Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Abolladuras

Autor:

Hugo Rius

Elogio merece que en lo que fuera el llamado Ten Cent, en la esquina de 23 y 10, se haya abierto un establecimiento donde la población pueda adquirir en moneda nacional ciertos productos muy demandados que durante bastante tiempo, por imperativos y circunstancias económicas bien conocidos, solo se ofrecían en las limitadas áreas del CUC. Claro que los precios todavía son para exclamar ¡Uf!, pero debemos confiar, o al menos creer, que con la recuperación productiva de esos renglones llegaremos a cambiar el ¡Uf! por el aliviador ¡Ah!.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, de acuerdo con mi propia experiencia personal, porque el día en que al fin pude disfrutar de esas alternativas y adquirir una lata de la indispensable pasta de tomate, me costó trabajo encontrar una cuya envase no estuviera severamente abollado. Lo mismo ocurría con latas de variados dulces en conservas, que se venden a precios que sobrepasan los 200 pesos. Sospecho que alguna afectación pueda experimentar el procesado contenido intrínseco, mas prefiero dejar abierta la oportunidad para que los expertos en la industria alimentaria con su competencia científica despejen lo que solo consigno como inquietud sobre la salud.

De momento me preocupó grandemente que al indagar sobre el espectáculo que se nos ofrecía, la dependienta me respondió con justificantes tales como que los «pobres» porteadores tuvieron que descargar seis camiones con dichas latas como pudieron, es decir, aparentemente tirándolas, tal vez sin resistirse a una de esas habituales «velocidades» desde ciertas jefaturas. Y así, todo el esfuerzo de quienes desde el surco hasta la fábrica se empeñaron en proporcionar artículos de consumo a la población se convertía en pura abolladura.

Al margen de las dudas expresadas, en buena lid del comercio, y me refiero al socialista y no a otro, un artículo deteriorado o se devuelve al suministrador o se ofrece a un precio menor al público, pero vaya usted a saber por cuántos dilatados vericuetos burocráticos haya que transitar para que «baje» la orientación oportuna, dinámica. En todo caso, ¿qué función realizan los inspectores en bien de la calidad y en contra del maltrato?

Tampoco deja de preocupar que no son pocos los parroquianos que terminan aceptando y pagando lo que deberían rechazar con la firmeza del derecho que le asiste a quienes van a gastar lo que acopiaron con el sudor de sus frentes.

Y aquí hablamos entonces de una negativa y extendida mentalidad corriente de aceptar lo que venga, y como venga, y que para describir la exageración de la cautividad del mercado, algunos la califican con cierta ironía como la aplicación abusiva del «plan lenteja», es decir «o lo toma o lo deja», porque así enturbiamos el sentido crítico ante lo perfeccionable que tanto impulsa el desarrollo y el bienestar de la sociedad.

Que no se abollen las latas, pero sobre todo que no se lastime nuestra conciencia cívica, ciudadana.

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