Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Peleas de familia

Autor:

Juan Gelman

¿Quién no las ha padecido y aun protagonizado? La llamada crisis EE.UU./Israel a una de ellas suena. Tel Aviv propinó dos bofetadas a la Casa Blanca, empeñada en alentar un proceso de paz palestino-israelí que ya se arrastra añares. Destinó la primera al vicepresidente Joe Biden cuando visitaba Tel Aviv a principios de marzo para acelerar las negociaciones de paz. El presidente Obama fue víctima de la segunda poco antes de iniciar en Washington conversaciones sobre el tema con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. En los dos casos, Israel anunció la construcción de más asentamientos para sus ciudadanos en Jerusalén Este, territorio árabe ocupado que la comunidad internacional considera capital de un futuro Estado palestino.

Biden condenó con dureza «la sustancia y el momento del (primer) anuncio». «Fue insultante no solo para el vicepresidente, fue un insulto a EE.UU.», se enfureció Hillary Clinton. El tono y los gestos norteamericanos cambiaron luego: Biden ejerció de anfitrión en la cena de gala ofrecida a Netanyahu el 22 de marzo. Hillary Clinton reiteró que el compromiso de la Casa Blanca con Israel es «sólido como roca, permanente, firme y para siempre».

Formuló esta promesa en la conferencia anual del Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés), el lobby pro-israelí que, según la revista Forbes, es la segunda red de intereses más poderosa de EE.UU.

El poder del AIPAC no es pequeño. Hace años que logra modelar las políticas para Medio Oriente del gobierno estadounidense. Después del incidente, Biden no se limitó a la discreta actividad de pasar bajo la puerta a sus partidarios en el Capitolio, dirigentes demócratas incluidos, documentos de situación y posición en la materia. Esta vez emitió una declaración pública: «Las recientes declaraciones del gobierno Obama sobre las relaciones EE.UU./Israel —afirma— han creado una seria preocupación. AIPAC llama al gobierno a tomar medidas inmediatamente para disipar la tensión con el Estado judío».

El AIPAC colgó en su web un documento de 39 páginas con adhesiones a las políticas de Israel redactadas por nueve senadores y 47 miembros de la Cámara de Representantes, repartidos casi por igual entre demócratas y republicanos, un hecho que confirma cómo opera el AIPAC: financia las campañas electorales de candidatos afines de los dos partidos. ¿Cómo se explicaría si no que legisladores presuntamente democráticos apoyen a un gobierno que practica la limpieza étnica y una forma peculiar del apartheid?

En este marco se produjo un hecho insólito: el Pentágono pidió a Obama que adelgazara el vigoroso sostén que brinda a Israel. El general David Petraeus, jefe del Comando Central de Estados Unidos y autor del envío a Iraq de más efectivos estadounidenses, hizo llegar a la Casa Blanca su alarma por semejante política en un informe sobre su gira por la región en diciembre del 2009: había recibido «un mensaje muy humillante» de los dirigentes árabes, quienes estimaron que Estados Unidos era incapaz de solucionar el conflicto palestino-israelí. La intransigencia israelí —agregaba el general— ponía en peligro a las tropas norteamericanas que combaten en Iraq, Afganistán y Paquistán.

El peligro podría alcanzar una dimensión mundial si Obama se pliega a la insistente demanda israelí de bombardear Irán. Israel cuenta con armas nucleares no declaradas cuyo número va de 200 a 300, según especialistas. Irán detuvo el desarrollo de bombas atómicas en el 2003, según los 16 organismos que integran la comunidad de inteligencia de Estados Unidos.

La realidad militar percibida por el general Petraeus choca con la realidad política imperante en Washington, que da bríos a la obstinación de Tel Aviv en la tarea de echar a los palestinos de sus tierras y reconstruir el Gran Israel bíblico. Netanyahu es un experto en este campo: EE.UU. mediante, incita a barrer del mapa a Irán señalándolo como el nuevo Amalek (Génesis 36:12), el peor enemigo que Israel tuvo alguna vez. W. Bush no fue el único gobernante que se valió del Libro para perpetrar atrocidades. (Fragmentos) (Tomados de Cubadebate)

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