Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ciego ruge

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Literalmente, Ciego de Ávila ruge. Por primera vez en su historia, la provincia discute su oro en la pelota cubana, y desde los confines de la costa y los bosques de la Loma de Cunagua hasta las riberas de Palo Alto la exclamación de júbilo se enseñoreó en el terruño cuando sacamos el último out a Granma. Fue algo de varios minutos, y en los barrios de la ciudad fue imposible descifrar si los vítores eran de niños o adultos. Era, a fin de cuentas, la alegría de un pueblo.

El miércoles 13 de abril de 2011 ya quedó en el tiempo. Hasta el más grande de los supersticiosos tendría motivos para extrañarse al ver la victoria sobre los Alazanes en un juego de extra innings. El triunfo fue bajo el 13, el número de la mala suerte, y en los dominios del día «atravesado» de la semana, según el imaginario popular. Demasiados malos augurios juntos para vencer. Y aun así ocurrió.

Varias generaciones de avileños han crecido con una pregunta suspendida en el aire: ¿cuándo alcanzarían una final? ¿En qué calenda no griega Ciego de Ávila llevaría su equipo al momento de oro de la pelota cubana? La duda se repetía con mayor o menor intensidad, según el desempeño de los atletas.

Algunas veces, a lo largo de décadas, el José Ramón Cepero se estremeció por los gritos de triunfo. En cambio, en otras ocasiones, sus gradas parecieron una plaza trasnochada, medio vacía y donde mal que bien algunos iban a pasar un rato. En común, ambos extremos ostentaron el final de la derrota y la pregunta de siempre, ¿cuándo será?

Por ello el noveno inning de este juego es el símil poético del coraje. El del partido donde se demuestra el temple de dominar los nervios y crecerse desde abajo. De buscar con pasión y fe la opción posible. Así lo hacen los equipos grandes. Y así mismo, como lo hicieron los avileños y como lucharon los granmenses, lo hace Cuba en estos momentos donde se prueba el coraje y la virtud de su pueblo.

Esta liga tiene un sabor nuevo para esta tierra. No es solo lo inédito del triunfo. Es algo más. ¿Qué hacen esos carteles de Ciego campeón, hechos a mano, con lo primero que aparece y colgados en el lugar más inusitado? ¿Qué hacen los que nada saben de pelota y poco se interesan por ella haciendo predicciones de expertos? ¿Y esos niños, que en otros años y a la misma altura de la serie se hacían llamar Scull, Mayeta y Gourriel y ahora son Fiss, Bordón, Charles, Isaac Martínez, Mayito Vega y Abdel Civil, solo que quizá hoy jueguen y discuten con mayor pasión?

Por primera vez en la historia —a juzgar por los carteles y letreros en los portales y bicitaxis de la Ciudad del Gallo— la añeja y trivial disputa entre moronenses y avileños quedó atrás con este play off. Ojalá que se vaya para siempre. Porque estos seis juegos de pelota han demostrado lo que puede hacer el verdadero deporte para unir voluntades y hacer brotar lo mejor de cada nación.

Quizá lo más trascendente para el equipo avileño es que se estén forjando los moldes de su identidad. Aprender a lanzar, ser bateador inteligente o convertirse en un hábil fildeador, todas esas cuestiones técnicas al final pueden resultar fáciles. Lo más difícil, tanto en el deporte como en la vida, es construir una identidad, un espíritu de vencer y eso se logra con carácter. Ese ha sido uno de los méritos de Roger Machado.

Por supuesto que los Tigres no son perfectos. Muchos, inclusive los neófitos y menos parciales en el tema —como el que esto escribe— no quisieran ver algunas jugadas de regalo o esos toques de bola en fallo. Pero es suficiente, al menos por ahora. Una página se cerró y otra —acaso más difícil y llena de incertidumbres— se empiece a abrir con la final. De nuevo surgirán los apasionados y los que pondrán en duda la victoria. Sin embargo, lo más importante estos jóvenes lo tienen ya. El cariño y el respeto de Cuba entera. Y eso que nadie lo dude.

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