Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mágicos hilos del poder

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Hay esencias que para algunos no pasan de ser frases que cuelgan sobre las vallas de calles y carreteras del país. Cierta burocracia, cobijada en la indolencia, las convierten en burdas metáforas del secuestro a preceptos irrenunciables de la Revolución.

A determinados representantes públicos cubanos, recordé alguna vez en esta columna, parece complacerles el papel de los charlatanes en la famosa fábula de Hans Christian Andersen: El traje nuevo del emperador.

Igual que Guido y Luigi aseguraban que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginarse —aunque con el especial atributo de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz—, los nuestros intentan mostrarse como «delicados y fervorosos tejedores del bien público», mientras parecen creer que están rodeados de incapaces de percatarse de que hacen su prestación con la misma invisibilidad de los personajes del cuento.

El recuerdo venía a la mente mientras saboreaba, en el ardoroso Santiago de Cuba, síntomas de la Cuba que anuncia avanzar hacia más socialismo.

En reciente visita a esa provincia conocimos que el ahora casi cumplido sueño de un acueducto para la Ciudad Indómita, está teniendo su acabado con la aplicación de una formidable manera política, que nos devuelve al hálito, al sueño de la Revolución fundacional.

Resulta que cada porción de la obra no se proclama como definitivamente terminada hasta que no lo deciden los ciudadanos en asambleas públicas. La culminación no se asume hasta que está satisfecha la demanda del más humilde de los beneficiarios.

Acciones como esas descargan definitivamente por el caño el maratonismo y la fanfarria que gobernó la conclusión de innumerables obras, y el montaje de una imagen de celebración pasajera. Se salta de lo aparencial a lo verdaderamente perdurable e inmanente, con auténtico sentido del bien público.

Uno de los desafíos de la Revolución está precisamente en superar cierta práctica entronizada de «gobernar para el pueblo», para comenzar a hacerlo con el pueblo.

El fracaso de ciertos modelos de socialismo demuestra que solo se alcanza su configuración infalible con el abandono de los mecanismos de enajenación, y en su lugar implantar el cultivo y el abono fervoroso de la participación.

Las autoridades santiagueras están dando en este caso un ejemplo magnífico de horizontalización del poder, de cómo situar bajo el arbitrio de los ciudadanos a quienes estos dispusieron para administrar eficientemente sus decisiones y recursos.

Recordemos que entre las demandas más comunes para una mejor gestión de nuestro sistema de Poder Popular está la de acabar con la gestión deficiente de las administraciones, lo cual entorpeció hasta ahora la celeridad de la respuesta o solución de no pocos problemas.

No solo se dilatan las respuestas, sino además el encuentro en que las administraciones tienen que darles solución o explicación a los planteamientos. Ello hizo que muchos delegados se lamenten de no encontrar el suficiente apoyo para su gestión.

La mencionada práctica en la Ciudad Heroína demuestra que las transformaciones actuales nos ofrecen el marco político para pasar de las lamentaciones a las atribuciones, porque, como remarqué en otro momento, entre tantos «llantos» de estos años se escaparon en algunos sitios —además de lágrimas— las funciones, el carácter y hasta el respeto por el Poder Popular en la base.

Ello ocurrió pese a las atribuciones constitucionales que tienen las asambleas municipales y sus miembros. Estas incluyen las de fiscalizar y controlar a las entidades de subordinación municipal, designar y sustituir a los miembros de su Consejo de Administración; designar y sustituir a los jefes de las direcciones administrativas y de empresas pertenecientes a la subordinación municipal; determinar la organización, funcionamiento y tareas de las entidades encargadas de realizar las actividades económicas, de producción y servicios, además de conocer y evaluar los informes de rendición de cuenta de los electores que les presente su órgano de administración y adoptar las decisiones pertinentes sobre ellos, entre otras.

Ese gobernar desde abajo y en diálogo y debate permanente se hace más imprescindible para la solidez y coherencia de las decisiones que se toman en circunstancias tan complejas, en las que se requiere la mayor fuerza, autoridad y prestigio de la institucionalidad revolucionaria y la fiscalización popular.

Desconocerlo, como apunté también en otra oportunidad, sería una muestra lamentable de ignorancia o tibieza, que podría dejar en manos de charlatanes, como los de la fábula danesa, los mágicos hilos con los que se ha tejido el Poder Popular en Cuba.

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