos en este suceso cultural. Papá y mamá ajustan las finanzas domésticas para responder a sus reclamos, ávidos por adquirir títulos de la literatura infantil: Había una vez, Las mil y una noches, El Principito, La Edad de Oro, Cuentos inolvidables, Señora Santana… ¡Y qué alegría en sus rostros luego de atrapar tal vez el último ejemplar en oferta!

Para los mayores la propuesta no es menos tentadora. Muchos halan por sus billeteras y vuelven a casa con un volumen de narrativa, poesía, testimonio… Por ahí andan ya, tumbados quizá sobre un sofá, con el cuerpo y el alma puestos en el inigualable acto de leer. Luego, consumidas sus páginas, a buscar una nueva obra y a reiniciar la aventura. Quien lee una vez ya no dejará jamás de hacerlo. Carecer de libros propios —dijo Benjamín Franklin— es el colmo de la miseria.

Diversas personalidades han encontrado en los libros su principal fuente del saber. El gran escritor y poeta argentino Jorge Luis Borges, ya en el ocaso de su vida, se puso a pensar en la muerte no solo para investigarla como el postrer y definitivo acto, sino porque imaginaba el paraíso como una gran biblioteca. «Que otros se jacten de lo que han escrito; a mí me enorgullece lo que he leído», dijo.

A juzgar por lo que se aprecia en esta Feria en Las Tunas, el libro regresa por sus fueros. Ninguna versión electrónica lo reemplazará en esa relación íntima que establece con el lector. El libro debe ser un inquilino más del hogar. Y no solamente por lo que significa como soporte cultural. También porque, parafraseando a Heinrich Heine, donde se quiere a los libros, también se quiere al prójimo.

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